¿Existen los Boteros?

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-   Tengo mucho sueño papá. No me quiero levantar todavía.
-   Venga Pedro. Necesito ayuda por si acaso necesito sujetar la escalera y el abuelo  no puede venir hoy. Hace demasiado viento para ir solo.
-   ¿Y por qué no puede ir el abuelo?
-   Ya lo sabes. Tiene que ayudar a la abuela con su tarea.

     Despacio y con trabajo, el pequeño se puso al fin de pie. Se desperezó lentamente y bostezó con ganas. Este trabajo que tenía su padre era en verdad una lata. ¿Quién trabaja de noche? Pues… los sanitarios, cuerpos de seguridad, conductores, duendes de Papa Noel y… su padre y su abuelo.

-   Venga jovencito. Qué se nos hace tarde.- volvió a insistir su padre.
-   Ya va papá. Cogeré la gabardina y las botas.
-   Y el termo con chocolate. Que esta noche hace frío.

Padre e hijo se acercaron con cuidado al bote. Hoy el mar estaba agitado. Tendrían mucho trabajo, eso seguro.

     Ambos se hicieron a la mar. Con la oscuridad de la noche amparándolos y el vaivén  de las olas, estarían atareados. Y así fue. No llevaban más de unos minutos en el agua cuando escucharon la primera voz.

-   ¡Botero! ¡Botero!

Pedro aún se sorprendía de la rapidez con la que su padre escuchaba la llamada de las criaturas marinas. Las noches de viento y tormenta, mientras todos duermen, su padre salía al mar con su gabardina y sus botas mágicas. En el instante en que una criatura le llamaba, su atuendo se transformaba en una especie de uniforme escamado que permitía a su padre respirar bajo el mar. Su cara se volvía plateada, y sus ojos se agrandaban sobremanera. Entre los dedos de sus manos surgía una fina tela que los unía. Así, Marcos podía auxiliar a las especies que quedaban estancadas entre las piedras o que eran alejadas por la corriente de sus lugares habituales.

Por supuesto, nadie conocía la profesión de su padre. Para todos, él era un pescador más. A nadie le extrañaba que sus redes nunca se rompiesen, o que su bote volviese lleno cuando los demás no tenían la misma suerte.

El mar tenía sus ciclos. Él no pescaba por sí mismo, arrojaba las mágicas redes que le traspasó su padre, y a éste el suyo, y así de generación en generación, y el mar surtía.

Una vez, mientras ayudaba a un pequeño delfín atrancado en unas piedras, una bella joven con cuerpo de mujer y piernas de pez se acercó a él. Así nacían los boteros. Eran hijos de sirenas y hombres de los botes, como allá abajo los llamaban.

En el fondo del mar hay todo un mundo. Sin embargo, sólo las sirenas y tritones pueden salir y entrar al agua. En el momento en que a las sirenas se les seca la piel, su coleta se transforma en piernas. Y con los tritones pasa igual.

La madre de Pedro es una sirena que suele ayudar a Marcos cuando puede. Durante el día, vive en la cabaña, como una mujer normal, y durante la noche, regresa al mar. Por ello, con un poco de suerte, cuando Pedro crezca, y tenga la fuerza suficiente, será botero como su padre y guardará el silencio de las profundidades como se ha venido haciendo de generación en generación.

Jamás un botero ha visitado el fondo del mar. Si bien su atuendo se transforma y pueden respirar bajo él, no pueden permanecer más de un tiempo determinado. Por ello, ninguno ha bajado a las profundidades marinas salvo unos breves instantes. Si no están auxiliando a alguna de las especies, sus pulmones no pueden respirar bajo el agua.

A veces, necesitan escaleras. Pero no unas cualquiera. Los boteros tienen unas escaleras gigantes que ascienden hasta el cielo. Hay quien dice que las estrellas de mar provienen del firmamento. Y es cierto. Pero también lo es, que a veces entre una estrella marina y otra celestial, se establece una conexión. Los boteros pueden trasladar estrellas de uno a otro lugar. Siempre sin avanzar de una determinada distancia, basta con elevar la escalera al máximo y una vez allí, extender los brazos al firmamento.

Lo que más apena a Pedro es no poder contar a sus amigos la realidad del trabajo de su padre. Cuando le preguntan qué quiere ser de mayor, siempre responde que pescador. Y en su interior piensa. “Botero”.

El mar sigue agitándose bravo. Marcos regresa al bote con tres estrellas pequeñitas de mar.

-   ¿Qué ha pasado papá?
-   Nacieron ayer y cayeron por accidente. Casi se ahogan. No tienen condición de marinas. Hemos de subirlas.
-   Pero papá. Hoy hace mucho viento. Tú sabes que siempre las llevamos cuando está sereno. El oleaje es bueno para ayudar a las especies marinas, pero no para subir estrellas.
-   Lo sé hijo. Pero si no las subimos hoy, habrán de transformarse en marinas y tal vez perezcan.

A pesar de las dudas, Pedro ayudó a su padre a subir al bote y a continuación buscaron el punto exacto de entrega. Justo bajo la luz directa de la luna. La escalera comenzó a subir y subir hasta un punto infinito. Marcos volvía a tener su aspecto normal, y colocándose una pequeña mochila plateada a la espalda, comenzó el ascenso transportando en ella a las pequeñas estrellas.

El oleaje aumentó considerablemente y la madre de Pedro apareció en la superficie y se asió al bote.

-   Marcos, no puedes subir hoy y lo sabes. Caerás desde demasiada altura. Podrías morir.
-   Tendré cuidado. Conozco mi profesión. Quédate con Pedro para que no se asuste. Es la primera vez que viene con tanto oleaje.
-   Ven aquí cariño. Dale un beso a mamá. Te ayudaré a sostener la escalera.

El ascenso continuó y continuó. Marcos casi estaba en el punto de entrega. Escuchaba los llantos de las estrellas. Estaban asustadas. Él era padre y se ponía en el lugar de que alguien no quisiera ayudar a su pequeño si lo necesitaba. Tenía que continuar.

Por desgracia, los movimientos del bote no le ayudaban a conseguir estabilidad, y si bien volvía a tener piernas y brazos humanos, todo estaba resbaladizo. De repente, algo movió abajo el bote, Marcos notó una sacudida muy fuerte y cayó de la escalera quedando enganchado tan solo por la mochila.

Si cortaba el asa y caía desde esa altura el impacto sería enorme. No lo contaría. Y si no elevaba a las estrellas, ellas también morirían. Pensó en Pedro, y en su amada Cris, su sirena. Fue su último pensamiento antes de caer al vacío.

Mientras, abajo, Cris intentaba sostener el bote. Una ballena asustada había emergido y no se había percatado de que estaban ahí. Todas las especies marinas estaban predispuestas a ayudar y defender a los boteros. Pero la pobre ballena salió impulsada y no les vio. Arremetió contra el bote y éste se balanceó peligrosamente. No volcó porque estaban preparados para ello, pero aún así, el grito de la sirena se escuchó por todo el mar.

En un instante, Marcos aterrizó violentamente sobre el mar. Cayó y cayó a una velocidad de vértigo y a pesar de que su traje se transformase, no podía respirar. Estaba inconsciente. Cris se lanzó al mar en picado mientras Pedro permanecía asustado en el bamboleante bote.

Cris nadó como jamás lo había hecho a la vez que lanzaba la alerta a sus compañeros. La ballena causante del impacto se sumergió en un intento desesperado de ayudar. El cuerpo de Marcos seguía descendiendo y sus pulmones podían estallar.

Marcos no podía ver nada. Sólo sentía zumbar sus oídos y recordó que una vez hacía ya varias generaciones, un botero murió por un accidente similar. Tendría que haber escuchado a su hijo y a Cris y no haber subido esa noche. Pobre Pedro. Ese miedo le quedaría por siempre y tal vez no quisiera seguir con la tradición.

Sus ojos empezaban a no ver y de pronto, notó como unos labios se posaban sobre los suyos insuflándole aire. En cuestión de segundos, noto como el cuerpo de Cris tiraba del suyo hacia arriba, ayudada por alguna otra fuerza que él desconocía en ese momento. Era alguien fuerte sin duda.

Cris apoyó el cuerpo de Marcos a lomos de la ballena y en un santiamén consiguieron sacarlo a la superficie. Una vez allí, lo introdujo en el bote y empezó a presionar su pecho quitándole para ello la gabardina. Sangraba por la nariz. Eso no era buena señal. Pedro lloraba mirando la escena sin saber qué hacer.

Y entonces Marcos empezó a toser. Cris siguió con la reanimación y poco a poco, Marcos abrió los ojos. Le dolía el pecho y la cabeza y le costaba trabajo hablar. Pero estaba bien. Había sobrevivido. Al mirar hacia arriba, recordó a las estrellas. Qué pena.

Su visión debía estar muy mal, pues le había parecido ver subir a otro botero por la escalera. Cosa imposible, sólo él podía ascender por ahí. Al mover la cabeza  no vio a su hijo. La expresión de su rostro habló por él. Cris levantó rápida la cabeza y comprobó asustada que Pedro no estaba, ni tampoco la gabardina de Marcos.

Pero ¿qué había hecho su hijo?

La sirena lanzó un grito de angustia tal que multitud de especies marinas se acercaron a la superficie a fin de averiguar que pasaba. El pequeño seguía ascendiendo, decidido. No sabía si su padre vivía o no, pero en cualquier caso, había dado su vida por salvar a aquellas estrellas y no había podido hacerlo. Vio como su padre caía sin la mochila e imaginó que no había podido hacer la entrega.

Tomó una decisión. Su padre no moriría en vano. Él terminaría el trabajo. Con sumo cuidado comenzó la ascensión. Malditas alturas. Pero continuó y continuó. Le dolía el pecho cuando vio un destello plateado. La mochila. Un pequeño alivio le inundó mientras acortaba la distancia con aquél tan apreciado objeto. Cuando llegó a la mochila, la sostuvo en sus brazos y la abrazó. Luego, despacio las abrió y observó a las pequeñas estrellas. Pero estaban diferentes.

Al fijarse mejor en sus manos se dio cuenta de que una fina tela unía sus dedos. ¡Se había transformado en botero! Sus grandes ojos ahora veían todo distinto. Las estrellas le hablaban y agradecían lo que estaba haciendo. Le informaban de que su padre estaba bien y había sobrevivido a la caída. Ellas todo lo veían. Pedro tenía once años. Jamás un niño llegó a ser botero. Siempre hombres mayores de treinta.

El pequeño cogió a las estrellas y extendió sus pequeños brazos al firmamento. Le faltaba un poco para llegar. Si se estiraba podía caer, como antes hizo su padre, pero su cuerpo era más pequeño y el impacto sería mayor. No se iba a rendir.

-   Por ti papá.

Elevó las manos y de pronto percibió que le era muy fácil llegar. Se sentía ligero y flexible. Colocó a las estrellas en su punto exacto y sonrió. Lo había conseguido. Qué extraño, el peldaño de la escalera había dejado de clavarse en sus pies y parecía haberse transformado en un cómodo rellano.

Tras comprobar que las estrellas estaban bien y en su sitio, se miró un segundo el atuendo y comprobó que sus piernas estaban bien, pero sus brazos eran extremadamente largos. Sus pies se habían acoplado al hierro de la escalera y ya no se le clavaba. Se había fusionado con ella.

Ahora tenía que descender. Se sentía muy bien al ver lo que había conseguido pero quería volver con sus padres. Sólo de pensar en bajar, sus pies recobraron su forma. Pero con el viento y la lluvia, resbaló. Abrió sus manos en un gesto desesperado de sujetarse y al hacerlo comprobó que su gabardina se inflaba. Como una especie de globo. Poco a poco y de forma lenta, comenzó a descender hasta quedar flotando en el mar a pocos metros del bote donde sus padres le observaban incrédulos.

Aún tenía las manos y el rostro de los boteros. Sus padres se miraron entre sí, sin poder dar crédito a lo que veían.

Una nueva voz se escuchó. Era el gran Tritón, el rey del Mar.

-   Ha nacido una nueva especie de botero. Muchacho, has sido tan valiente y decidido, y has mostrado tanto respeto a la profesión de tu padre y a la tradición, que desde hoy podrás seguir sus pasos. Eso sí, como recompensa a tu valor, desde esta noche, si ocurre un accidente, la gabardina se inflará y os protegerá de la caída. Yo os doy la posibilidad de nadar y respirar bajo el agua, y mi hermana, la Reina Cielo, os da la libertad de surcar el cielo y respirar a grandes alturas. Enhorabuena muchacho. Hoy has honrado a tus padres.


Y así fue cómo Pedro consiguió ser botero con sólo once años. Ya sabes, si en una noche en el mar crees ver una bolla extraña surcando el cielo o ves un bote en medio del océano, no son visiones, para ti es un pescador, pero estás ante un auténtico botero.


Violeta

La Mansión

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     La noche cerrada caía a peso sobre ellos. La tormenta arreciaba por momentos. El viento hacía que las ramas de los árboles se meciesen y golpeasen las ventanas. Sin lugar a dudas, no podían haberlo planificado mejor.

     Noche del 31 de octubre, fiesta de Halloween. La joven pandilla habia alquilado una mansión que se hallaba en las afueras del pueblo. La idea base era celebrar una fiesta donde todos los ingredientes posibles, entre ellos la mansión fantasmagórica, cobrasen vida.

     Por ello, los cuatro amigos, Julian, Tobías, Elena y Agustín, habían planificado hasta el último detalle. Alquilaron la mansión y colocaron sorpresas en su interior. El aspecto que la casa ofrecía recortada sobre el horizonte ponía los pelos de punta. Se las habían ingeniado para decorar el acceso a la misma con una serie de portavelas con forma de calabaza, pero el fuerte viento hizo imposible encenderlas. Sin embargo, decoraron la fachada del edificio de tal forma que parecía realmente una mansión embrujada.

     En el interior, colgaron por doquier telas de araña falsas, murciélagos, velas, calabazas… todo preparado para el comienzo de la celebración.

     Los asistentes empezaron a llegar poco a poco. Conforme la noche avanzaba y empeoraba la climatología, la atmósfera en el lugar se volvía más real. Los disfraces eran variopintos, dentro de lo tradicional, brujas, magos, vampiros, hombres lobos… todos ellos reían, bebían y bailaban al son de una música estridente que varios chavales se encargaron de poner.

     La desagradable noche solo ayudaba más a crear el ambiente esperado. Eso sí, a más de uno le estropeó el disfraz. Algunos de los muchachos llegaban con la pintura de la cara corrida, o el disfraz empapado. ¡Menuda noche!

     Agustín se fijó en una muchacha que hablaba y se reía con Tobías y Elena. Su belleza era extraordinaria. De larga cabellera negra y pálida piel, parecía una especie de visión. Se acercó a ella y ésta le sonrió de inmediato.

-          Tú debes ser Agustín. – le dijo ella alegre.
-          Hola. No nos conocemos ¿verdad?
-          No personalmente. Te he visto por ahí.Tus amigos están siendo muy amables.
-          Por una chica guapa, lo que sea- exclamó Tobías.

En ese momento llegó Julián.

-          Hola, ¿quién es esta maravilla?
-          Me llamo Lola.
-          Encantado.

Los chavales fueron presentándose y hablando entre ellos. Julián había quedado impresionado con Lola y así se lo comentó a sus amigos.

-          Es muy simpática y bellísima. No tiene mucha idea de disfraces, eso sí. ¿Os habéis fijado en que casi no lleva maquillaje?
-          No seas criticón Julián- le respondió Elena- Se ha puesto crema para que se la vea más pálida. En contraste con su cabello tan negro, y con ese vestido grisáceo, la verdad es que da incluso yuyu.
-          Mi hermana recién levantada da más miedo que ella. Es muy agradable. Pero tú ya la conocías ¿no Agustín?
-          Pues no.
-          Pues ella sabe muchas cosas de ti. Y también sabe cosas de nosotros, porque le ha estado comentado a Elena que puede ayudarnos con el trabajo de ciencias que tenemos que entregar y demás. ¿Alguno de vosotros le ha comentado algo de eso?
-          Habrá sido Laura. Es una bocazas. Le dije que no ampliase más el grupo, pero ya la conoceis.

La noche continuó con su ritmo. Los jóvenes no dejaban de llegar. En torno a la media noche, el salón de la mansión estaba a rebosar, asi como la cocina, las escaleras…
 
De pronto las luces empezaron a tintinear. La tormenta se volvió aún más fuerte y se temía que en breve hubiese un corte de electricidad. Al fin y al cabo, aquella era una mansión muy antigua.

-          Yo sé donde está el generador- nos dijo Lola.
-          ¿Lo sabes?- a todos les extrañó.
-          Sí. Mi padre trabajó aquí durante muchos años. Era jardinero, pero también ayudaba con la electricidad, fontanería, ya sabéis un poco de todo. Le vi conectar el generador en un par de ocasiones. Sé cómo activarlo.También sé donde podemos encontrar linternas. 
-          Vamos entonces- le comentó Agustin.

Juntos se adentraron por una especie de corredor que había tras la cocina. Desde allí bajaron al sótano, donde Lola accionó la palanca correspondiente. Pero el generador parecía llevar años sin usarse, y no funcionó. En cuestión de minutos estaban sin luz. La música cesó, y la gente empezó a chillar.

-          Menuda ironía. ¿La gente viene a pasar miedo y gritan si se va la luz?- preguntó Elena.
-          Para que veas- sonreía Lola.
-          Hace frío. Subamos. Son casi las tres de la mañana, sin electricidad la gente empezará a marcharse.

Empezaron el ascenso de nuevo, alumbrados esta vez tan sólo por la luz de las linternas que prudentemente habían cogido antes de bajar. Pero al llegar arriba comprobaron nerviosos que la puerta no se abría.

-          Se abrá atascado- comentó Julián.
-          Yo conozco otra salida- les animó Lola.

Qué suerte que la muchacha conociese la casa. La siguieron a través del sótano y llegaron a lo que parecía ser una especie de claraboya que daba al exterior. Quitaron el pestillo y empujaron con todas sus fuerzas. Por fin, el gélido viento y la lluvia les azotaron el rostro. Estaban fuera.

Todos corrieron hasta el invernadero que poseía la mansión en su parte trasera. La lluvia era tan fuerte que no les dejaba ver la entrada a la mansión, y decidieron resguardarse de aquél tiempo infernal.

Al entrar en el invernadero, Elena empezó a reír a carcajadas mirando los rostros de todos sus amigos.

-          Téneis muy mala pinta.

Las capas de maquillaje que cada cual se había colocado se había caido con el agua. Más que monstruos, parecían payasos.Agustín se había colocado una especie de apósitos que simularan ser heridas abiertas, y ahora colgaban de forma ridícula por su rostro.

-          ¿Tú te has visto listilla?- le preguntó Julián.
-          ¡Pues no! Pero imagino que ahora sí que debo parecer una bruja.

Un nuevo trueno sonó en el cielo e iluminó la estancia como si la electricidad hubiese vuelto.

-          ¡Por Dios Lola! ¡Tú si que das miedo!

El agua había hecho que el maquillaje de la joven se desplazara y ahora presentaba un aspecto grisáceo. Realmente parecía que su piel tenía ese tono y era escalofriante.

-          Pues he utilizado un maquillaje resistente al agua, pero por lo que se vé, no ha servido de nada. Ahora es cuando tendríamos que volver a la fiesta. ¡Ahora sí que damos el pego!

Todos rieron de la ocurrencia de la chica. Llevaba toda la razón.

Un nuevo trueno sonó. Esta vez más fuerte, más cercano. Los chicos siguieron a Lola, todos salvo Agustín. A él le pareció escuchar un ruido en el exterior y se quedó algo rezagado de los demás. Se asomó a uno de los ventanales y se extraño de lo que sus ojos veían. No podía ser. Desde donde él estaba,al mirar al exterior, se veía el suelo seco. A lo lejos, se escuchaba algo de música y se veía el resplandor de las velas. ¿Cómo podían estar encendidas las velas del exterior con esta tormenta? Y… ¿cómo podía escucharse música sin electricidad?

-          ¡Chicos! Esperadme ¡chicos!

Casi no los alcanza. Tuvo que darse mucha prisa para ello, tropezando por el camino con una rama. Juraría que hace un momento cuando entraron en el invernadero estaba en perfectas condiciones. Pero ahora, veía trozos de tiesto de las macetas, tierra por el suelo, flores secas… ¿Qué estaba pasando allí?

Continuó acelerando el paso. Sólo se había detenido un momento, ¿por qué no podía alcanzarlos?

Empezó a ponerse algo nervioso. De pronto llegó a una especie de bifurcación. No estaba seguro de por donde habrían tomado sus amigos. La linterna empezó a parpadear. ¡No podía ser! ¡Menuda aventura! Ya se imaginaba a sí mismo al día siguiente cuando fuese rescatado a plena luz del día del interior de aquél lugar horrible. La cara de risa de sus amigos, y la de burlas que tendría que escuchar durante una buena temporada.

-          Agustín, por aquí- escucho una voz a lo lejos.
-          ¿Lola?

El muchacho percibió una luz y sintió un inmenso alivio. Por fin los había encontrado. Aceleró el paso siguiendo esa luz tenue, y por fin la alcanzó. Pero estaba sola ¿Dónde estaban los demás? Y ¿dónde estaban ellos? Aquél techo ya no era de cristal y acero, sino de madera.

-          ¿Dónde estan todos?

La muchacha se giró sonriente y sorprendido Agustín comprobó que no era Lola.

-          ¿Quién eres tú?.
-          No tengas miedo. Soy la hermana de Lola. Ven, te llevaré con ella.
-          No nos dijo que hubiese venido acompañada.
-          Vino sola. Yo la seguí. No quería perderme la fiesta.

Conforme Agustín la seguía, el frío se acentuaba cada vez más. Comenzó a tiritar.

-          ¿Están muy lejos? Aquí hace mucho frío.
-          Es normal. En mi mundo todo es frío.
-          ¿Tú… tú mundo?
-          Bajo tierra.

El aspecto de la muchacha cambió de pronto. Sus rasgos se acentuaron, las venas de su rostro se marcaron profundamente. Sus ojos se volvieron más blanquecinos y su mirada vidriosa.

Aterrorizado, Agustin notaba como ese frío que iba sintiendo poco a poco comenzó a extenderse por todo él. La muchacha reía y agitaba su mano. A cada movimiento, a él le costaba más y más trabajo respirar.

-          ¡Basta! ¡Déjale en paz!
-          ¡No! ¡Es mío!
-          ¡Te he dicho que le dejes! ¿Todos los años igual?
-          También lo quiero a él…

Agustín no daba crédito a lo que veía. Ahora sí que podía distinguir a Lola. Se enfrentaba a aquella muchacha diabólica. Las veía juntas y notó una fuerte punzada en el pecho. Eran idénticas.

-          ¡Esta vez no podrás impedirlo!
-          ¡Oh, sí! ¡Ya lo creo que lo haré!
-          ¿Por qué? ¿Qué más te da? Todos los años me los arrebatas. Déjame disfrutar un poco…

Lola se acercó a ella y le acarició el pelo. La expresión de aquella muchacha fiera se suavizó poco a poco.

-          Sabes que no puede ser.
-          ¡Pero no es justo!
-          Lo sé. Pero él no tiene la culpa.

Agustín empezó a respirar algo mejor. Aturdido como se encontraba, sólo escuchaba palabras sueltas en la conversación. Vio como aquella mujer diabólica desparecía. Lola se acercó a él y le tomó la mano.Sentía el tacto frío de ella, pero él mismo estaba congelado.

-          Sigue este pasillo, y al final, están tus amigos.
-          ¿Qué ha pasado? ¿Quién eres? ¿Quién era ella?
-          Ya te lo dije antes. Mi padre trabajó mucho tiempo aquí, y yo quería divertirme, al igual que mi hermana. Pero ella lleva la broma muy lejos. Ve con tus amigos.
-          ¿Volveremos a vernos?

Le pareció ver una expresión triste en el rostro de Lola. Su rostro había vuelto a ser una máscara pálida y blanquecina.

-          Espero que tardemos mucho tiempo en vernos Agustin.
-          ¡Oh! Creí que te caía bien.
-          Y así es… - le dijo ella con una sonrisa.

A lo lejos se escucharon las campanadas del reloj de la torre. Eran las cinco. Pronto amanecería.

-          Te llevo a casa.
-          Ya estoy en casa.

Y dicho esto, se giró y volvió a internarse por el pasadizo.

Agustín se reunió con sus amigos que le esperaban fuera. Se habían perdido toda la fiesta de Halloween.

Cansados y meditando sobre la extraña noche que habían vivido y que comenzaba a difuminarse ligeramente en su mente, se toparon de pronto con un pequeño cementerio escondido.

-          Lo que nos faltaba. – exclamó Elena.
-          Chicos… ¡Chicos!- llamó la atención Agustin.
-          ¿Qué?
-          Mirad.

Ante ellos había un pequeño panteón. En la puerta del mismo, aparecía una fotografía antigua y bajo ellas una inscripción.

Atónitos, los chicos observaron la fotografía. En la misma se apreciaba a Lola, y a otra muchacha idéntica a ella. Debían ser gémelas. Vestían trajes de época y sonreían despreocupadas al fotografo.

-          Deben ser parientes- susurró Julián.
-          Eso debe ser- contestó Agustín.

Los amigos no volvieron jamás a aquella mansión. Los más ancianos del pueblo cuentan historias sobre ella. Algunos dicen que en ella habitan los espíritus de dos hermanas que solo se muestran a los humanos en la noche de Halloween. Otros cuentan que las bellas muchachas intentan llevarse a los jóvenes que se encuentran fuera de casa a altas horas de la noche, para así dejar de estar solas.Hay quien dice que sólo pretenden mostrar los peligros que encierra la noche.


Ya se sabe, sólo son leyendas. ¿Verdad?


Violeta