Noche del 31 de Octubre
El viento soplaba con fuerza. Sonia notaba como su cuerpo se
entumecía por el frío. ¿Dónde estaba? Con angustia intentaba recordar cómo
había llegado a aquel agujero.
3
días antes… (28 octubre)
De nuevo
sonaba el teléfono. Aquel maldito aparato tenía que ser obra del demonio porque
si no era inexplicable cómo podía ser tan fastidioso. No paraba de sonar una y
otra vez. Esta vez no lo cogería. Estaba cansada de aquel acoso. Ya llevaba 27
llamadas ese mismo día. Sus nervios estaban a flor de piel y en la comisaría de
policía no le hacían caso porque al fin y al cabo no había sufrido ningún tipo
de daño físico.
Se sentía
observada. El teléfono sonaba y al otro lado de la línea solo se escuchaba
música clásica.
En la puerta
de su casa aparecía una rosa blanca desde hacía ya casi un mes.
Cada día una
nueva rosa. Cada día una llamada más.
Desesperación.
Su amiga Inés
la acompañaba al trabajo que tenía en una escuela local, luego de nuevo a casa.
Vivían juntas desde que Javier y Sonia cortaron hacía ya casi tres años.
Se sentía
observada. Sentía que cada paso que daba era conocido. Había cambiado de número
de teléfono. Ahora estaba planteándose colocar una cámara en la entrada de su
casa, oculta entre los alegres geranios de colores. Oculta al mundo y a la vez
mostrando al traidor.
Este día era
diferente.
Junto a la
rosa había una nota. “Sólo quedan tres días
para el reencuentro”
¿Reencuentro?
¿Conocía a la persona que le estaba haciendo aquello?
Aquella noche
colocaría la cámara. Se levantaría en mitad de la noche si era necesario. Y le
cogería…
29
de octubre…
Aquel día
sería diferente. Sonia intuía que todo iba a
mejorar. Seguro que la cámara había grabado algo que podría llevar a la
policía. Pensó en desconectar el teléfono pero no quería que el acosador
sospechase. Así que tras escuchar la quinta llamada de la mañana se decidió a
salir fuera y con cautela coger una de las macetas de geranios para quitarle las hojas secas.
Introdujo la
maceta en casa y con cuidado extrajo la cámara y temblando empezó a visualizar
lo grabado.
¡No podía ser!
En la imagen se veía como una rosa blanca se acercaba a la puerta…¿levitando? No había nadie en aquella grabación.
Noto como
empezaba a marearse. Aquello no podía ser real. Tenía que estar perdiendo la
consciencia. Los nervios le estaban jugando una mala pasada. Volvería a colocar
la cámara de nuevo.
De pronto sonó
el timbre. En un puro ataque de pánico se le cayó la cámara al suelo. Aquello
tenía que ser una pesadilla. La cámara estaba hecha trizas en el suelo.
Temblando como
una hoja se acercó a la puerta y al mirar por la mirilla no vio a nadie. Una
especie de sudor frio le cubrió el cuerpo. Prácticamente antes de abrir la
puerta intuía que algo no iba bien. Teléfono. Mozart. Ayer fue Vivaldi. Quien
sería mañana. ¿Habría un mañana?
Alli estaba.
En el suelo sobre la alfombra de nuevo una nota. Al igual que la anterior
estaba garabateada. “Sólo quedan dos días
para el reencuentro”
A continuación
llamó al trabajo. Hoy no podía salir de casa. Se encontraba mal. ¿Ir a la
policía? ¿Se reirían de ella? Tenía que intentarlo. Pero no hoy. No tenía
fuerzas.
Cerró las
ventanas y las puertas con llave. Desconectó el cable del teléfono y a
continuación se tomó un Valium. Hoy al menos intentaría dormir.
30
de octubre…
Tenía que
movilizarse. Iría a Jefatura. Llevaría las notas. Compraría una nueva cámara o…
¡mejor! Inés la acompañaría y convencerían a la policía para que les pusiese
vigilancia e incluso ¿escolta? La creerían. Hoy la creerían.
Al abrir la
puerta… ¡NO HABÍA ROSA! ¡Oh, Señor! ¡NO HABÍA NOTA!
Entró en la
casa rápidamente. Corriendo. Nerviosa. Acelerada. Buscando a Inés…
Entró en la
cocina… y allí estaban. La Rosa
y la nota.
Inés había
intentado ocultarlas. Pero no había sido lo suficientemente rápida.
-Déjame ver la
nota.
-¿Para qué
Sonia? ¿Qué más da?
-Por favor
Inés. Quiero ver la nota
Inés obedeció
y se la entregó. Ésta era diferente. Como la música de hoy. Hoy era Tchaikovsky. “Sólo queda un día para el reencuentro”.
Ambas amigas
pasaron la mañana en Comisaría.
Un admirador
secreto. Una broma de algún amigo… No había amenaza. Sólo rosas, música clásica
y un “reencuentro”. Parecía una cita de amor. No podían hacer nada. No había
pruebas de ningún peligro.
Tal vez su
antiguo novio quería volver a verla. A pesar de que Sonia les volvió a explicar
que Javier era una persona muy seria y que jamás la asustaría de esa manera, la
policía no veía ningún tipo de peligro. Necesitaban hechos.
Aquella
mañana del 31 de octubre…
Sonia no durmió.
Se incorporó y se dirigió a la puerta. Hoy había una rosa roja. Corrección.
Había una rosa blanca manchada con sangre. Sonrió. Tal vez así la policía la
creyera.
Hoy no había
sonado el teléfono. Sí había una nota.
“Por fín ha llegado el día. Hoy será el reencuentro.
Estoy impaciente”
Llamaría a la
policía. No quería pasar ese día en casa. Se iría a casa de sus padres. Hasta
ahora no había querido asustarlos, pero tenía miedo. Inés no era suficiente
compañía. Necesitaba estar rodeada de gente.
De pronto
recordó la nueva cámara que Inés había comprado el día anterior y vuelto a
colocar entre los geranios. Se agachó a mirar entre ellos sin molestarse
siquiera en disimular. Allí estaba. De nuevo entró en casa y comenzó a pasarla.
¡NO PODÍA SER!
Con gran
asombro observó como esta vez una figura se acercaba envuelta en una capa roja
a la entrada de su casa. Su rostro cubierto por el gorro de la capa sólo dejaba
ver una blanca piel. Una pequeña mano enguantada colocaba un papel y una flor
encima. La flor estaba en una bolsa de plástico porque estaba manchada.
Cuando pensaba
que no iba a ver la cara del individuo, éste se giró hacia la cámara y muy
despacio se bajó la capucha. Sonrió a la cámara y envió un beso. Reconocía
aquel rostro a pesar de su palidez y sus marcadas ojeras. Era Marta. Una amiga
de Sonia. Una amiga fallecida tres años atrás justo en un día como ése. Notó
una opresión en el pecho y de nuevo ese sudor frío justo antes de caer
desmayada en el suelo.
-Vamos Sonia, no corras tanto. Hemos bebido mucho y
Javier sabrá esperarte.
Sonia reía mientras Marta se aferraba como una
frenética al asiento del coche. Aquel deportivo era bestial. Cuántas veces
había soñado con hacer que la inquebrantable Marta perdiese el control. Un nuevo pisotón al acelerador. Una nueva
curva. Adrenalina a tope.
-Por favor Sonia. Para el coche. Quiero bajarme. Me
estoy mareando.
-¡Venga ya Marta! No seas quejita. ¡Diviértete!
Pero antes de que Marta pudiese replicar nada en el camino aparecieron las luces de un coche.
Sonia gritó e intentó esquivarla. Todo pasó a cámara lenta. Las luces
cegadoras. El pánico. La certeza de que iban a chocar. Terror. Los gritos de
Marta… y de pronto… nada. Oscuridad.
Sonia quedó gravemente herida. Marta murió en el
acto.
Sonia quedó
destrozada. Jamás se lo perdonó. Jamás pudo volver a ser la misma. Rompió con
Javier. Rompió con todo. Rompió prácticamente con la vida. Sólo le quedaba
Inés. Su fiel amiga Inés. “Las tres mosqueteras” las llamaban.
Poco a poco
Sonia fue recobrando la consciencia. Se encontraba… en un agujero. No sabía
donde. Notaba el frío. ¿Humedad? Era de
noche. Poco a poco fue recordando…
-
Marta…
-
Por fin te despiertas.- Su
voz sonaba rara. Pero claro, teniendo en cuenta que llevaba tres años muerta
habría que entenderlo.
-
Tú estás muerta.
-
¿De veras? Sí. Tal vez. Pero
tú me mataste ¿recuerdas?
-
Fue un accidente Marta.- ¿De
veras estaba ocurriendo aquello? ¿Estaba hablando con una persona muerta?
-
Si, lo fue. ¿Sabes Sonia?
Siempre fuiste una persona con suerte. Primero tus notas en el Instituto. Luego
en la Universidad. Tu belleza. Tu inteligencia,
y sobre todo, Javier. ¿Sabes que yo adoraba a Javier? Estaba locamente
enamorada de él. Le amaba. Pero él solo tenía ojos para ti. Para la dulce
Sonia. Para la encantadora Sonia que jamás había roto un plato.
-
Marta, yo te vi morir. Mi
vida se acabó por la culpabilidad de tu muerte. No entiendo. ¿Estoy soñando?
¿Dónde estamos? ¿Qué tiene que ver ahora Javier con todo esto?
-
Ya no recuerdas como
coqueteabas con él. Tú y tu carita de niña buena. Entrabas en una habitación y
el mundo se detenía. Hasta aquella noche en la playa, cuando decidiste dormir
en la arena. ¿Crees que no sé lo que hacíais bajo aquella tienda de campaña
improvisada? ¡Tan estúpida me crees!
-
¿En la playa? ¿Por la noche?
Un momento. Esto no tiene lógica. Tú estás muerta y… aquella noche… tú no
estabas con nosotros. Nos acompañó…¡¿Inés?! ¡INÉS!
Marta empezó a
reir a carcajadas. Poco a poco se quitó…¿una peluca? ¿Una máscara? Poco a poco
Marta comenzó a transformarse en Inés. Su querida amiga Inés.
-
Siempre lo tuviste todo.
Aquella noche no tenía que haber muerto Marta. Me encargué de embestir contra
tu lado del coche. Pero tu maldita suerte te acompañó y sólo resultaste herida,
aunque inconsciente. Marta no tuvo la misma suerte. Estaba viva y consciente.
Me vio. Tuve que terminar con ella. Los golpes en el coche y el alcohol que
había ingerido hizo que nadie sospechase de que aquel golpe en la cabeza no era
de un árbol. Incluso conseguí que tu historia con Javier se acabase. Pero él
sólo pensaba en ti. Sólo hablaba de ti…Mientras tú estés viva, no tendré
ninguna oportunidad.
-
¡Dios mio Inés! ¡Me estás
enterrando viva!
-
No Sonia.- No. Te estoy
ayudando a morir. Todos pensaran que te has vuelto loca. Que estás neurótica.
Que ya no has podido más. Voy a meter en tu cuerpo tal cantidad de pastillas y
alcohol que no habrá dudas. Me encargué de dejar otra “cámara” en el salón
donde se te oye claramente como veías en la cinta a una amiga muerta años
atrás. Incluso he contratado a un joven, para que declare que él te enviaba las
rosas y las notas y que era un antiguo amor tuyo. Todos pensarán que has
perdido la cabeza y que presa del alcohol y los medicamentos te has internado
en el lugar donde ocurrió el accidente de Marta y has caído accidentalmente en
este agujero de un viejo pozo. Lo siento Sonia. No es nada personal.
Sonia notó
como empezaba a perder el control. Iba a morir en aquel maldito lugar. No tenía
fuerzas ni ganas de luchar.
¡Un momento!
¡Ella no había matado a Marta! ¡Ella no la había matado! Había enfermado por la
culpabilidad. Recordaba la cara de la familia de Marta en el funeral. Había
roto con su propia familia. Había roto con Javier. Y todo porque una loca se
empeñaba en… ¿quitarle a su novio? ¿Quitarle SU PROPIA VIDA?
Tenía el
cuerpo atrancado en aquel maldito agujero y las piernas entumecidas del frío.
Pero tenía que hacer algo. ¡Señor! ¡Qué!
Entonces lo
notó. Junto a su cintura había algo que le pinchaba. Algo que se le estaba
clavando. No sabía que era pero notaba su filo cortante. Como pudo fue girando
un poco el tronco para tocar aquel objeto cortante. Había niebla. Tal vez Inés
no se fijara en aquel movimiento casi imperceptible. Había cometido el error de
dejarle las manos casi libres para que no sospechasen nada ni detectasen
ataduras. La había sujetado con una especie de tela que había cedido con el forcejeo. Un trozo de
madera vieja con tornillos clavados sobresalía por una parte del agujero. Tal
vez formaba parte del viejo armazón. Que más daba. Lo agarró como pudo. No
tenía demasiada sujeción pero cada vez lo cogía con más fuerza. Mientras Inés
se le acercaba para hacerla tragar algo. Tenía que acercarse mucho… No lo pensó. Cogió la madera como pudo y le
dio a Inés golpeándola lo más fuerte posible en un costado. Sorprendida cayó de
espaldas.
-¡Sabes que
vas a morir!
Sonia vio su
final. Se vio morir allí mismo. Pero justo en el último instante vio que algo
golpeaba a Inés. La golpeaba fuerte. ¿Qué era? ¿Una rama? ¿Una rama de un
árbol? ¿El miedo le estaba causando daños cerebrales?
El cuerpo de
Inés cayó inerte al suelo. Tras de ella y al lado del árbol se veía un ramo de
rosas blancas. A su lado brillaba algo. De pronto Sonia notó que alguien la
liberaba y la sacaba del agujero. Unas manos heladas. Sorprendida observó que
aquello que brillaba era una especie de cámara junto a las rosas. Por supuesto
había estado grabando la confesión de Inés. Cogió las flores y se abrazó a
ellas llorando. No podía dar crédito a lo que veía y escuchaba. A su lado,
sonriendo, hermosa y grácil como el viento se encontraba su salvadora. MARTA.
De fondo… se escuchaba música. Música clásica.
Escrito por: VIOLETA
Este relato a logrado desde el primer instante sumergirme en la historia, pasando a ser yo el protagonista, sintiendo cada escalofrió y nuevo desconcierto. Muy intensa y atractiva, con un final inesperado. De 0 a 10 le daría un 11. Felicidades Violeta, si ese es tu verdadero nombre...¡chan chan!
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