Imaginación


     La joven Beatriz se desperezó lentamente. La siesta le había sentado muy bien. La universidad la estaba dejando agotada con tantos exámenes y tantas horas de estudios.

     Había quedado con su amiga Ana para estudiar, pero finalmente, Ana la llamó explicándole que no podían verse, algo de última hora que le impedía salir de casa. A ellas les gustaba ir a estudiar a la biblioteca. Bueno, en general, Beatriz adoraba ir a la biblioteca.

     Beatriz era una muchacha de veintidos años, de un metro setenta de altura, hermosos ojos pardos y pelo color castaño. Le gustaba hacer deporte, pasear, leer, el cine, pero sobre todo, la naturaleza. Adoraba las actividades al aire libre.

     Muy cerca de su casa había una gran arboleda. A ella le gustaba dirigirse hacia allí y soñar que aquella arboleda se transformada en un gran bosque encantado.

     Aquella tarde, decidió descansar un poco y luego ir a dar un paseo para relajarse. Tumbada como estaba en el sofá, con las persianas echadas pero dejando pasar un poco de luz a través de los orificios, Beatriz observada el halo de luz que pasaba delante suya en la que se veían millones de micropartículas de polvo.

     Como una especie de juego, avanzó la mano y la metió en el haz de luz. Maravillada veía como la luz se reflejaba en su piel y sonrió. Parecía arte de magia. Sonreía mientras observaba como su mano traspasaba aquella barrera invisible formada por las partículas y veía como la tonalidad de su piel cambiaba a razón de la intensidad de la luz.

     Tan absorta estaba en aquel juego que cuando se percató de que algo o alguien tiraba de ella ya era demasiado tarde. Poco a poco fue arrastrada inexorablemente como si de una succión se tratase hacia ese halo de luz.

     Intentó gritar, pero el sonido no existía. Cuánto más intentaba chillar, más inútiles eran sus esfuerzos y a la vez más agotada se sentía.

     Aquel rayo de luz inocente se había transformado en un mecanismo de succión arrollador. Cuando Beatriz pudo reaccionar y volver a respirar con normalidad, se dio cuenta de que era diminuta y volaba junto a las partículas hacia algún lugar desconocido.

     Curiosamente fue consciente de que no sentía vértigo. A ella le daban miedo las alturas, pero en este caso, estaba disfrutando entre comillas del viaje. No entendía lo ocurrido y tenía miedo a qué podía pasar ahora, pero lo cierto y verdad es que era agradable observarlo todo desde arriba.

     A su alrededor se escuchaban risas y pronto empezó a vislumbrar caras sonrientes.

-          ¡Hola! Eres humana ¿verdad? – preguntó una motita de polvo.
-          Si. O eso creo – contestó una Beatriz alucinada.

Varias motitas de polvo empezaron a reír al unísono.

-          Y ¿no sabes por qué estás aquí?- preguntó otra con cara de pilluela.
-          Pues no, la verdad. ¿Esto es real?
-          Pues claro tonta. Siempre pasa igual, ¿porque los humanos tenéis tan poca imaginación?

Beatriz pensó en tres o cuatro cositas que contestarle, pero se abstuvo de ello, al fin y al cabo ¿estaba hablando con una mota de polvo?

     El ascenso continuó y pronto Beatriz fue cegada momentaneamente por la luz del sol. Admirada por todo lo que veía y que casi no era capaz de asimilar, continuó su camino hasta que se dio de bruces con algo firme y verde que resultó ser una hoja de un árbol.

-          ¡Te quedas aquí! – le gritó una de las motas que la acompañaban.
-          ¡Disfruta! – añadió otra.
-          Adios amigas- se despidió Beatriz.

Desde aquí el paisaje era muy hermoso. Multitud de tonalidades verdosas la rodeaban. Normalmente pasaba mucho tiempo admirando la naturaleza y se fijaba en multitud de detalles, pero ahora, con este tamaño, era consciente de otras cosas distintas. Del tacto rugoso de aquella hoja que la sostenía, del olor intenso y fresco que despedía, de lo cerca y apiñada que se encontraba con las demás.

-          Cuidado querida- escuchó una voz – de nuevo sopla la brisa y volverás a volar.
-          ¿Quién eres?
-          La hoja en la que estás. Encantada. ¿Qué te ha pasado? La última vez que te vi eras bastante más mayor.
-          Si, así es. No sé lo que me ha pasado. Aún no he podido asimilarlo.

Beatriz estaba absorta entablando conversación con su nueva amiga cuando de pronto soltó un alarido terrible.

-          ¡Por todos los leños del mundo! ¿Qué clorofila te pasa?- le preguntó la hoja.
-          ¡Un, un, un… monstruo enorme se acerca!

Ante sus ojos un horrible y terrorífico monstruo inmenso, largo, gordo y aparentemente viscoso, se acercaba a una velocidad de vértigo hacia ella. Su cuerpo de color marrón oscuro… era precioso visto más de cerca. Es más, pasó junto a ella, rozándola, y comprobó que lo que parecían púas asesinas eran pequeños pelitos que le hacían cosquillas. El cuerpo del monstruo tenía infinidad de colores, era ¿precioso?

-          Ah, te refieres a Orlando, la oruga. – dijo la hoja con despecho.
-          Con este tamaño no parece una oruga, sino un depredador inmenso- alegó la joven Beatriz.
-          Bueno, personalmente debería aterrorizarme teniendo en cuenta que soy una de sus comidas preferidas, pero hemos hecho un pacto y se dedica a usarme como puente.
-          Ya veo, ya.

En eso que uno de los pelillos de Orlando la enganchó y se la llevó con él.

-          ¡Socorro! ¡Socorro!

Una cosa era volar, o dejarse caer grácilmente sobre la hoja de un árbol. Otra muy distinta era formar parte del cuerpo de una oruga. No podía evitarlo, le daban un asco impresionante. Por muchos colores que tuviese.

-          ¡Deja de gritar desagradecida! – exclamó Orlando- te estoy llevando a lugares nuevos y hermosos.
-          No importa, de veras. Gracias, ¿pero podrías dejarme de nuevo sobre una hoja?
-          Puedo intentarlo, pero te vas a perder una experiencia única. Uy, esto es resbaladizo…

Cuando Beatriz quiso darse cuenta iban derechitos al suelo ¡desde mucha altura! ¡Se iba a matar!

Orlando se hizo un ovillo y se las arregló para caer dejándola a ella en la parte de arriba para que no se dañase.

-          Muchas gracias. ¿Te has hecho daño?
-          No querida-  contestó él riendo – estoy muy acostumbrado a caer. Lo que me da miedo no es la altura, sino los humanos. No sé qué pasa, pero suelen verme y después de soltar un gritito estúpido, intentan pisarme a toda prisa. Es increíble que poca consideración.
-          Lo siento. Vuestro aspecto es algo incómodo para los humanos. – intentó excusarse.
-          A mí tampoco me gusta tu aspecto. Eres demasiado lisa para mi gusto. Tu cuerpo es resbaladizo en comparación al mío, y esas cosas que tienes ahí…
-          Cabello. Es el cabello.
-          Me resulta extraño que lo tengas todo ahí junto, en lugar de distribuido por todo el cuerpo como yo. Y…
-          Vale, vale. Me hago una idea. Lo siento. Ojalá pudiese decir a los demás que tuviesen más cuidado con vosotras, pero no creo que nadie me escuche ahora.
-          Te equivocas pequeña.

Una nueva brisa sopló y Beatriz se vio de nuevo elevada por el aire y esta vez al aterrizar notó un frío intenso. De pronto todo su cuerpo se encontraba sumergido y tuvo que intentar emerger. Estaba hundida en agua que se agitaba nerviosa a su alrededor y la enviaba una y otra vez contra el fondo. Y ella no era buena nadadora.

-          Sujétate a mí – le dijo una cantarina voz.
-          Gracias. ¡Ay!, no puedo sujetarme.
-          Inténtalo de nuevo. Al principio es difícil. Monta sobre mí.

Con un gran esfuerzo Beatriz consiguió sujetarse a la gota de agua que intentaba ayudarla. Estaba en un océano inmenso, estaba segura. El movimiento era constante. Sólo que ese inmenso océano resultó ser un pequeño riachuelo que corría divertido ladera abajo.

-          ¡Déjate llevar y diviértete! – le aconsejó su nueva amiga.
-          ¡Guau! ¡Esto es divertidísimo!

Las carcajadas no tardaron en llegar. Aquello era una experiencia única, como todas las que estaba viviendo. En ese momento tuvo algo de miedo, estaba viviendo cosas muy intensas, pero ¿qué estaba ocurriendo? ¿Por qué había encogido así? Alguien podría pisarla, o comerla, o enterrarla con un ligero movimiento.

-          Tranquila amiga, no te pasará nada. Te protegeremos. Recuerda que cuando tú vienes al bosque nos cuidas a todos. Te hemos visto quitando basurilla de cerca de nuestro arroyo. Adviertes a los demás humanos para que no arrojen basura ni colillas. Si ves un nido caído, lo coges y lo colocas en los árboles. No pisas las lombrices ni las orugas, aunque les das un buen rodeo… Nos respetas y nosotros te respetamos. Ahora formas parte de nuestro mundo y te ayudaremos a sobrevivir en él.

La joven estaba asustada, pero a la vez, empezaba a sentir alivio e incluso volvía a disfrutar de aquél divertido juego. Al menos, notaba que estaba entre amigos, aunque ni el agua, ni las hojas, ni la oruga, ni las motas de polvo, podrían salvarla de algún pájaro, o alguna hormiga que la confundiese con algo comestible.

De nuevo comenzaba a angustiarse cuando sus peores temores cobraron forma. Con la fuerza centrífuga acababa de salir del arroyo y un hermoso y enorme pájaro de colores la miraba con ojos expectantes, no estaba segura si de amigo o enemigo. Pero no le gustaba esa mirada fija.

-          ¿Tú eres comestible? – preguntó el amiguito.
-          No. Estoy asquerosa, seguro – contestó ella rápidamente.

El pájaro emitió un ruidito parecido a una carcajada.

-          Tranquila, el nido que recogiste el otro día era el nuestro. Mi esposa casi se muere del susto. Salvaste a mis pequeños.
-          Uf, menos mal.
-          ¿Quieres pasear?
-          ¡Sí!

Ya le daba todo igual. Al menos, si su vida iba a ser corta, la disfrutaría intensamente. Se subió sobre el pájaro y juntos comenzaron un vuelo maravilloso. Sin embargo, al pasar sobre una cabaña, Beatriz notó como resbalaba y poco a poco cayó al vacío.

Un enorme y aterrador agujero la engulló y cayó sobre algo mullido y blandito que la hizo rebotar. Empezó a sentir vértigo. Luego, un gran temblor la sacudió de forma brusca. Cerró los ojos y cuando los abrió observó atónita sobre ella a un ser inmenso que la miraba con sus grandes ojos y le gritaba algo.

-          ¡Beatriz! ¡Beatriz! ¡Despierta que tienes que ir de compras! No seas perezosa hija, ya es hora de levantarte, alza las persianas, arréglate un poco, coge dinero de la encimera y llégate al súper…

Lentamente Beatriz fue consciente de que volvía a tener un tamaño normal. El hilo de polvo ascendente ya casi no se apreciaba. Diminutas motitas aún jugaban con el sol, pero ya eran escasas. A un lado del cojín había un hermoso helecho con una pequeña oruguita en una hoja. La quitaría de ahí antes de que su madre la viera. Al ponerse derecha sobre el sofá, aún alterada de la experiencia vivida, sin darse cuenta puso sus pies descalzos sobre algo mojado. El agua del vaso que estaba sobre la mesita se había volcado y ella acababa de pisarla.

Todo había sido un sueño. Sintió tristeza. Ahora que había recuperado su vida, todo le parecía insulso. No quería volver a ser diminuta, pero había sido una experiencia maravillosa y resultó ser irreal.

Recogió la oruguita y la colocó sobre el alfeizar de la ventana, en el arriate que había en el exterior.

-          Gracias Beatriz – escuchó una pequeña vocecita.

Rápidamente miró hacia el arriate, justo a tiempo para ver como una flor le guiñaba un ojo.

-          ¡Vamos Beatriz! ¡Llegarás tarde al supermercado!

Ahora no estaba dormida. ¡No estaba dormida! ¡Todo había sido real! ¿O tal vez, seguía dormida? Elige tú mismo el final que más te guste querido amigo lector. 


Violeta

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