¿Existen los Boteros?

-   Tengo mucho sueño papá. No me quiero levantar todavía.
-   Venga Pedro. Necesito ayuda por si acaso necesito sujetar la escalera y el abuelo  no puede venir hoy. Hace demasiado viento para ir solo.
-   ¿Y por qué no puede ir el abuelo?
-   Ya lo sabes. Tiene que ayudar a la abuela con su tarea.

     Despacio y con trabajo, el pequeño se puso al fin de pie. Se desperezó lentamente y bostezó con ganas. Este trabajo que tenía su padre era en verdad una lata. ¿Quién trabaja de noche? Pues… los sanitarios, cuerpos de seguridad, conductores, duendes de Papa Noel y… su padre y su abuelo.

-   Venga jovencito. Qué se nos hace tarde.- volvió a insistir su padre.
-   Ya va papá. Cogeré la gabardina y las botas.
-   Y el termo con chocolate. Que esta noche hace frío.

Padre e hijo se acercaron con cuidado al bote. Hoy el mar estaba agitado. Tendrían mucho trabajo, eso seguro.

     Ambos se hicieron a la mar. Con la oscuridad de la noche amparándolos y el vaivén  de las olas, estarían atareados. Y así fue. No llevaban más de unos minutos en el agua cuando escucharon la primera voz.

-   ¡Botero! ¡Botero!

Pedro aún se sorprendía de la rapidez con la que su padre escuchaba la llamada de las criaturas marinas. Las noches de viento y tormenta, mientras todos duermen, su padre salía al mar con su gabardina y sus botas mágicas. En el instante en que una criatura le llamaba, su atuendo se transformaba en una especie de uniforme escamado que permitía a su padre respirar bajo el mar. Su cara se volvía plateada, y sus ojos se agrandaban sobremanera. Entre los dedos de sus manos surgía una fina tela que los unía. Así, Marcos podía auxiliar a las especies que quedaban estancadas entre las piedras o que eran alejadas por la corriente de sus lugares habituales.

Por supuesto, nadie conocía la profesión de su padre. Para todos, él era un pescador más. A nadie le extrañaba que sus redes nunca se rompiesen, o que su bote volviese lleno cuando los demás no tenían la misma suerte.

El mar tenía sus ciclos. Él no pescaba por sí mismo, arrojaba las mágicas redes que le traspasó su padre, y a éste el suyo, y así de generación en generación, y el mar surtía.

Una vez, mientras ayudaba a un pequeño delfín atrancado en unas piedras, una bella joven con cuerpo de mujer y piernas de pez se acercó a él. Así nacían los boteros. Eran hijos de sirenas y hombres de los botes, como allá abajo los llamaban.

En el fondo del mar hay todo un mundo. Sin embargo, sólo las sirenas y tritones pueden salir y entrar al agua. En el momento en que a las sirenas se les seca la piel, su coleta se transforma en piernas. Y con los tritones pasa igual.

La madre de Pedro es una sirena que suele ayudar a Marcos cuando puede. Durante el día, vive en la cabaña, como una mujer normal, y durante la noche, regresa al mar. Por ello, con un poco de suerte, cuando Pedro crezca, y tenga la fuerza suficiente, será botero como su padre y guardará el silencio de las profundidades como se ha venido haciendo de generación en generación.

Jamás un botero ha visitado el fondo del mar. Si bien su atuendo se transforma y pueden respirar bajo él, no pueden permanecer más de un tiempo determinado. Por ello, ninguno ha bajado a las profundidades marinas salvo unos breves instantes. Si no están auxiliando a alguna de las especies, sus pulmones no pueden respirar bajo el agua.

A veces, necesitan escaleras. Pero no unas cualquiera. Los boteros tienen unas escaleras gigantes que ascienden hasta el cielo. Hay quien dice que las estrellas de mar provienen del firmamento. Y es cierto. Pero también lo es, que a veces entre una estrella marina y otra celestial, se establece una conexión. Los boteros pueden trasladar estrellas de uno a otro lugar. Siempre sin avanzar de una determinada distancia, basta con elevar la escalera al máximo y una vez allí, extender los brazos al firmamento.

Lo que más apena a Pedro es no poder contar a sus amigos la realidad del trabajo de su padre. Cuando le preguntan qué quiere ser de mayor, siempre responde que pescador. Y en su interior piensa. “Botero”.

El mar sigue agitándose bravo. Marcos regresa al bote con tres estrellas pequeñitas de mar.

-   ¿Qué ha pasado papá?
-   Nacieron ayer y cayeron por accidente. Casi se ahogan. No tienen condición de marinas. Hemos de subirlas.
-   Pero papá. Hoy hace mucho viento. Tú sabes que siempre las llevamos cuando está sereno. El oleaje es bueno para ayudar a las especies marinas, pero no para subir estrellas.
-   Lo sé hijo. Pero si no las subimos hoy, habrán de transformarse en marinas y tal vez perezcan.

A pesar de las dudas, Pedro ayudó a su padre a subir al bote y a continuación buscaron el punto exacto de entrega. Justo bajo la luz directa de la luna. La escalera comenzó a subir y subir hasta un punto infinito. Marcos volvía a tener su aspecto normal, y colocándose una pequeña mochila plateada a la espalda, comenzó el ascenso transportando en ella a las pequeñas estrellas.

El oleaje aumentó considerablemente y la madre de Pedro apareció en la superficie y se asió al bote.

-   Marcos, no puedes subir hoy y lo sabes. Caerás desde demasiada altura. Podrías morir.
-   Tendré cuidado. Conozco mi profesión. Quédate con Pedro para que no se asuste. Es la primera vez que viene con tanto oleaje.
-   Ven aquí cariño. Dale un beso a mamá. Te ayudaré a sostener la escalera.

El ascenso continuó y continuó. Marcos casi estaba en el punto de entrega. Escuchaba los llantos de las estrellas. Estaban asustadas. Él era padre y se ponía en el lugar de que alguien no quisiera ayudar a su pequeño si lo necesitaba. Tenía que continuar.

Por desgracia, los movimientos del bote no le ayudaban a conseguir estabilidad, y si bien volvía a tener piernas y brazos humanos, todo estaba resbaladizo. De repente, algo movió abajo el bote, Marcos notó una sacudida muy fuerte y cayó de la escalera quedando enganchado tan solo por la mochila.

Si cortaba el asa y caía desde esa altura el impacto sería enorme. No lo contaría. Y si no elevaba a las estrellas, ellas también morirían. Pensó en Pedro, y en su amada Cris, su sirena. Fue su último pensamiento antes de caer al vacío.

Mientras, abajo, Cris intentaba sostener el bote. Una ballena asustada había emergido y no se había percatado de que estaban ahí. Todas las especies marinas estaban predispuestas a ayudar y defender a los boteros. Pero la pobre ballena salió impulsada y no les vio. Arremetió contra el bote y éste se balanceó peligrosamente. No volcó porque estaban preparados para ello, pero aún así, el grito de la sirena se escuchó por todo el mar.

En un instante, Marcos aterrizó violentamente sobre el mar. Cayó y cayó a una velocidad de vértigo y a pesar de que su traje se transformase, no podía respirar. Estaba inconsciente. Cris se lanzó al mar en picado mientras Pedro permanecía asustado en el bamboleante bote.

Cris nadó como jamás lo había hecho a la vez que lanzaba la alerta a sus compañeros. La ballena causante del impacto se sumergió en un intento desesperado de ayudar. El cuerpo de Marcos seguía descendiendo y sus pulmones podían estallar.

Marcos no podía ver nada. Sólo sentía zumbar sus oídos y recordó que una vez hacía ya varias generaciones, un botero murió por un accidente similar. Tendría que haber escuchado a su hijo y a Cris y no haber subido esa noche. Pobre Pedro. Ese miedo le quedaría por siempre y tal vez no quisiera seguir con la tradición.

Sus ojos empezaban a no ver y de pronto, notó como unos labios se posaban sobre los suyos insuflándole aire. En cuestión de segundos, noto como el cuerpo de Cris tiraba del suyo hacia arriba, ayudada por alguna otra fuerza que él desconocía en ese momento. Era alguien fuerte sin duda.

Cris apoyó el cuerpo de Marcos a lomos de la ballena y en un santiamén consiguieron sacarlo a la superficie. Una vez allí, lo introdujo en el bote y empezó a presionar su pecho quitándole para ello la gabardina. Sangraba por la nariz. Eso no era buena señal. Pedro lloraba mirando la escena sin saber qué hacer.

Y entonces Marcos empezó a toser. Cris siguió con la reanimación y poco a poco, Marcos abrió los ojos. Le dolía el pecho y la cabeza y le costaba trabajo hablar. Pero estaba bien. Había sobrevivido. Al mirar hacia arriba, recordó a las estrellas. Qué pena.

Su visión debía estar muy mal, pues le había parecido ver subir a otro botero por la escalera. Cosa imposible, sólo él podía ascender por ahí. Al mover la cabeza  no vio a su hijo. La expresión de su rostro habló por él. Cris levantó rápida la cabeza y comprobó asustada que Pedro no estaba, ni tampoco la gabardina de Marcos.

Pero ¿qué había hecho su hijo?

La sirena lanzó un grito de angustia tal que multitud de especies marinas se acercaron a la superficie a fin de averiguar que pasaba. El pequeño seguía ascendiendo, decidido. No sabía si su padre vivía o no, pero en cualquier caso, había dado su vida por salvar a aquellas estrellas y no había podido hacerlo. Vio como su padre caía sin la mochila e imaginó que no había podido hacer la entrega.

Tomó una decisión. Su padre no moriría en vano. Él terminaría el trabajo. Con sumo cuidado comenzó la ascensión. Malditas alturas. Pero continuó y continuó. Le dolía el pecho cuando vio un destello plateado. La mochila. Un pequeño alivio le inundó mientras acortaba la distancia con aquél tan apreciado objeto. Cuando llegó a la mochila, la sostuvo en sus brazos y la abrazó. Luego, despacio las abrió y observó a las pequeñas estrellas. Pero estaban diferentes.

Al fijarse mejor en sus manos se dio cuenta de que una fina tela unía sus dedos. ¡Se había transformado en botero! Sus grandes ojos ahora veían todo distinto. Las estrellas le hablaban y agradecían lo que estaba haciendo. Le informaban de que su padre estaba bien y había sobrevivido a la caída. Ellas todo lo veían. Pedro tenía once años. Jamás un niño llegó a ser botero. Siempre hombres mayores de treinta.

El pequeño cogió a las estrellas y extendió sus pequeños brazos al firmamento. Le faltaba un poco para llegar. Si se estiraba podía caer, como antes hizo su padre, pero su cuerpo era más pequeño y el impacto sería mayor. No se iba a rendir.

-   Por ti papá.

Elevó las manos y de pronto percibió que le era muy fácil llegar. Se sentía ligero y flexible. Colocó a las estrellas en su punto exacto y sonrió. Lo había conseguido. Qué extraño, el peldaño de la escalera había dejado de clavarse en sus pies y parecía haberse transformado en un cómodo rellano.

Tras comprobar que las estrellas estaban bien y en su sitio, se miró un segundo el atuendo y comprobó que sus piernas estaban bien, pero sus brazos eran extremadamente largos. Sus pies se habían acoplado al hierro de la escalera y ya no se le clavaba. Se había fusionado con ella.

Ahora tenía que descender. Se sentía muy bien al ver lo que había conseguido pero quería volver con sus padres. Sólo de pensar en bajar, sus pies recobraron su forma. Pero con el viento y la lluvia, resbaló. Abrió sus manos en un gesto desesperado de sujetarse y al hacerlo comprobó que su gabardina se inflaba. Como una especie de globo. Poco a poco y de forma lenta, comenzó a descender hasta quedar flotando en el mar a pocos metros del bote donde sus padres le observaban incrédulos.

Aún tenía las manos y el rostro de los boteros. Sus padres se miraron entre sí, sin poder dar crédito a lo que veían.

Una nueva voz se escuchó. Era el gran Tritón, el rey del Mar.

-   Ha nacido una nueva especie de botero. Muchacho, has sido tan valiente y decidido, y has mostrado tanto respeto a la profesión de tu padre y a la tradición, que desde hoy podrás seguir sus pasos. Eso sí, como recompensa a tu valor, desde esta noche, si ocurre un accidente, la gabardina se inflará y os protegerá de la caída. Yo os doy la posibilidad de nadar y respirar bajo el agua, y mi hermana, la Reina Cielo, os da la libertad de surcar el cielo y respirar a grandes alturas. Enhorabuena muchacho. Hoy has honrado a tus padres.


Y así fue cómo Pedro consiguió ser botero con sólo once años. Ya sabes, si en una noche en el mar crees ver una bolla extraña surcando el cielo o ves un bote en medio del océano, no son visiones, para ti es un pescador, pero estás ante un auténtico botero.


Violeta

0 comentarios:

Publicar un comentario