Día a Día


     Desde pequeña Ariadna había soñado con ser una gran escritora. Alguien que pudiese plasmar en el papel lo que su mente le proyectaba cada día. Su imaginación era muy viva, le gustaba ver el lado juguetón de la vida e imaginar historias en torno a lo cotidiano y sencillo.

     Cuando era pequeña le gustaba tumbarse en el césped del parque cuando iba con sus padres los fines de semana o alguna tarde que otra si terminaba pronto los deberes. Por supuesto que tenía amigos con los que jugaba pero con los que mejor se lo pasaba era con los amigos de su mente. Como os contaba, se tumbaba en el césped y miraba al cielo. Rápidamente las nubes comenzaban a cambiar y formar figuras que le sonreían. Elefantes, caballos, cabañas, soles y lunas de algodón de nube… Ariadna iba transformando el cielo azul en un escenario que cobraba vida en su mente.

     Jamás se aburría. Siempre tenía algún proyecto que realizar, alguna historia o cuento que escribir o simplemente una obra de teatro para crear.

     De este modo Ariadna fue creciendo. Terminó sus estudios primarios, los secundarios, y fue a la Universidad. Pero al contrario de lo que todos puedan imaginar no se dedicó a estudiar algo relacionado con su creatividad. Estudió abogacía como su abuelo.

     La familia de Ariadna no tenía demasiados recursos económicos. No se morían de hambre pero tampoco disponían de ahorros suficientes para pagar los estudios de su única hija. Tobías, abuelo de Ariadna y abogado de prestigio era fundador de un importante bufete de abogados civiles y sinceramente, no le habían ido mal las cosas. Su padre no había seguido los pasos de su abuelo. Él era más de la rama imaginativa como Ariadna. Junto a su madre habían montado una pequeña empresa familiar de dos miembros, tres, cuando Ariadna aportaba su granito de arena imaginativo en el diseño de muebles auxiliares que era el principal fundamento de esta empresa. Diseñaban y construían muebles auxiliares a medida.  La pequeña empresa les había permitido vivir bien, sin lujos caros pero sin necesidades. Podían permitirse unos días de vacaciones estivales, idas al cine, algunas salidas a cenar. Pero un pequeño revés en el negocio hizo que se quedasen sin prácticamente ahorros y con recursos limitados a la hora de pagar los estudios de la joven.

     El abuelo de Ariadna soñaba con tener a alguien de la familia en el bufete para dejarle su legado. Si bien era conocido de todos que no era precisamente el fuerte o el deseo de Ariadna estudiar para ser abogada, si era cierto que si lo hacía podía tener asegurado su futuro y a la vez ella veía el lado positivo de poder ayudar a la gente si se especializaba en determinados temas y hacía un voluntariado en algún bufete social. Así que Tobías como buen negociador que era convenció a su nieta para que siguiese sus pasos a cambio de pagarle la carrera y darle un trabajo al terminar la misma.

     Ariadna aparcó su imaginación. La abogacía requería una gran cantidad de estudios y una gran cantidad de mente ocupada, pero para memorizar toda aquella legislación. Los estudios se le hicieron interminables. Varias veces estuvo a punto de tirar la toalla de pura desesperación, de asco incluso hacia lo que estaba haciendo, ya que no la llenaba en absoluto. Sin embargo, cuando pensaba que estaba cerca de terminar y que además podía tener un futuro más o menos asegurado y ayudar de alguna forma a los demás, se obligaba a sí misma a continuar.
     Y continuó hasta el día de su graduación. Se había convertido en abogada. Había llegado el momento de comenzar su vida laboral. Su abuelo estaba totalmente orgulloso de ella y deseoso de verla por el bufete. Y su sueño se cumplió.

     Ariadna trabajaba bien. Mujer concienzuda dedicaba muchas horas a su trabajo e intentaba hacerlo lo mejor posible. Consiguió incluso dedicar algunas horas para trabajar de voluntaria tal como ella siempre había querido en una especie de albergue que daba consejos legales y ayudaba a determinados sectores marginados. Allí fue donde conoció a Lisa.

     En el albergue había una especie de guardería para aquellos niños cuyos padres no tenían donde dejarlos para poder ir a trabajar. Familias sin recursos que necesitaban y buscaban ayuda en este lugar. El caso de Lisa era muy especial. La pequeña no hablaba con nadie. Se sentaba en una esquina de la habitación que hacía las veces de guardería y se limitaba a observar a los demás. Algunos pensaban que tenía algún tipo de retraso o enfermedad mental. Lisa simplemente no quería jugar con nadie. Había sido adoptada por una familia hacía poco tiempo. Ni siquiera era consciente de qué había pasado exactamente. Sabía que antes vivía en una casa muy grande, su hogar de acogida, y que ahora que tenía unos padres se sentía más sola que nunca.

     Sus nuevos padres intentaban hacerlo lo mejor posible, pero la pequeña vivía en su mundo de aislamiento. No había forma de llegar a ella. La madre adoptiva de Lisa, Carol, trabajaba en el albergue cuidando de los niños en la guardería y aprovechaba para llevarse a la pequeña y para que ésta hiciese amigos. Pero no funcionaba.

     Aquella tarde Ariadna llegó como cada miércoles para ayudar en algunas cuestiones. Había hecho un trato con su abuelo y éste le permitía prestar sus servicios gratuitamente en el albergue los miércoles por la mañana y algunos viernes por la tarde. Ariadna entró como solía hacer directamente al lugar que ella ocupaba. Para ello pasaba por el lado de la guardería. Le gustaba mirar a los chavales. Su alegría contagiosa, sus risas, sus juegos a pesar de la situación en la que se encontraban… todo ello le hacía darse cuenta de lo afortunada que era y de cuánto la necesitaba aquella gente. Aquella mañana sin embargo, no se fijó en estos detalles cotidianos. Se fijó en una pequeña niña rubia que se sentaba en una esquina y observaba a los demás. Ya la había visto antes, pero nunca se había fijado como ese día lo triste que se la veía.

     Sin saber muy bien por qué, preguntó por la pequeña. Al hacerlo se dirigió precisamente a Carol. Ésta le explicó que estaba desesperada porque la niña llevaba ya con ella y su marido casi tres meses y no reaccionaba. Tenían miedo de que los servicios sociales se la llevaran si veían que la niña no era feliz.

     Empujada por un impulso Ariadna se acercó a la pequeña.

-Hola, soy Ariadna. ¿Y tú?

No obtuvo respuesta, así que decidió intentar algo diferente y se sentó junto a ella para observar lo que ella miraba.
-¿Te gusta ver a la gente? Es divertido ver cómo juegan, pero seguro que es mejor jugar con ellos ¿no crees?

Siguió sin obtener respuesta, pero se quedó junto a ella durante casi media hora. Allí sentada a su lado. Por alguna razón que desconocía su corazón la impulsaba a intentar hacer que aquella niña también jugase.

     El siguiente viernes también fue al albergue. Al llegar observó a Lisa en su rincón de siempre.  Llegaba, hablaba con ella, se sentaba a su lado. Así durante varias ocasiones en las que la pequeña no parecía notar su presencia.

     Aquel día Ariadna había decidido probar algo nuevo. Se sentó al lado de Lisa, pero esta vez no habló con ella. Se colocó a su lado e hizo un ruido raro, como de animal. La pequeña se asustó un poco y giró la cabeza hacia Ariadna como si ésta fuese una especie de bicho raro. Al mirarla vio que Ariadna sujetaba una goma de borrar y un lápiz en sus manos.

-Grrrrrr., ¡Te comeré pequeña goma! -dijo Ariadna a la goma, como si ella fuese el lápiz.
-No te dejaré gran lápiz. Eres largo y tienes una punta afilada, pero yo borraré todo lo que tú hagas -volvió a decir Ariadna simulando una voz diferente.

Lisa la observaba embobada. ¡Qué tontería! Pero no podía dejar de observarla.
-¡Lucha conmigo pequeña goma, si es que te atreves!
-¡Claro que sí, lápiz malvado! ¡Buscaré un aliado!

En esto Ariadna cogió un sacapuntas de un estante y lo colocó entre la goma y el lápiz.
-¡Señores! -dijo con voz de sacapuntas-. ¡Ya está bien! ¡Os enviaré a ambos al calabozo de la escritura y seréis castigados!

Lisa sonreía. Por primera vez miraba algo diferente a los demás niños que se habían ido acercando poco a poco para escuchar la historia de Ariadna. Durante casi una hora los tuvo entretenidos y Lisa la miraba tímidamente, aunque no quiso participar como los otros niños. Ariadna no se rindió.

     El siguiente día que fue se llevó unas cartulinas de colores, tijeras, pegamento… Se sentó junto a Lisa y empezó a crear formas y figuras. Sin decir nada a Lisa le pasaba trozos de cartulina.

-Mira pequeña. ¿Verdad que esto parece papel? Pues no es así, es un castillo encantado y estos son sus habitantes… fíjate… ¡oh! Aquí hay una princesa que quiere llamarse como tú.
-Me llamo Lisa -habló por primera vez la pequeña. Ariadna casi se muere del susto.
-Bien, pues la llamaremos princesa Lisa.

Y así fue como Ariadna comenzó a hacer que Lisa hablase. Unos días llevaba cuentos y leía historias, otros, la mayoría,  ella escribía los cuentos sobre la marcha jugando con los niños y Lisa empezó sin saber cómo ni por qué a participar con ella. La imaginación de Ariadna volvía a resurgir tras tanto tiempo dormida y Lisa parecía disfrutar a cada segundo de cada detalle de esa imaginación. Juntas empezaron a crear historias y juegos en los que los demás participaban. Carol no daba crédito a lo que veía. Su agradecimiento y alivio era inmenso. Lisa parecía ser una niña normal, al menos cuando estaba Ariadna a su lado. Al quedarse de nuevo sola volvía a ser la pequeña retraída que siempre había sido, cosa que Carol no entendía pues ella y su marido le daban todo su amor.

  Ariadna empezó a frecuentar cada vez más el albergue y a ir cada vez menos al bufete. Su abuelo le llamó la atención pues no cumplía con todo el trabajo acumulado. Tendría que dejar de ir al albergue aunque ello supusiese dejar de ver a la pequeña. Eso le partía el alma a Ariadna. Aquella niña la atraía, la llamaba con una fuerza increíble. Pero la cosa se complicaba en el día a día y no podía seguir visitándola durante tantas horas.

  Por ello tuvo que centrarse en el trabajo para recuperar el tiempo perdido y dejó de visitar el albergue. Al cabo de unas semanas Carol se presentó una mañana en el bufete, necesitaba hablar urgentemente con Ariadna. Ésta tenía una agenda muy apretada pero al ver la palidez de su rostro y el temblor de su barbilla supo casi al instante de que algo no iba bien, y de que todo estaba relacionado con Lisa.

-Pasa Carol, por favor.
-Ariadna -sollozó Carol-. Necesito que visites a mi Lisa.
-Lo haré cuando pueda Carol. Casi pierdo mi trabajo porque fui ampliando las horas que dedicaba al albergue. Disfrutaba tanto con Lisa que perdí la noción del tiempo y me han llamado la atención en el trabajo. No puedo defraudar a mi abuelo. ¿Entiendes?
-Lisa está ingresada.
-¿Cómo? ¿Qué ha ocurrido?
-No lo sabemos -Carol rompió a llorar.
-Por favor, cálmate y explícame qué ocurre. Me estás asustando
-Cuando tú dejaste de ir al albergue, Lisa se fue apagando poco a poco. Al principio giraba la cabecita hacia la puerta esperando tu llegada. Después de varios días dejó de esperar y volvió a ser la de antes. Volvió a apartarse de todos y se cerró en sí misma. Ayer no conseguía despertarla. Tenía fiebre y al llevarla al pediatra me dijo que tenía que ingresarla. No saben de dónde viene la fiebre, pues supuestamente no hay ninguna infección. Por favor Ariadna, estoy segura de que si te ve mejorará.
-Por supuesto Carol. Voy a coger mi chaqueta.

Ariadna anuló las citas que tenía para el resto del día y explicó a su abuelo que tenía que ir al hospital, que era importante. Esta vez Tobías no le puso problemas, conocía a su nieta y sabía que era responsable. Si había hecho eso después de la reprimenda que recibió semanas atrás es que era realmente importante y la cara de aquella señora lo decía todo. Así que decidió llevarlas él mismo al hospital.

  Al llegar  Ariadna entró en la habitación de la pequeña. Había seis niños en la habitación. Todos jugaban a pesar de tener sueros colgados y vendas. Todos menos Lisa que miraba el techo. Ariadna colocó las manos haciendo la forma de un conejo y las puso en el ángulo de visión de la pequeña.

-Hola Lisa. Soy Conejito.

Lisa volvió su rostro hacia Ariadna e hizo algo totalmente inesperado. Abrazó a la joven con todas las fuerzas que sus pequeños bracitos tenían y rompió a llorar desconsoladamente.

-No me dejes Ariadna. No me dejes tú también.
-Pequeña… ¿qué dices? Nadie te ha dejado, mira, Carol está aquí.
-Carol es buena, muy buena, yo la quiero mucho. Carol dice que es mi mamá. Y Julio dice que es mi papá. Y son muy buenos y los quiero mucho. Pero tú me haces castillos y matamos malos y soy princesa y no pienso  que me dejen solita otra vez.
-Dios mío pequeña. Papá y yo nunca te dejaremos -le dijo Carol abrazándose a ella
-Oh pequeña -le dijo Ariadna-, no tenía ni idea de que te sentías así. ¡Venga! ¡Vamos a contar cuentos!

Y Ariadna montó allí mismo un escenario improvisado y con juguetes varios, globos, vasos de plástico y algún que otro trozo de venda inventaron historias de caballeros y de sueños. Todos los chicos de la habitación participaron activamente. Tobías quedó impresionado. Hacía años que no veía a su nieta feliz, se la veía radiante, guapa, eufórica. Estaba en su mundo.

Al cabo de un buen rato Tobías y Ariadna salieron de la habitación no sin antes prometer a Lisa que Ariadna volvería al día siguiente. Un señor se mediana edad con bata blanca de doctor se les acercó.

-Disculpe joven. Soy el doctor Méndez -dijo ofreciendo su mano a la joven en primer lugar y posteriormente a su abuelo.
-Encantada.
-No he podido dejar de ver lo que ha ocurrido en la habitación hace un momento. Usted tiene magia querida. Los niños han entrado en su mundo de fantasía y por un momento se han olvidado de que esto es un hospital y ellos están enfermos. Todos formaban parte de su ilusión. Es usted simplemente fantástica.
-Gracias. No sé qué decir.
-No diga nada. ¿Tiene usted trabajo? Porque si no es así, no lo dude, en este hospital tiene trabajo cuando quiera como animadora.
-Gracias, es usted muy amable. Soy abogada y ejerzo en un bufete. Pero gracias.
-Qué se le va a hacer. Tenía que intentarlo -les dijo a ambos con una sonrisa.

Al subir al coche Tobías estaba en silencio y Ariadna lo notó raro.

-¿Pasa algo abuelo? Siento haberte entretenido tanto tiempo.
-El que lo siente soy yo tesoro. Tenía tanta ilusión con que alguien de mi familia continuase mis pasos que no me paré a pensar con claridad.  Te arrastré hacia mi sueño sin pensar en lo que tú querías y necesitabas. Jamás debí hacerlo Ariadna. Eres muy buena abogada, pero tu mundo es otro. Jamás te he visto tan feliz como hace un momento con esos niños.
-Abuelo…
-No digas nada pequeña. Siempre tendrás un lugar en el bufete. O casi siempre, porque ahora estás despedida. Yo que tú aceptaría el trabajo que acaban de ofrecerte hace un momento.
  Ariadna miró a su abuelo boquiabierta y le vio sonreír sinceramente. ¡Se lo decía en serio! De pronto se sintió ligera, llena de vida, ilusionada…

-Abuelo, da la vuelta al coche. Tengo que aceptar un trabajo. Luego te invito a cenar, ya no eres mi jefe y puedo hacerte la pelota.

Ambos rieron.

     Ariadna comenzó a trabajar en el hospital. Trabajaba unas horas como animadora a media jornada. El resto del tiempo lo empleaba en escribir. Retomó sus viejos hábitos y empezó a publicar cuentos y obras de teatro para niños. En poco tiempo se hizo famosa, pero no dejó de ir al hospital. Ahora lo hacía como voluntaria, no tenía horarios, pero cada semana pasaba al menos un par de días por allí y hacía reír a los niños.

  Lisa perdió el miedo a que la abandonasen. Fue atendida por un joven psicólogo infantil que consiguió ayudarla a sacar lo que tenía dentro aun siendo tan pequeña. Esteban, que así se llamaba el psicólogo, consiguió con la ayuda de Ariadna que Lisa se abriese y disfrutase de la vida y de sus padres adoptivos. Y con la ayuda de Lisa consiguió conquistar el corazón de Ariadna.

     Al final va a ser cierto que la imaginación puede ser más fuerte que un montón de guerreros y que en esta vida hace falta mucha ilusión y fantasía para afrontar con fuerza cada nuevo día. 

Violeta

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