Una Parada en el Camino

     El viento arreciaba con fuerza y la lluvia golpeaba con furia el cristal delantero. Marisa casi no veía la carretera, el limpiaparabrisas no podía ir más rápido y la noche estaba cercana. Miró por el espejo retrovisor y se dio cuenta de que la pequeña Carolina se había dormido.

     Era absurdo continuar su camino en esas condiciones. Resultaba peligroso y además estaba algo perdida. Era imposible con aquél tiempo poder fijarse bien en las señales o en las bifurcaciones del camino. Podía ver los destellos del letrero luminoso de un hostal y notó un alivio inmenso. No le gustaba alojarse en lugares desconocidos, pero la tormenta aumentaba por momentos y era imprudente continuar en esa situación.

     Marisa detuvo el coche lo más cerca posible del porche que había en la entrada del pequeño hostal. Calculó que no debía tener más de cuatro habitaciones. Daba más la sensación de una gran casa que de un hotel aunque fuese pequeño. No quería dejar sola a Carolina en el coche. Sólo tenía dos años, era demasiado pequeña. Podía despertar y asustarse. Por ello, la cogió en brazos con sumo cuidado para intentar no despertarla a pesar del frío y del ruido exterior. La envolvió en una manta de viaje que llevaba en el vehículo y procedió a entrar en el hostal.

     Nada más cruzar la puerta sintió escalofríos. El lugar era bastante humilde y oscuro. Parecía un edificio bastante antiguo, o tal vez descuidado. Por la noche todos los gatos son pardos y estaba bastante oscurecido ya.

     Con precaución se acercó a un pequeño mostrador que se veía en la entrada y tocó una pequeña campanita. Que pintoresco. Acto seguido se escuchó un “¡Ya voy!” y lo que parecía el arrastre de unas babuchas por el suelo de terrazo. La poseedora de esas babuchas apareció a su vez. Una anciana cabizbaja se acercó a ellas y tras mirar primero a la pequeña y luego a la adulta, se colocó tras el mostrador.

-          ¿En qué puedo ayudarles? – les preguntó con su voz cansada pero dulce.
-          Necesito una habitación para pasar la noche. Nos sorprendió la tormenta y es imposible continuar con este tiempo. Me bastará con una cama grande. Mi hija y yo podemos dormir juntas.

La anciana asintió y abrió un cuaderno que tenía apoyado sobre el mostrador.

-          No hay ningún problema. Sólo tenemos otro huesped y ustedes. Si quiere, puede cenar con nosotros dentro de… digamos una media hora. Hay sopa.
-          Gracias, muy amable. Nos vendrá bien si consigo despertar a mi pequeña.

De nuevo, la anciana volvió a asentir y un hombre de unos sesenta años salió de la misma puerta de donde antes había salido la propietaria.

-          Este es mi hijo. Le indicará cuál es su habitación.
-          Gracias de nuevo. Cuando baje a cenar abonaré la habitación. Mañana queremos partir temprano.

Un nuevo asentimiento de la anciana dio por concluída la conversación por el momento.

Marisa comenzó a subir la escalera que daba a la planta superior. Sostenía con fuerza a su pequeña. El lugar era en verdad siniestro y temía que como si de una pelicula de terror se tratase, alguna mano negra emergiese de las sombras y le arrebatase a la pequeña Carolina.

Ya por fin a salvo en la que iba a ser su habitación, madre e hija pasaron al interior. El señor que les había subido la única maleta que portaba consigo no era muy hablador. Es más, cuando llegó a la habitación dijo un escuálido “Aquí es”. Acto seguido entregó la llave a Marisa y se marchó.

     Era una habitación pequeña pero parecía cómoda. Alguna mancha de humedad unida al olor característico de la misma, le confería un aire algo macabro unido al sonido de la tormenta del exterior. Pero al fin y al cabo era un refugio. Cogió el móvil para llamar a Raúl, su marido. No había señal. ¡Que mala suerte! Tenía que avisarle o él se preocuparía al ver que no llegaban.

     En eso que la pequeña se despertó y acaparó toda su atención. Se lavaría las manos y bajarían a tomar algo de esa sopa. Luego sería cuestión de dormir unas horas y marcharse lo más temprano posible. El lugar no le inspiraba demasiada confianza.

-          Carolina, quédate aquí sobre la cama. Ahora mismo regreso cariño. Mamá va a lavarse las manos y bajaremos a cenar algo.
-          Ena, hambe…

Tras el sólido argumento de la niña, Marisa entró en el baño. ¡Señor! Un alivio inmenso entró en su cuerpo cuando comprobó que a pesar de ser antiguo estaba realmente limpio. Menos mal. Las toallas no estaban recien colocadas, era obvio, pero se veían limpias. Con suerte, llevarían poco tiempo puestas. Sin pararse demasiado a pensar se lavó las manos y procedió a secarlas.

-          Bueno tesorito, vamos a cen… ¿Carolina? ¡Carolina!

La cama estaba vacía. No había rastro de la pequeña por ningún lado de la habitación y Marisa corrió despavorida al pasillo. Tal vez no había cerrado bien la puerta y su hija había salido al exterior. Los niños son inquietos por naturaleza. Nada. No había nadie.

Como si la vida le fuese en ello comenzó a gritar como una posesa pidiendo ayuda. Rápidamente, la puerta de al lado se abrió y salió un señor de unos cincuenta años. Su rostro mostraba el desconcierto al escuchar los gritos de la joven madre. El hijo de la dueña también subió de momento. Casi no se entendía lo que la joven decía, no paraba de repetir “¡Mi niña! ¡Mi niña!”, una y otra vez.

-          Señora, por favor, tranquilicese. Soy médico – le dijo el desconocido - ¿qué le ocurre a su niña?
-          Ha desaparecido. La dejé sobre la cama y no está. ¡He mirado por todos lados!
-          ¡Niña! ¡Qué niña!- gritó el hijo de la propietaria con su voz ronca.- ¡La he visto llegar este mediodía y venía sola!
-          ¿Qué? ¡Qué dice!- gritó Marisa desesperada - ¡Usted acaba de subir conmigo y con mi pequeña!
-          ¿Yo? – el hombre soltó una risotada desagradable- ¿Usted cree que esto es el Plaza? ¡Por Dios señora, aquí cada uno sube solito a su habitación! ¡Y usted sólo traía una pequeña maleta en las manos!

Marisa miró desesperada al extraño que había salido de la habitación de al lado.

-          Por favor, créame. Acabo de llegar hace un momento con la tormenta. He subido con mi hija, Carolina. Sólo tiene dos años. Hemos subido a lavarnos las manos y dejar la maleta. Él nos ha acompañado. Ahora íbamos a bajar a cenar.
-          Tranqulicese señora. Bajemos si quiere. Al llegar me registré, con usted habrán hecho igual. Aparecerá la hora y si alguien la acompañó.-

Bajaron de forma inmediata la escalera. La anciana estaba al pie de la misma. Sus piernas no le habían permitido subir al escuchar el alboroto pero sentía curiosidad por saber a qué venían tantos gritos.

-          ¡Mi niña no aparece! – le gritó Marisa a la anciana a bocajarro.
-          ¿Su niña? Perdone pero usted llegó sola este mediodía. A no ser que la metiese en esa maleta tan pequeña que traía para pagar menos.- argumento la señora de mala gana.
-          ¡Pero qué dice! ¡Acabo de llegar!
-          Usted disculpe señora. Soy mayor pero no amnésica. Usted llegó este mediodía. Tomamos sopa ¿recuerda? Incluso subió a asearse, luego bajó y me pagó el hospedaje. Me dijo que se iba mañana temprano. Y definitivamente, venía sola.
-          No puede ser, no puede ser.

El otro inquilino se acercó a ella y colocó una mano sobre sus hombros.

-          Por favor, siéntese un momento. Dígame, ¿se encuentra bien?
-          Vine con mi pequeña- lloraba la joven desconsolada.
-          Permítame la pregunta. ¿Le ha ocurrido esto anteriormente? ¿Ha ocurrido en su vida algún suceso desagradable hace poco?

Marisa le miró sin enfocar bien la vista.

-          ¿Qué tiene eso que ver?- preguntó enfadada.
-          Por favor, conteste mi pregunta. Soy médico, sé de lo que le hablo.
-          La hermana de Carolina… murió al nacer. Eran gemelas. ¡Gemelas! ¡Tengo fotografías!
-          Que Carolina exista en la realidad no quiere decir que la haya acompañado. Por favor, tranquilicese.
-          ¡Claro que me acompañaba! ¡Ibamos a casa de mis padres a pasar el fin de semana! ¡Juntas!
-          ¿Tiene alguna fotografía?

Marisa subió apresuradamente la escalera y cogió su bolso. Bajó al instante y ante todos sacó la billetera que desdobló a fin de enseñar una fotografía de ella junto a un señor de aproximadamente su misma edad.

-          ¿Ve…? ¡Oh, no! ¡Esta foto no es!

De forma nerviosa empezó a buscar, pero no había ninguna fotografía de la niña.

Abatida se sentó en uno de los escalones y se tapó la cara con las manos llorando de forma intensa.

-          Si le va a servir de algo le puedo mostrar el vídeo de su llegada. Tenemos cámaras de seguridad- aclaró de pronto la propietaria.

Una esperanza llenó a Marisa que saltó del escalón.

En unos instantes, la anciana rebobinó la cámara y en ella se veía a Marisa entrando en el vestíbulo con una maleta en las manos. Nada ni nadie más la acompañaba. En la esquina inferior derecha de la grabación aparecía el día y la hora. Día de la fecha, a las 14,30 horas.

Marisa creyó que el mundo se derrumbaba sobre ella. ¡Llevaban razón! ¡Había acudido sola! ¿Cómo era posible? De nuevo recordó a su marido. El móvil estaba en su bolsillo de cuando intentó contactar con él. Lo cogió y esta vez si dio el tono.

-          ¿Raúl?
-          ¡Marisa! ¿Qué te ocurre? ¡Llevo horas esperándote!
-          Estoy en el hostal “El cruce”.
-          ¿Qué? ¡Eso está a kilómetros de aquí!
-          Raúl, nuestra pequeña ha desaparecido.
-          Ya lo sé cariño. Tranquila.
-          ¿Lo sabes?
-          Claro mi vida. Ahora mismo voy y te ayudo a encontrarla. ¿Hay alguien contigo?
-          Sí, un doctor.
-          Pásame con él, por favor.

-          ¿Diga?- preguntó el médico al interlocutor.
-          Hola doctor. Por favor, disimule. Mi esposa y yo perdimos una hija hace un par de años y ella sigue pensando que la acompaña. Hace dos años tuvo un accidente de coche y nuestra pequeña Carolina murió. Desde entonces ya ha viajado varias veces a pequeños hostales y luego allí asegura haberla perdido. Está pendiente de ser ingresada en una clínica.
-          Comprendo. No se preocupe, yo la cuidaré hasta que usted llegué.

El doctor con toda la amabilidad del mundo pidió una infusión a la propietaria y se sentó junto a Marisa.

-          Tranquila, querida. Su marido está en camino. Todo se va a aclarar dentro de muy poco.
-          ¡No estoy mintiendo! ¡No miento!
-          ¿Se ha visto a sí misma en la cámara de seguridad?
-          ¡Sí! Sí…- añadió de nuevo abrumada y rota de dolor y angustia.

Una hora más tarde llegó Raúl, el marido. Un señor realmente amable y encantador. Con él traía una serie de documentos. Al parecer, para el ingreso de Marisa se necesitaba confirmar su comportamiento, presentar testigos. Este médico junto con las personas del hostal completarían las declaraciones recogidas hasta el momento. Una llorosa y conmocionada Marisa le esperaba. Tras una conversación entre el marido y el doctor, este último procedió a firmar los documentos.

Acto seguido, Marisa se recuperó de forma total. Sus lágrimas cesaron y aunque su rostro mostraba un gran dolor, la serenidad que de pronto sentía era palpable.

A continuación, el doctor sacó una placa del bolsillo de su chaqueta.

-          D. Raúl Gómez Martínez, queda usted detenido por el secuestro de su hija Carolina y por el intento de internamiento en una clínica psiquiátrica de su esposa, Dª Marisa León Fernández.
-          ¿Cómo? ¡No sé de qué habla!
-          Ya lo creo que sí. Tenemos infinidad de pruebas. Entre ellas, el documento que acabo de firmar. Puede usted guardar silencio o todo lo que diga podrá ser utilizado en su contra …

Marisa se acercó a él y le propinó una fuerte bofetada que resonó en toda la estancia.

-          ¿Cómo has podido?- le preguntó con la voz temblorosa.
-          ¿Desde cuándo lo sabes?- le contestó él sabiendo que había sido pillado en delito.
-          Empecé a sospechar de ti la tercera vez que me hiciste pasar por esta tortura. Además, la pequeña Carolina balbuceó el nombre de mi hermana y empecé a atar cabos. ¿Desde cuándo estáis juntos?
-          Desde antes de nacer las niñas. Lo siento Marisa, no quería que las cosas se complicasen tanto, pero estaba lleno de deudas y…
-          ¡Vete al infierno Raúl! Sólo espero que puedas vivir con lo que has intentado hacer.

La propietaria del hotel y el hijo de ella estaban infiltrados. Todo había sido un montaje. Marisa sospechaba de su marido desde hacía meses. Efectivamente hacía un par de años tuvo un accidente donde murió una de sus hijas, la gemela de su pequeña Carolina. Ella también tenía su propia gemela, su hermana Lourdes, que supuestamente presa de un ataque de dolor tras el accidente, se había marchado al extranjero.

Pero la realidad era bien distinta. Raúl y Lourdes mantenían una relación desde hacía casi tres años. Raúl iba a separarse de Marisa cuando descubrió que estaba embarazada. Pero con el tiempo, la combinación entre su situación económica y sus bajos instintos, le llevaron a planear algo horrible. En varios hostales de carretera, Lourdes llegaba primero, sola. Tras sobornar a los propietarios con una cuantiosa suma, esperaba a Marisa escondida en la habitación. Cuando ella llegaba, cogía en el primer momento posible a la pequeña y la escondía durante un rato. En el momento adecuado la devolvía a su madre, haciendo que su hermana pareciese una loca desquiciada que estaba trastornada por la pérdida de su otra hija.

La idea era declararla incapaz e internarla. A continuación, Raúl manejaría el dinero de la empresa que su esposa había montado y luego tal vez solicitaría la anulación matrimonial, o simplemente, conviviría con Lourdes y Carolina, sin más.

Pero Marisa había sospechado de tantos descuidos y había movido los hilos necesarios. Había contratado a un detective y habían descubierto el engaño. Este último alojamiento era un estudiado escenario en el que todo se había llevado a cabo con normalidad, ya que sabían que Raúl había instalado micrófonos y alguna cámara oculta. Él no debía sospechar nada.


Ahora, por fin, todo había acabado. De verdad.


Violeta

0 comentarios:

Publicar un comentario