La Cajita de Música

     Julio observaba la caja desde todos los ángulos. ¿Cómo se abriría aquél maravilloso objeto que tanto le entusiasmaba? Ya llevaba días con él. Su abuela Carmen se lo había enviado por correo. ¡Qué ilusión! ¡Siempre le hacía regalos muy originales!

     Nada más salir de la oficina postal, rompió el envoltorio y quedó alucinado con lo que el mismo contenía. Cuidadosamente embalada y envuelta en varias capas de papel de burbujas, había un hermoso objeto. Tenía forma cuadrada, rectangular para ser más exactos. Parecía una pequeña vidriera cuadrada, en el sentido de que sus paredes eran pequeños cristales de colores vivos unidos entre sí por filamentos dorados y plateados.

     Vanesa, la madre de Julio, también se quedó impresionada con el objeto. Era una maravilla. Al levantarlo su hijo para poder observarlo mejor, temió que se le resbalase y se partiese en millones de fragmentos. El sol se reflejaba y pasaba a través de él proyectando un prisma de color. Esta vez, su suegra se había superado a sí misma.

     Carmen era una anciana de casi setenta años que aún seguía viajando por todo el mundo. La vida había sido benévola con ella y sus piernas, aún estando achacosas, funcionaban mejor que las de muchas mujeres de cincuenta. Siempre le gustó practicar algún tipo de ejercicio, sobre todo, caminar. Llevaba años en los que todos los días caminaba una hora durante la mañana y a veces, otra hora durante la tarde. Su espíritu juvenil le ayudaba con el resto de sus inquietudes, entre ellas viajar cada vez que tenía la oportunidad.

     De cada uno de esos viajes, Carmen traía a su regreso un “detalle” a su único nieto.Pero esta vez, ella había decidido quedarse un tiempo con unos familiares en la costa, y por tanto, decidió enviar el regalo por correo.

     El chico no dejaba de dar vueltas en el aire al maravilloso objeto, mientras su madre contenía la respiración temiendo que se rompiese. Era sin dudas el objeto más preciado que su suegra había enviado. Aún recordaba aquella vez que visitó Egipto y trajo de recuerdo una especie africana de escorpión disecado. Fue horrible. Personalmente se encargó de que el regalo cayese “accidentalmente” desde la vitrina de regalos a la basura.

     Pero éste era realmente bello.

-          Mira mamá, ¡es una caja!- exclamó el niño.
-          Déjame ver… Sí. Así es. Hay una abertura, pero ¿cómo se abre? No veo ningún tipo de cierre.

Nada más llegar a casa, Vanesa telefoneó a Carmen a fin de informarla de que ya había llegado el paquete y de paso, preguntarle sobre él.

-          Por cierto Carmen, ¡es preciosa!- comentó Vanesa refiriéndose al objeto.
-          ¿En femenino?- preguntó Carmen.
-          Bueno, parece una caja. ¿Qué es?
-          Eso tendrá que descubrirlo mi nieto. En el lugar donde la adquirí, me explicaron que él debe encontrar la abertura. Es un objeto muy especial. Tiene un significado simbólico que espero que ayude a Julio. Tiene una edad complicada.
-          Dímelo a mí o a tu hijo. Un beso Carmen. Muchas gracias de nuevo.

Vanesa se sentó sobre el reposa brazos del sofá y soltó el aire que había estado conteniendo sin darse cuenta. Quería a su suegra. Era una mujer espléndida y llena de vida. Al contrario que muchos ancianos que no dejan de hablar de sus achaques, en este caso, la abuela de Julio era una mujer muy optimista. Disfrutaba de muchas cosas y eso hacía que siempre estuviese entretenida. También era una mujer muy observadora y había notado el cambio de humor del pequeño.

Julio estaba algo difícil últimamente. A sus diez años se quejaba por todo. Se enfadaba cuando el almuerzo era un guiso, se disgustaba con el profesor por mandarle deberes, se quejaba de los horarios, de su última fiesta de cumpleaños que no fue donde él quería, de que los regalos de sus tíos fuesen en su mayoría ropa. Todo estaba mal para él.

Al principio, sus padres lo achacaron a que iba creciendo y tal vez, tenía que definir mejor su personalidad. Luego llegaron a la conclusión de que había algún problema, pero no sabían cuál. Vanesa observó a su hijo mientras intentaba abrir la caja. La sostenía en sus manos y la levantaba al aire, al contraluz. Los pequeños cristales emitían su reflejo convirtiendo la habitación en algo exótico.

- Fíjate mamá. Si la colocas así- dijo poniendo la caja en un determinado ángulo- todo se ve azul. Así, amarillo, ahora rojo, ahora verde. 

Por la noche, el niño llamó a su abuela. Tal vez pudiese convencerla para que le explicase el truco y abrirla.

-          Oh mi pequeño diablillo, esa caja es muy especial. Verás, me la dio un descendiente de un importante chaman.
-          ¿Un qué?
-          Un chaman. Un hombre que cura cuerpos y almas. La caja es una lección a aprender. Observa bien. Cuando descubras su secreto, y sólo si lo aceptas, se te rebelará el misterio. Al menos, eso es lo que me han explicado.
-          Pero abu, no dejo de mirarla y mirarla. No veo nada.
-          A veces, en la vida, hay que ser paciente y observar más. ¿Cuánto tiempo llevas con ella? ¿Medio día? Descansa esta noche. A veces, el sueño es buen consejero.

Como si de una premonición se tratase, aquella noche Julio tuvo un curioso sueño. Un señor vestido con pieles y plumas en la cabeza, alzaba un cántico mientras una nube de humo se disolvía y daba lugar a la caja. El anciano repetía una y otra vez una cantinela. “La vida es como una caja de cristal” “Cuidala, acariciala, observala, y se abrirá…”

     Pues menuda tontería había soñado. A la mañana siguiente, el pequeño se levantó contrariado y se propuso no fijarse más en aquél objeto inútil. Tras desayunar y vestirse, se fue al colegio enfadado con su abuela. ¿A quién se le ocurría enviar algo tan soso? Pero conforme se acercaba al colegio, se iba sintiendo mal. Se había puesto furioso con su querida abuela. Y él la adoraba sobremanera. ¿Cómo podía enfadarse con ella?

     Su corazón se ablandó y empezó a recordar los buenos momentos vividos junto a ella. Aquél día, se preocupó menos por los deberes, o por el relleno del bocadillo en el recreo. Su mente estaba en llegar a casa y llamarla para decirle que la quería mucho y la echaba de menos.

     Así lo hizo. Su abuela se enterneció al escucharle. Ella ya sabía de los problemas de actitud que estaba teniendo.

-          Y dime Julio. ¿Ha ido hoy mejor el día? – le preguntó.
-          Oh sí abuela. Ahora que lo dices, hoy estaba tan ocupado pensado en ti que no me he enfadado por nada.
-          Tal vez deberías ocupar tu mente en cosas positivas más a menudo ¿no crees cariño? Igual no te disgustan tanto otras cosas menos importantes.
-          Puede ser abu. Un beso. Te quiero mucho.

El pequeño se acercó a la vitrina y tomó de nuevo en sus manos la caja. Volvió a colocarla a la luz. Había sido un día en verdad raro. Se le antojó jugar con los colores. No podía abrir la caja, pero si disfrutar de su imagen, de cómo proyectaba la luz. Y entonces, al relajar su mente, observó algo que no había visto el día anterior. En uno de los bordes metálicos había una especie de sobresaliente. Diminuto. Había que palparlo para verlo, pero estaba ahí.

Lo presionó varias veces, pero no ocurrió nada. En fin, mañana lo volvería a intentar.

  El día siguiente también transcurrió sin incidentes. Al llegar a casa, su madre había preparado un plato que no era de su agrado. Pero lo tomó sin protestar. Tenía prisa por acercarse a la caja. Su madre, encantada con el cambio, le dio un gran beso y le regaló una enorme sonrisa. Al chico le gustó agradar a su madre. Se sentía bien. Al fin y al cabo, ¿qué era una comida que le gustase menos? Su madre era una excelente cocinera.

  Repitió la operación del día anterior y descubrió asombrado otro engranaje. Curioso.

  Aquella noche volvió a tener otro sueño en el que aparecía de nuevo aquel extraño hombre envuelto en la nube de humo.

-          Pequeño, la vida hay que ganarla. Es un regalo. Si te enfrentas a todo, irás contra corriente y atraerás lo negativo. Si la acaricias y respetas, si observas lo que de veras es importante, la vida te mostrará sus tesoros. Los compartirá contigo.

Luego en su sueño, el pequeño veía como el humo se condensaba y se sintió transportado. Como si volase, veía desde el cielo el azul turquesa del mar, el verde de los árboles y las grandes montañas. Escuchó infinidad de sonidos, de animales, el viento… y algo más que no pudo identificar.

A la mañana siguiente se despertó algo confuso. Ese día no había colegio y se quedó un rato despierto, pero tumbado en la cama. La mirada fija en el techo de la habitación. Pensando. En los días anteriores cuando no había tenido tiempo para enfadarse, todo había ido mejor. Él tenía muchos tesoros. Tenía muchos juguetes, libros, pero sobre todo, tenía amigos, a sus padres, a su abuela.

De pronto se sintió muy bien. Recordó un reportaje que su padre le obligó a ver la semana anterior donde se veía el lamentable estado en que se encontraban los chicos de otros lugares del mundo. Pasando hambre y desolación. Él tenía de todo. No tenía derecho a estar enfadado de esa forma sólo por no tener un móvil o una consola de última generación. Tenía cosas mejores. Tenía amor, calor, amistad y alimento.

Se sintió bien, reconfortado, feliz incluso. Y entonces como en su sueño, ese sonido fino y distante llegó hasta él. Como una especie de cancioncilla infantil. Pegadiza y tranquilizadora. Era como si mientras que la música sonase, nada malo pudiera ocurrir. Se sentó en la cama intentando comprobar de dónde provenía el sonido, pues éste era muy débil.

Sobre su escritorio dejó la noche anterior su caja. Ahora, los pequeños engranajes eran más visibles. Se levantó y se acercó a la caja y colocó sus manos sobre ellos mientras de nuevo admiraba la infinidad de gamas de color. Y entonces, lentamente, la caja se abrió.

Casi asustado, la colocó con cuidado sobre el escritorio y observó atónito como la tapa se levantaba y el sonido antes leve se escuchaba con más intensidad. Las notas inundaron la habitación mientras una pequeña figura de un ave y un pez bailaban entre sí. Una inscripción acompañaba a las figuras. “Cielo y mar se unen a través de la tierra formando un todo. Universo y corazón se unen a través de ti, formando uno solo”.


Con diez años era difícil entender que significado exacto podían tener esas palabras, pero unidas a ese sonido y al efecto óptico, Julio tuvo la certeza absoluta de que jamás había visto nada más completo y bello. Se sintió muy bien. Reconfortado. Importante. Tal vez ya era hora de dejar de hacer el tonto añorando lo que no tenía, y disfrutar de lo que ya disponía. 


Violeta

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