Uñas del Fondo del Mar

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Siempre me ha dado mucha serenidad el color del mar, con el cielo al fondo, y el horizonte, una línea curva que no tiene fin, en la que puedes perderte intentando ver hasta donde llega pero nunca lo consigues. 

Hay personas que dicen que el mar es azul, otras dicen que azul-verdoso o verde-azulado. Pues bien, con esta combinación de colores podemos verlo del color que más nos guste.  

El procedimiento es el mismo que para la manicura francesa pero cambiando los colores.
1. Poner una capa de base transparente.
2. Poner dos capas finas del esmalte azul.
3. Pintar la parte blanca de la uña con el esmalte verde.
4. Poner una capa de brillo para que dure más.

¡Y listo para perdernos en esos colores tan relajantes! 

Flores

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    Susana llegaba hoy temprano. Estupendo. Trabajaba desde hacía ya tres años en una gran floristería situada a las afueras de Carmona.

     En poco tiempo, todo había cambiado en su casa de una forma drástica. Su marido, Gustavo, no ganaba lo suficiente para poder dar a sus tres hijas los estudios que querían. Por ello, Susana había decidido que intentaría con todas sus fuerzas encontrar un trabajo. Necesitaban un extra en casa.

Las tres hijas del matrimonio estaban fuera. Adela, la mayor, estudiaba veterinaria en Córdoba. Este año se suponía el último.  Lucía, la mediana, estaba en Inglaterra, con una beca de estudios. Paula, la pequeña, compartía piso en Sevilla con varios compañeros. Estudiaba medicina, su primer año.

    Realmente el coste de tener a tres estudiantes de Universidad es innegable e insostenible.

     Por su parte, Susana, a sus cincuenta y cinco años no había formado parte antes del mundo laboral. Siempre tuvo don de gentes. Era muy amiga de Dolores, vecina de su bloque desde hacía ya muchos años, amiga muy querida, y muy mayor. Dolores se jubiló hacía justo tres años convenciendo a su jefe de que contratase en su lugar a Susana. Un jefe que era ya casi tan mayor como Dolores, pero bueno, un jefe al fin y al cabo.

     Dolores conocía a la familia desde que se mudaron a aquel bloque de pisos. Por aquél entonces, la pequeña Paula no había nacido aún, debían llevar por allí cerca de veinticinco años. Susana siempre se había llevado bien con todo el bloque, pero especialmente con Dolores, pues ésta le recordaba en cierta forma a su madre y le era muy querida. Otros vecinos iban y venían del bloque, pero el caso de Dolores era distinto. Ella siempre estaba allí.

     Cuando Dolores enviudó hacía unos cinco años, Susana fue un apoyo incondicional hacia ella, pues el matrimonio no tenía hijos y Dolores ya apenas tenía familia. Por tanto, la buena de Susana se convirtió en su familia oficial. Bueno, ella, su marido, y sobre todo sus hijas, a las que Dolores adoraba y había intentado convencer para que no se marchasen fuera, en especial a Lucía, que había cruzado el inmenso charco.

     La vida es curiosa y a veces nos muestra caminos que no esperamos. Eso fue lo que pasó cuando a Dolores le llegó la hora de jubilarse y Susana le sustituyó.

     Susana descubrió que en el trabajo de la floristería no ganaba lo que necesitaban en casa, pero era una muy buena ayuda para que la olla silbase, como solía decir su madre, todos los días.

     Pero descubrió algo más. Era como si entendiese el lenguaje de las flores. Oh, no, por favor, no os riáis. No me refiero a que hablase con las flores o algo así, pero sí es cierto, que hay lenguajes ocultos a nuestro alrededor que a veces nos pasan inadvertidos.

     Cuando un joven llegaba y pedía rosas rojas, o en particular, una rosa roja, eso olía a amor y pasión. Cuando el ramo era de margaritas blancas, bueno, podía ser muchas cosas, pero normalmente acertaba si era un ramo de amistad.

     Había muchos tipos de clientes y muchos tipos de peticiones. Un día un señor mayor llegó a la floristería y le hizo una petición muy especial. Le pidió un ramo de crisantemos para regalar a su esposa. Susana supuso que iba a llevar el ramo al cementerio, pues los crisantemos son flores que normalmente se suelen llevar a los cementerios. Pues no, nada más lejos de la realidad. El adorable abuelete le llevaba el ramo a su esposa, a ver si así se animaba y se moría pronto, que vaya la lata que le estaba dando últimamente con todo.

     Sorprendente. Por el contrario, cuando había un nacimiento, era curioso como algunos padres se afanaban por elegir un ramo donde hubiese mucha flor de color rosa, con su correspondiente cesto o lazo a juego, por supuesto, cuando la recién nacida era niña.  Por el contrario, lazo o cesto celeste, cuando era varón.

     Tres años trabajando al público en un lugar como éste le habían enseñado a identificar incluso muchas emociones. Era un trabajo bonito. Le daba muchos alicientes y eso le gustaba.

     De esta forma transcurría tranquila y sencilla la vida en ésta floristería, hasta que un curioso día, a las 12 en punto de la mañana, una señora mayor entró en ella e hizo el encargo más raro que podáis imaginar.

-Buenos días señora, ¿en qué puedo ayudarla?- pregunta amablemente Susana al ver entrar a la anciana.
-¡Ah! ¿Son buenos? Supongo que son buenos porque no llueve.- Extraña respuesta la de la señora mayor –. Bien. Me gustaría llevarme un árbol frutal que dé flores.

Susana llevaba ya mucho tiempo en el negocio y sabía que hay que tener paciencia, sobre todo, con determinadas personas de edad, hay además que aprender a leer entre líneas.

-Bien. Supongo que entonces querrá un naranjo.
-¿Un naranjo?- vaya, parecía que a aquella dulce anciana le había picado una avispa, o algo así.
-El naranjo – le explica pacientemente Susana – es un árbol frutal, pero antes de regalarnos sus naranjas, nos regala su azahar.
-Ya sé lo que es un naranjo, joven. Como usted podrá observar, ¡no nací ayer!

Susana estaba claramente confusa.

-Entonces, dígame, ¿qué árbol exactamente deseaba usted?
-Pues no lo sé. Pero no quiero un naranjo. Quiero un árbol original, diferente, un manzano que dé rosas, o un limonero que dé claveles. Algo así.
-Discúlpeme señora. Temo que no voy a poder atender su petición…
-¿Ya se va a rendir? ¡Vaya! ¡Qué chasco! En la última floristería me siguieron la corriente durante al menos cinco minutos completos.
-¿Perdone? – Susana cada vez estaba más asombrada y perpleja.
-Sí hija sí. Vosotros los jóvenes, lo tenéis todo. Yo ya soy muy mayor, quiero presumir de algo que no tenga nadie antes de irme a visitar a tía Clotilde, ya sabe, al otro barrio.
-Pero estará usted de acuerdo conmigo- insiste Susana con voz tranquila- que no existe lo que me pide. Se pueden hacer injertos para hacer dulce un naranjo o un mandarino, se pueden injertar distintas variedades, pero… lo que me pide es totalmente imposible.
-Veo que no tienes la mente abierta. De acuerdo. Volveré dentro de tres días. Si para entonces tienes para mí lo que te he pedido, te daré un regalo especial. Si no es así, lo siento joven, pero me iré a otra floristería. ¿De acuerdo?

Susana no daba crédito a sus oídos. Bueno, le diría que sí para que la dejase trabajar. Al cabo de tres días volvería y al no tener nada que ofrecerle, se marcharía y la dejaría tranquila.

-De acuerdo, pues.

Aquella tarde al llegar a casa le refirió a Gustavo su extraña atención. Éste, práctico y prudente, como siempre, le dijo que había actuado correctamente. Sin embargo, más tarde, subió a dar una vuelta a su amiga Dolores y de nuevo le explicó lo sucedido. Dolores opinó de forma distinta a Gustavo.

-Cuando ya se tiene una edad te vuelves un poco “particular”. Tal vez, sólo tal vez, para esa señora realmente sea importante obtener lo que te pidió. Independientemente de si te ofrece un regalo o no, tu misión es intentar complacerla.
-Pero, Dolores, ¿has escuchado lo que pidió?
-Sí. Y, Susana, ¿no tienes imaginación? Se te ha ido toda intentado ahorrar para que tus hijas terminen sus estudios. Se te va la vida haciendo cada día las mismas cosas, incluso a las mismas horas. ¿Crees que no me doy cuenta? Que conste, ¡que te lo digo porque te quiero!
-Bien. ¿Sabes? Voy a consultarlo con la almohada. Te lo debo después de lo que me ayudaste con el trabajo. De todas formas… ¿tú qué harías?
-No se trata de mí, sino de ti. De ti y de tu intuición.

Susana se marchó a su casa pensativa. ¡Menuda tontería! Habló por teléfono con sus hijas. Pronto llegaría el fin de semana y al menos, la peque volvería a casa. Suspiró y se acostó, dispuesta a no dar demasiadas vueltas a su cabeza.

A la mañana siguiente, volvió a su trabajo como cada día. Seguía sin encontrar una posible solución, pero sí era cierto, que cada vez tenía más ganas de agradar a aquella anciana. El problema era que le resultaba imposible. Incluso había entrado en internet, ella, enemiga de casi todas las tecnologías. No había encontrado nada.

Otro día más, y otro día más. El tercer día. Aquella mañana se había levantado y sin querer había derramado café sobre unos papeles de Gustavo. Él no se enfadó. Gustavo era una persona de carácter bastante tranquilo. Pero sí le dijo algo, así, como si tal cosa, que la dejó pensativa.

-¡Vaya! Le voy a decir a mi jefe que trabajemos en inventar una máquina que quite manchas de café de los papeles. O mejor, inventaremos papeles que no se manchen con café. Ya veo el eslogan publicitario: “Invente y reinvente a su gusto, imagine, mezcle y tendrá éxito seguro”.

Y eso fue lo que hizo Susana. Sin saberlo, Gustavo le había dado la solución al problema. ¿Por qué no complacer a aquella señora? Pensándolo bien, ¡era sumamente fácil!

Ese mismo día, a las doce en punto, la señora mayor volvió a entrar.

-Buenos día joven. ¿Qué tal?
-¡Buenos días!- Susana estaba animada y era evidente.
-¿Tiene lo que le pedí?
-Por supuesto. Pase por aquí, se lo mostraré.

Susana llevó a la anciana a la parte de atrás de la tienda, donde preparaban los centros de flores y tenían plantas en remojo. En esa habitación había una gran mesa donde se preparaban multitud de composiciones. Susana mostró a la anciana una especie de medio barril donde había sembrado un naranjo pequeño. En la base del naranjo, había sembrado unos geranios de color anaranjado y blancos.

-¿Le gusta éste?- le preguntó Susana sonriente y confiada.- O por el contrario, ¿le gusta más éste o aquél?

En ello, Susana le señaló un cuenco de barro enorme donde había un limonero con margaritas blancas y amarillas en su base, y otra maceta grande, una especie de tinaja, con lo que parecía un peral y en su base, pequeñas florecillas de colores.

     La sonrisa de la anciana fue deslumbrante.
-Veo que has abierto tu mente. Al fin.
-Sí. Y dígame, ¿cuál se llevará?
-Ninguna, por supuesto.
-¿Qué?- la sorpresa fue total en Susana. Ella que tan confiada y entusiasmada estaba con su nueva idea.
-Te voy a dar el regalo mejor. Vas a colocar estas composiciones en el escaparate. Donde todos puedan verlas. Y una nueva etapa comenzará para ti. Es más. El dueño va a jubilarse y está deseando dejar alguien al mando del negocio. Lo sé. Es mi hijo. – alegó la anciana con una sonrisa de euforia e inocencia en su rostro, mientras la mandíbula de Susana caía.
-¿Está segura?- preguntó de todas formas Susana.
-¡Pues claro! Yo fundé esta floristería. Los tiempos han cambiado y hay mucha gente rara por el mundo que quiere cosas que a simple vista, parecen imposibles. Sólo hay que pararse, pensar, y ver lo evidente. ¿Qué me dices?

Susana colocó las composiciones en el escaparate. Fue un éxito total y rotundo. El propietario tenía pensado vender la floristería, aunque Susana no sabía nada. Sin embargo, después de lo acontecido, las ventas subieron inmediatamente y el propietario decidió darle otra oportunidad al negocio. Por supuesto, puso al frente a la eficaz florista. Y le aumentó el sueldo.

Hoy por hoy, Susana es la dueña de la floristería. Le ha cambiado el nombre y la ha llamado “Sueños”. Hace composiciones a gusto del consumidor, aunque no parezcan factibles. Es conocida en toda la provincia y en algunas partes de la región. En sus tarjetas ha escrito una frase que dice: “A veces para conseguir lo inalcanzable sólo necesitas parar, para que te alcance”.


Violeta

Campanitas

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    Hay una cancioncilla infantil que dice algo parecido a “Campanitas del lugar… cantan, bailan, sin cesar…” Efectivamente, así es. Aunque no las veamos, hay campanitas por todas partes, dulces sonidos cantarines que nos anuncian bellos acontecimientos. Mucho me temo queridos amigos, que el oído humano no está preparado para captar estos hermosos sonidos. Evidentemente, el ser humano que es maravilloso, no siempre cree en lo que no ve, o en lo que no oye…

     Esta es la historia de Aurora. Una hermosa campanita cuya hermosa voz sonaba con un ligero tintineo musical.

* * *
     Luciana estaba hermosa en su noveno mes de embarazo. Irradiaba felicidad y la dulce espera llegaba a su fin. Su esposo, Ambrosio, también estaba feliz y deseoso de conocer por fin a su pequeña. Sí. Ya sabían que era una niña, porque Adelaida se había encargado de anunciárselo. Su nombre sería Aurora.

     Hasta ahora todo parece normal. Tal vez se me olvidó contaros que Luciana y Ambrosio no eran seres normales. Eran hados. En el caso de Luciana, hada de la luz, tenía tantos dones hermosos que no puedo describirlos todos. Ambrosio, cuya madre Ambrosía le había pasado el don de convertir cualquier alimento normal en un delicioso manjar, estaba realmente ilusionado. Ninguno de ellos sabía cuál sería el poder de su hijita, ya que si bien sabían si iba a ser niña o niño desde prácticamente el momento de la concepción, no sabían cuál sería su poder hasta que así lo decidiese el destino.

     Luciana siempre adoró a la diosa romana “Aurora”. Al parecer, Aurora, hermana del Sol y de la Luna, era la encargada de dar comienzo al día, de indicar el “amanecer”. Ello hacía pensar a Luciana, que tal vez si su pequeña se llamaba Aurora, tendría un papel importante en su comunidad. Al fin y al cabo, ella era un hada de la luz.

     Por su parte, Ambrosio deseaba que los poderes de su hija estuviesen más relacionados con el tema del sabor. Los humanos tenían cinco sentidos conocidos. Gusto, tacto, olor, vista y oído. Para él, evidentemente, el primero de estos sentidos era el gusto. Primordial con su función.

     Y llegó el momento. Dulces campanitas sonaron para avisar a Luciana de que el momento estaba aquí. Por ello, presurosa, vistió sus mejores galas dispuesta a ir a la “Gran Flor Rosada”. De todos es sabido, que cuando un hada iba a tener un bebe, se dirigía a esta gran flor con forma de rosa. La hada entraba en ella y quedaba sumergida en un profundo sueño durante el cual su pequeña o pequeño le era presentado. Al despertar, su bebe estaba en sus brazos. Campanitas hermosas anunciaban el momento de la marcha. Campanitas hermosas anunciaban el momento del nacimiento. Campanitas hermosas anunciaban que la rosa se abriría de nuevo para dar lugar a la mamá junto a su bebé.

     De esta forma, Luciana entró en la gran flor rosada y se durmió dentro de ella. Su sueño era hermoso. Un hermoso pelo negro azabache surge en su sueño. Luego, nieve. Blanco nieve y rosa bebé en unas hermosas mejillas. Un dulce cuerpo de bebé, unas dulces manitas que acarician a su madre. Una sonrisa. Largas pestañas que comienzan a abrirse para dejar ver dos hermosos ojos marrones. Chocolate fundido. Campanitas que anuncian el nacimiento. Madre e hija se funden en un abrazo de amor. La pequeña no tiene alas. Es normal. Las hadas no nacen con alas, han de ganarlas. Aurora. Es hermosa. Sí, el nombre le viene bien. Aurora.

     Dulces campanas hacen que la gran flor se abra. En su interior aparecen madre e hija abrazadas. Ambrosio espera ansioso para ver por primera vez a su pequeña. Lágrimas de emoción asoman a sus ojos. Es realmente preciosa.

-¿Qué don puede tener la pequeña Aurora?- pregunta Luciana a la gran flor.
-Es muy pronto para saberlo aún querida. Si bien tengo una idea aproximada, no puedo desvelaros nada. Recuerda, ha de crecer y se manifestará su poder. Aguardad, que todo llegará.
-Gracias Gran Flor.

De esta forma, la pequeña familia vuelve a sus quehaceres habituales. De todos es sabido que los bebés hados son muy buenos. No es que no haya que cuidarlos, es que normalmente, la madre naturaleza los protege. Cuando llega el momento, manifiestan de alguna forma su poder y de nuevo Campanitas suenan por doquier. Una vez que su poder es por todos conocido, comienzan a cumplir su misión y con ello llegan sus alas. Las alas son el símbolo de su madurez. Algunos hados la consiguen a los doce años, otros a los quince, tal vez a los veinte… cada uno de ellos es diferente. Hay que tener en cuenta que la edad de las hadas no coincide con la de los humanos.

La pequeña Aurora comienza a crecer. Ya gatea, ya camina. Sonríe a todos y se la ve resuelta. Es un hadita alegre y vivaz. Sus padres están contentos con ella. Pero… aún no se ha manifestado su poder. Bueno, aún es pronto, le dejarán algo más de tiempo.

Pero Aurora está disgustada. Los hados y hadas que nacieron cuando nació ella ya lo han manifestado. Ella no nota nada. Sin embargo, recuerda una antigua leyenda del mundo de las hadas. Cuando un hada no conoce su misión, puede acudir al “Gran Jazmín Blanco”. Sabe que es peligroso, y cree que sus padres no la van a apoyar en esto, pero está decidida. Necesita saber.

-Chicos- les comenta un día a sus amigos- necesito que me ayudéis en algo.
-¿Qué ocurre Aurora?
-Todos sabéis ya cuál es vuestro poder. Quiero saber cuál es el mío.
-Pero eso es imposible.- le contesta su amiga Clarisa.
-Pronto os crecerán las alas. Me siento mayor.
-Vamos Aurora. Aún es pronto. Tienes once años. A mi tía Luciérnaga no le crecieron las alas hasta casi los cincuenta.
-Por favor, ayudadme. ¿Me acompañaréis a visitar al “Gran Jazmín Blanco”.

Caras asustadas la miraron impasibles.

-Aurora, eso es peligroso. Podemos meternos en un lío. Recuerda que el “Gran Jazmín Blanco” no debe ser molestado.
-Por favor. Podemos salir al alba y regresaremos antes de que la luna reine.
-Ellos son pequeños mi dulce Aurora- oh señor, la abuela de Aurora estaba escuchando- pero yo te acompañaré.
-¿De veras abuela?
-Sí. Me queda poco tiempo. Sabes que aún no soy del todo mayor, sólo tengo mil ochocientos cincuenta y dos años, pero me gustaría saber cuál es el poder de mi única nieta antes de retirarme al Prado Celestial de las Orquídeas Moradas.
-Gracias abuela.

De esta forma, Aurora y su abuela empezaron a caminar hacia su destino. Conversaban alegremente sobre cosas importantes. Los niños humanos, por ejemplo. Algunos de ellos tienen muchos problemas. No creen en la ilusión, o en el esfuerzo. No valoran todo lo que tienen y sobre todo, se quejan por nada.

Cuando se dan cuenta, todo a su alrededor está lleno de jazmines vibrantes y hermosos. Un dulce aroma inunda el ambiente y Aurora se siente relajada. Como en casa.

-A partir de aquí has de continuar tú sola.
-Gracias abuela.

Un poco más adelante, Aurora distingue perfectamente la silueta del “Gran Jazmín Blanco”.  Pero antes de llegar a él ha de superar tres pruebas. Dulces campanitas vuelven a sonar… y ante ella aparece un pequeño con sonrisa pícara. Tras una reverencia y un bello saludo, le pregunta directamente.

-Una respuesta me has de dar. Dime pequeña hadita… ¿qué es lo que en estos instantes más temes?

Aurora reflexiona. Y contesta.
-Tengo miedo de no tener ningún poder.

El pequeño asiente. Unas campanitas resuenan. Aurora ha dicho la verdad de su corazón. Tras otra reverencia se retira. Aurora sigue avanzando y de nuevo, aparece un alado ser. Dulces campanitas suenan. Ante ella, una hermosa joven la mira esperanzada. Tras una reverencia y un bello saludo, le pregunta directamente.

-Una respuesta me has de dar. Dime pequeña hadita… ¿qué es lo que en estos instantes más deseas?

De nuevo, Aurora reflexiona. Desea tantas cosas que no sabe por dónde empezar. Evidentemente ha de elegir alguna.

-Me gustaría ser una buena hada que haga que los niños humanos comprendan y valoren. Me gustaría ser un hada que haga a los niños y a los mayores que una vez fueron niños, soñar y tener deseos hermosos.

La joven asiente. Unas campanitas resuenan. Aurora ha dicho la verdad de su corazón. Tras otra reverencia se retira. Aurora continúa su camino. De nuevo las oye. La tercera campanita ya está aquí. Está muy nerviosa y tiene miedo a fallar la respuesta. Una anciana aparece ante ella y le sonríe.

-Una respuesta me has de dar. Dime pequeña hadita… ¿Qué es lo que en estos instantes estás dispuesta a sacrificar?

Aurora reflexiona de nuevo. ¿Sacrificar? No entiende. El tiempo pasa. La anciana no da muestras de impaciencia. Aurora intenta descifrar… y de pronto lo ve claro.

-Para poder ayudar a los demás, he de obrar bien. Si aún no se ha manifestado mi poder, por algo será. No he de ser impaciente, todo llegará. Si quiero ayudar a los humanos, tengo que aprender a ser paciente y a mis padres debo escuchar. Mi abuela ha hecho un largo camino para su edad y yo he sido egoísta por ello. Ya no tengo miedo de no tener poder. Sólo tengo deseos de que si llega el momento, poder hacerlo bien. Sacrifico conocer si tengo o no dicho poder y en caso de que lo tenga, saber cuál es.

Esta vez, no suenan campanas. Esta vez se escucha una hermosa voz.

-Aurora… sabias palabras han salido de tu boca. No necesitas saber más. Tú sola te has contestado. Has sacrificado lo que en estos momentos para ti es tan importante y necesario. Lo has hecho por los demás. Vuelve a casa. Y recuerda, tú sola te has contestado. En tus manos está el llevar a cabo tu sueño.

Aurora asiente y se gira. Al hacerlo nota que algo la entorpece. Se siente diferente. Camina hacia su abuela que la espera. Estaba más cerca de lo que creía. Su abuela al verla se tapa la boca sorprendida. Junto a ella hay un arroyuelo y Aurora que siente sed va a beber. Entonces ve sorprendida que ha cambiado. Es mayor. Su pelo se ha vuelto largo. Sobre el fondo negro se ven pequeñas florecitas blancas, jazmines. De su espalda salen dos gráciles alas anaranjadas, como su vestido. Ya sabe cuál es su poder. ¡Y es maravilloso! Lo nota por todo su cuerpo. ¡Su poder es el entusiasmo! Dará ilusión a los niños. Les dará fuerza para aprender. Y lo hará de una bella forma…

     Cada vez que escuchéis hablar de la “Aurora Boreal” o de la “Aurora Austral”, sabed todos que en realidad es Aurora que acaba de ayudar a otro niño. Cuando en el cielo se reflejan esos bellos colores mágicos, no sólo los niños, también los adultos se sienten llenos de vida y vuelven a creer en la magia. Sienten de nuevo energías renovadas. Ilusión. Entusiasmo. Sienten a la bella Aurora.



Campanitas Violetas 

El Hombre de Fuego

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     Marcos notaba como empezaba a marearse. El humo era muy espeso y prácticamente no le dejaba respirar. El fuego se extendía con rapidez y no había tiempo que perder. Intentaba avanzar dentro de lo posible, sabía que en alguna parte de esa vieja casona estaba el anciano, pero ¿dónde?

     Las sirenas sonaban por doquier y sus compañeros se iban replegando. El capitán había dado la orden de no volver a entrar porque el edificio amenazaba con derrumbarse de un momento a otro, pero Marcos sabía algo que los demás no. Sabía que Ernesto estaba allí, aferrado a un recuerdo y a una idea que quería acelerar. Como hombre, como esposo, podía entenderlo, no era nadie para juzgarlo. Como bombero tenía una misión. Salvar su vida, aunque con ello estuviese poniendo en peligro la suya.

-¡Ernesto! ¡Ernesto, por favor! ¿Dónde está? ¡Esta no es la solución, y lo sabe!

     Era inútil. Prácticamente ya había recorrido toda la casa y no había rastro de él. Tal vez finalmente no se encontrase en ella cuando el fuego comenzó a propagarse. Tal vez le dio tiempo a escapar de aquel infierno. Tal vez estuviese agazapado rezando para que todo terminase pronto y poder reunirse con su querida Carmen.

-¡Ernesto, por favor! ¡No me iré de aquí sin usted! ¡Hágalo por mi mujer y mis hijos! ¡Ernesto!

Mientras buscaba desesperadamente y comprobaba asustado como su tiempo se agotaba, Marcos recordaba lo ocurrido hace unos meses…

Había perdido la fe. Totalmente. Había perdido la fe en su Dios, en su trabajo, en sí mismo. Hubo un gran incendio. Marcos llevaba trabajando como bombero doce años. Había visto situaciones complicadas, había ayudado a personas que se vieron inmersas en un horror. Personas que sobrevivieron y personas que no. Había ayudado a sacar personas de vehículos tras un accidente. Apagado incendios. Había disfrutado con los simulacros que hacían en el colegio de su hija Esperanza para explicar a los chicos qué hacer en caso de incendio.

La mayor parte de su trabajo siempre había sido gratificante. Venía de una familia en la que su padre y su abuelo habían sido bomberos. Curiosamente, su abuelo murió en un incendio y eso no le había ayudado mucho a él cuando llegó el momento de confesar que quería seguir la tradición familiar.

Su padre, no le ayudó demasiado. Era un trabajo donde no sólo se extingue una ardiente llama y se salva un edificio. Es un oficio donde se salvan vidas humanas y ello es lo más hermoso que se pueda hacer. Pero a la vez, por muchas medidas de seguridad que se lleven a cabo, es un oficio peligroso.

En aquella gran ciudad cada vez era más peligroso. Ancianos que se dejaban la estufa puesta, amas de casa que corrían alocadas y se olvidaban desenchufar o desconectar algún aparato eléctrico defectuoso, niños que jugaban con fuego…

Definitivamente no fue fácil para Marcos convencer a su familia. Pero al final tuvieron que respetar su decisión, incluida su madre, que estuvo casi un mes sin hablarle hasta que comprendió que su hijo necesitaba hacer aquello.

El primer suceso, curiosamente un accidente de coche. Un matrimonio viajaba en aquél vehículo. Jamás olvidaría sus caras, sus nombres, el rostro de ella, el rostro de él, la angustia… Ernesto y Carmen eran el matrimonio en cuestión.

Un desgraciado accidente que puso fin a la vida de Carmen. Ernesto se consideraba culpable de ello. Habían tomado unas copas y marchaban de regreso a casa. Todo iba bien. No estaban ebrios. Al menos no de alcohol. Más bien iban pensando en la prisa que tenían por llegar para poder apagar otros fuegos. Llevaban toda una vida juntos. Pero se procesaban un amor que había perdurado al cuidado de los mayores, al cuidado y crecimiento de sus dos hijos que ya se habían independizado, había perdurado y se había fortalecido con el tiempo.

Sueños de viajes, paseos, cuidar a los nietos… hermosos planes que no pudieron realizarse. Carmen perdió aquella noche la oportunidad de ello. Ernesto perdió aquella noche la oportunidad de seguir viviendo. Quedó destrozado. Marcos no había podido olvidar el dolor en su silencioso rostro.

La vida a veces nos hace vivir situaciones complejas. Curiosamente Marcos conoció unos años después a Sonia. Fue prácticamente un amor a primera vista. Aquella chica le volvió loco nada más conocerla. Su belleza no era la típica belleza de película, más que bella era bonita. Por dentro, era el ser más hermoso que jamás hubiese podido conocer. Sonia era simplemente maravillosa. Amable, encantadora, simpática, con sentido del humor… y del amor. Llevaba años intentando sacar a su abuelo de un trance que veía imposible.

El día que Marcos descubrió que Sonia era nieta de Ernesto casi se quedó sin habla. Que curiosa es la vida, como nos muestra caminos y prácticamente nos empuja a ellos. El hijo mayor de Ernesto y Carmen tenía ya una hija de quince años cuando ocurrió aquél trágico accidente que sesgó la vida de Carmen. Sonia había intentado desde entonces lo que todos los demás habían dejado de intentar. Ella no. Ella no tiraba la toalla. Amaba a sus abuelos. Sabía que Carmen no habría querido que su amado Ernesto se dejase ir.

Sonia le vigilaba constantemente. Ernesto se había vuelto taciturno. Solitario. Se había mantenido lejos y a la vez había alejado de sí mismo a toda la familia. No quería ver a nadie. Sólo quería dejarse morir enterrado en recuerdos. Pero Sonia tenía la cabeza dura y el corazón enorme. No le iba a permitir esa barbaridad. Intentaba una y otra vez hacerle ver que la vida continuaba. Intentaba que comprendiera que Carmen habría deseado que mantuviese el contacto con todos. Intentaba que se diera cuenta de lo importante que era para ella. Y casi lo consigue.

Ernesto empezó poco a poco a salir algo del caparazón. Intentó integrarse aunque una parte de él jamás salía de su vivienda. Incluso permitió que Sonia llevase a su novio, a aquél maravilloso chico del que no dejaba de hablar para conocerle. Cuando vio a Marcos y Marcos lo vio a él, los recuerdos que jamás se habían marchado volvieron para uno y para otro como un remolino que los envolvió.

Marcos no volvió a visitar a Ernesto. Sabía que para él era difícil y no quería complicarle la vida a Sonia. Por otro lado, su amor crecía cada vez más. Crecía y crecía hasta el punto de casarse con Sonia. Seguía creciendo y también creció la unidad familiar. Nació su primera hija, Esperanza. Aún recordaba ese maravilloso día. Y el orden de los acontecimientos. Primero, el nerviosismo y el miedo por el parto, la cara de Sonia, su dolor, porque ¿miedo? Si lo tenía no lo manifestó. Luego, el hermoso rostro de su hija. Esa nueva vida, esa felicidad y ese gozo en el pecho. Se sentía lleno, pleno. La cara de felicidad de Sonia. La unión de ambos. Eran una familia. Y luego… aquel inesperado visitante que llegó al hospital a conocer a su primogénita. Ernesto.

Al parecer, cuando las contracciones empezaron Sonia llamó a Marcos, y después a Ernesto. Ernesto hizo acoplo de valor y de fuerzas y se presentó en el hospital. Esperó pacientemente las horas necesarias. Por Sonia, estuvo y mantuvo el tipo junto al resto de familiares que esperaban. Por Sonia, esperó y conoció a su primera bisnieta. Hija de aquél hombre que no fue capaz de salvar a su Carmen. Por Sonia y por aquella nueva vida que se parecía mucho a su Carmen del alma, Ernesto por primera vez en años comprendió que Marcos había sido un simple peón en aquella partida de ajedrez que le costó la vida a su esposa. Comprendió que él sólo intentó salvar la vida de ambos aunque ello no fuese posible.

Se sintió en paz y decidió que ya era hora de dejar de echar culpas a quién no las tenía. La culpa la tenía él por haber bebido, aunque hubiese sido poco. La culpa la tenía él por no haber visto aquel camión que salió de la nada. La culpa la tenía él por ir conduciendo. Si hubiese conducido ella tal vez se habría salvado aunque él hubiese muerto. La culpa la tenía él por haberla sobrevivido.

Así comenzó una nueva etapa en la que si bien Ernesto deseaba morir, debía vivir. Aquella niñita, Esperanza, se parecía cada día más a Carmen. Eso hizo que comenzase de nuevo a salir, que comenzase a dar breves paseos, incluso que comenzase a visitar a su nieta y su bisnieta cuando el avanzado segundo embarazo de Sonia no la dejaba moverse. Ese segundo embarazo de mellizos, por cierto.

Y nacieron Luis y Pablo. Hermosos, sanos, encantadores. Ahí estaba Ernesto. Sin muchas fuerzas, pero dispuesto a disfrutar en la medida de lo posible de esos dos nuevos angelitos. Había descubierto que Marcos era un gran hombre, sí señor. Su nieta no había podido escoger mejor. Ahora además le necesitaba más que nunca. Ya tenía tres hijos. Estos dos últimos iguales y recién nacidos. Y luego estaba el problema de Marcos.

Un mes antes de nacer los pequeños, hubo un gran incendio. Marcos no pudo salvar a su compañero. No es normal que esto ocurra porque las medidas de seguridad son muchas, pero fue un fuego tan bestial que devoró al compañero de Marcos y éste se sintió tan profundamente culpable que dejó de ejercer de bombero.

Se sintió tan mal, tan cansado y tan abatido, que por un momento olvidó a toda la gente que había salvado y sólo consiguió recordar a los que no había podido salvar. Ello le condujo a un estado de shock, que ni el amor de Sonia ni el nacimiento de sus pequeños consiguieron aliviar. Sentía frío por dentro y se veía incapaz de volver a vestir el uniforme y sentir tal pasión por su trabajo que eso hiciese que olvidase el miedo y los riesgos.

Ernesto comprobó con dolor como su nieto político se apagaba. Conocía los síntomas bien. Se dio cuenta con gran horror como él había hecho lo mismo y había sometido a sus seres queridos al mismo dolor que ahora sufría Sonia al no poder ayudar a su esposo. Ello le dio la idea.

De una forma realmente premeditada, sin miedo a que la cosa saliese mal, pues sabía que lo único que podía perder era la vida, lo programó todo. Sabía que Marcos seguía sintonizando y seguía en contacto con sus compañeros. Sabía que si su casa se prendía fuego, el aviso llegaría a Marcos. Sabía que Marcos haría lo imposible por salvarlo.

Por ello, aquella tarde visitó a sus nietos. Luego, se preparó una maravillosa cena. Cenó con velas. Hacía frío. Curiosamente aquella tarde hacía frío. Encendió la estufa. Colocó ante sí un retrato de su amada Carmen. Cenó tranquilamente escuchando música clásica. Después, sin miedo, como aquél que no tiene nada que temer, con una sonrisa en sus labios dejó caer la estufa… ¡Maldito sistema de seguridad! ¡Al caer, se apaga! No importa. Dejó caer las velas, y por si no fuese suficiente, arrimó una de ellas a una cortina. Su casa estaba aislada. No había peligro de que ninguna casa colindante prendiese. Nadie más sufriría. Después, cogió la fotografía de su amada y se dirigió a su dormitorio. Con suerte, el humo lo dormiría antes de que llegase el fuego. Prácticamente en el último instante temió. ¿Y si Marcos no hacía nada? ¿Y si todo aquello no servía para nada? Al menos se reuniría con su Carmen. Sin embargo, lo primero que sintió antes de que el humo lo durmiese, entre aquellos espasmos de tos, notó el espasmo de miedo. De pronto no quería morir. Pensaba en Sonia, en los pequeños, en Marcos. En Esperanza… ¿Qué había hecho? ¡Madre mía! ¡Qué locura había hecho! Y perdió la consciencia.
* * *

Marcos estaba como cada noche leyendo un cuento a Esperanza para que se durmiese pronto. Los pequeños necesitaban muchos cuidados ahora y al menos le mantenían la mente alerta. Se sentía mal. Jamás sería capaz de regresar a su mundo. No podría volver a hacer de bombero.

En esos pensamientos estaba cuando escuchó las sirenas y oyó la alerta. ¡No podía ser! ¡Era la casa de Ernesto! No lo pensó ni durante una fracción de segundo. Todo el miedo que había estado atenazado en su pecho se esfumó de golpe y un nuevo y renovado valor entró en él. Estaba aterrorizado y a la vez, una fuerza interior le impulsaba sin lugar a dudas.

     Llegó al lugar de los hechos a la vez que sus compañeros. Rápidamente se colocó uno de los monos y un casco. Siempre llevaban de más en el camión. Sin pensarlo un segundo entró en aquel infierno. Todo se complicó. La casa comenzó a ceder. Demasiadas vigas de madera. Demasiados años. Pero él no cesaría en el empeño. Lo salvaría como fuese. Entonces lo vio. Y comprendió. ¡Viejo cabezota! Lo cogió en brazos. Prácticamente no pesaba. Jamás estuvo seguro de qué paso. Juraría que la cosa se puso relativamente fácil una vez que encontró a Ernesto. Juraría que alguien le había ayudado. El caso, es que salió a aquel frío hermoso, salió a la noche abierta con Ernesto en sus brazos, abrazado a un retrato, y vivo.

     Rápidamente le aplicaron los primeros auxilios y le colocaron la máscara de oxígeno. Poco a poco, Ernesto abrió los ojos y una leve sonrisa afloró.

-Gracias Ernesto. Me ha salvado usted la vida.
-De nada nieto. Creo que ha sido al revés. Tú y Sonia me la habéis salvado a mí. Y no me refiero a esta noche.

Marcos le cogió la mano y subió con él a la ambulancia que acababa de llegar. Un nuevo comienzo les aguardaba a ambos. A partir de ahora, todo iría bien.


Violeta 

Piensa en Rosa

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El rosa, qué color más incomprendido. Si lo visten las chicas es que son cursis, si lo visten los chicos es que son gays. Si eres pequeña y dices que te gusta es que eres una presumida y se ríen de ti y si dices que te gusta de mayor es que eres presumida y se ríen de ti (a tus espaldas, claro, porque si se ríen a la cara ahora les pegas un buen puñetazo). 

Ante esto, cuando eres pequeña y te encanta el rosa (como es mi caso) tienes una muy buena opción: cambiarte a una tonalidad más oscura (ya das una apariencia más gótica, ja, ja), el morado. El morado ya no es de "niña" (ja, ja, esta escusa siempre me ha hecho mucha gracia, porque yo, que siempre he sido muy diplomática, cuando me decían eso, les respondía que es que yo era una niña y entonces era lógico que me gustara ¿no?) así que puedes decirlo a los cuatro vientos, con voz en grito y nadie te juzga. Qué cosas. 

Pues bien, ahora tengo 22 años así que creo que estoy en la edad justa para "poder" decir que me gusta el rosa, y que, digan lo que digan, es un color muy favorecedor y rejuvenecedor. Así que, lo siento mucho por los que piensen en lo socialmente correcto porque se están perdiendo muchas cosas.

Para demostrar a lo que me refiero, os enseñaré una barra de labios, un gloss, y una laca de uñas rosas que me compré hace poco y que pienso ponerme muchas veces, después de todo, cuando la vida es maravillosa es cuando es de color de rosa.



Barra de labios número 01 de la línea cremosa de Deliplus


Gloss labial número 06 de Deliplus, con SPF 6

Barra y gloss juntos quedan fenomenal

Laca de uñas número 377 Apple Blossom de KIKO

Halloween

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Otra vez más noche del día 31 de octubre. Elena prepara la cena para su familia. Su marido, Óscar, aún no ha llegado y los peques Luis y Ana están arriba preparando sus disfraces para empezar con el tradicional “truco o trato” de cada año. Probablemente este año la Sra. Martínez sí haya comprado caramelos porque los pequeños de la Sra. Robinson le regaron la fachada de huevo. Fue de muy mal gusto, la verdad, pero a veces los chavales se emocionan de lo lindo.
Luis se ha vestido de vampiro, disfraz fácil de hacer y además divertido por lo de la pintura en la cara. Por supuesto Ana se ha vestido de bruja porque va más con su coquetería. Evidentemente no se ha vestido de una bruja cualquiera con una gran verruga en la nariz, sino de una bella brujita de culito respingón y dos grandes coletas. Para algo a sus cinco añitos los mantiene a todos a raya en el cole.
Este año, incluso Óscar se ha entretenido adornando el porche con esqueletos, calabazas y todo lo propio de la época en sí. Por su parte, Elena se ha limitado a ponerse un vestido negro y recogerse el largo cabello en un moño pintándose una mecha blanca en el pelo. Se ha puesto unas medias de rayas moradas y un sombrero que al igual que los zapatos tiene una enorme hebilla. Sí, la familia está preparada para celebrar la fiesta de Halloween.
Todos están preparados cuando oyen sonar el timbre. Perfecto, ya comienza el habitual desfile de niños. No pasa nada. Elena tiene todo un repertorio de caramelos y bombones preparados para entregar a los pequeños conforme vayan llegando. Sin embargo, al abrir la puerta se queda de piedra, pues en ella no hay niños pequeños, sino su tía Dora, a la que lleva sin ver desde hace casi diez años. Es más, Dora ni siquiera conoce a los niños.
-Hola Elena. ¿Qué tal? – suelta como si tal cosa.
-¿Tía Dora? No puedo creerlo.
-Lo sé querida. Lo sé. Pasaba por aquí y decidí visitaros. Al fin y al cabo aún no conozco a mis sobrinos.
El aspecto de Dora era un poco siniestro. La mirada que lanzó a los pequeños hizo que éstos se escondieran tras las faldas de su madre mientras Oscar ponía cara de pocos amigos.
-Oh, querida. Parecen tiernos… quiero decir, ¡encantadores!
-Tía Dora, no sé a qué se debe tu visita, pero me parece muy inapropiada teniendo en cuenta el día que es hoy.
-¿Hoy? ¡Ah, Halloween! – y suelta una carcajada tremendamente sonora y escalofriante-. ¿Y qué mejor día que hoy, querida?  Quiero recordar que tú y yo teníamos un trato, ¿no es así? O… acaso no hace hoy siete años que nació el pequeño Luis…
-Vamos tía, por favor, estás asustando a los niños. Puedes pasar y quedarte a cenar pero luego tienes que irte. Lo siento, los niños y yo tenemos cosas que hacer.
-¿Y tu maridito?- pregunta la tía Dora mirando a Óscar como si fuese un plato de asado.
-Mi marido también viene con nosotros. Esta noche no es segura para nadie.
-¡Tonterías!- Y dicho esto se cuela en la casa y se dirige directamente al salón como si conociera la casa de toda la vida. Ya en el interior los niños se percatan divertidos de que lleva unas medias como las de su madre pero en color naranja, ¡qué divertido! Y escalofriante…
Suena el timbre e inmediatamente la tía Dora pone cara de fastidio.
-Por favor, ¡quién osa interrumpir nuestra reunión familiar!- a continuación chasquea los dedos y cuando Elena abre la puerta los niños observan horrorizados que en el porche sólo hay dos calabazas enormes. Una de ellas con sombrero.
Ambos niños se miran asombrados y a continuación miran a la tía Dora que les sonríe mostrando sus feos dientes. Y ¡Oh, no! ¡Tiene una enorme verruga en la nariz! Pero no estaba ahí antes, están seguros de ello.
Poco a poco el aspecto de tía Dora va cambiando. Ven como se vuelve más desgarbada, su nariz crece y su pelo se encrespa. Incluso parece tener chepa y su cara se arruga como una pasa.
-Sabes que los necesito Elena- susurra tía Dora con los ojos inyectados en sangre y mirando fijamente a los niños que lo observan todo aterrorizados.
-Sólo son niños. Puedes tener a otros, éstos son míos. Mis niños.
-Por eso los quiero. Me lo prometiste. ¿Recuerdas?
     Óscar que hasta ahora se ha mostrado más o menos alejado del tema piensa que ya es hora de intervenir y se decide a pedir a la tía de Elena que se abstenga de hacer bromas que puedan asustar a los niños, porque evidentemente, todo eso debe ser un teatro que ha preparado la bromista de Elena, pero ciertamente se están pasando, pues los niños están realmente aterrorizados. Cuando intenta abrir la boca se da cuenta horrorizado que de ella no sale sonido alguno. Se lleva ambas manos a la garganta y mira totalmente aterrorizado a Elena que a su vez se lleva una mano al pecho, angustiada.
     No puede ser. Hace muchos años de aquello. Ella jamás creyó de verdad que su tía Dora fuera una bruja como decía la gente del pueblo y cuando hizo aquella promesa no la hizo pensando que tuviera que cumplirla.
-¿Tía Dora? ¿Podemos hablar en privado, por favor?
-Claro querida, como no.
Los niños se quedan en el salón junto a su asustado padre que se ha quedado totalmente inmóvil frente al televisor que tampoco tiene sonido. No saben que pensar. Su dulce madre se ha metido sola con esa tía-bruja en la cocina y tienen miedo.
-Tía, no puedo creer que de veras vengas a por Luís.
-Claro que sí Elena. Así me lo prometiste el día en que te ayudé a cortejar a tu maridito. Te di un filtro de amor y te dije que tenía un precio. Luís ya tiene siete años, y dentro de dos años vendré a por la pequeña Ana. Lo prometiste y has de cumplirlo o tendrás que atenerte a las consecuencias.
-No puede ser. Esto tiene que ser una pesadilla.
-¡No digas bobadas! ¡Tendréis más hijos! Pero estos dos son míos, y lo sabes. Si te niegas, morirán los tres.
Elena notó ese sudor frío característico. Jamás pensó que aquel momento llegase de veras. Sabía perfectamente que tía Dora podía hacer lo que quisiera. Su poder era muy fuerte. Además, esas dos calabazas enormes del porche eran niños. Lo sabía. Los olía bajo la calabaza. Los olía. Igual que olía más cosas. Olía la salamandra que estaba oculta tras el macetero del porche. Olía el minúsculo ratón que intentaba alimentar a sus crías en el agujero del sótano. Olía y escuchaba el ruido que hacían las patitas de la araña que tejía su tela en el sótano aprovechando el polvo, la suciedad y la oscuridad. Lo olía, lo escuchaba, lo sentía y hasta lo veía todo. Absolutamente todo.
-Bien, tía Dora. Me temo que tú lo has querido así.
Demasiado tarde Dora comprendió que estaba ante ella. ¡Su sobrina era ella!  ¡Tenía el poder más fuerte que jamás había apreciado en otra de su rango! Era la suma sacerdotisa…
Notó como poco a poco su boca se secaba y el agua estaba cada vez más lejos. Notó como su cuerpo se empequeñecía mientras veía a Elena refulgente y escuchaba aquél cántico malvado que la envolvía y la ahogaba. El cuerpo de Elena se elevaba un metro sobre el suelo y sus ojos se habían vuelto de un intenso color rojo sangre.
Aterrorizada intentó salir de aquella cocina infernal mientras sus piernas aún le respondieran pero al salir al salón se encontró con tres monstruos enormes de dientes afilados, grandes colmillos y sed de sangre en la mirada…
El mayor de los monstruos emitió un fuerte gruñido antes de partirla en dos de un zarpazo. Un trozo para cada pequeño monstruo sediento de sangre que le acompañaba. Mientras, impasible y encantada, la suma sacerdotisa malvada los miraba con admiración. Sus retoños engendrados de la más pura maldad. ¡Los adoraba!

Un poco más tarde, una adorable familia compuesta por cuatro miembros paseaba tranquilamente por las calles del pueblo. Elena sonreía con su angelical sonrisa a todos los pequeños que se iba encontrando. Los miraba, les sonreía y los olía… Óscar dirigía a sus pequeños a casa de la señora Martínez. Se había vuelto a olvidar de comprar caramelos. Ésa señora no tenía respeto por las tradiciones, tal vez la visitase más tarde. No había podido cenar adecuadamente. Tenía hambre. Sus hijos sin embargo ya habían cenado. Se encontraban a gusto y hartitos, aunque realmente estaban pensando tomar de postre un par de enormes calabazas que habían dejado en el porche.
Sí, definitivamente, era una bonita noche de “Halloween”. Adoraban esa celebración. Por supuesto, la gente se lo toma a broma, pero nunca se sabe donde puede haber una familia que se tome en serio las tradiciones y las practique. Siempre con discreción. Pensarlo antes de llamar a las puertas de vuestros vecinos a pedir… caramelos.
¡Feliz Halloween!


Violeta