Perdidos

      La tormenta sonaba con fuerza, y con más fuerza aún vibraba el suelo. Si no encontraban pronto un refugio, iban a tener problemas. Por ello, los jóvenes aceleraron el paso y decidieron esconderse en alguna de las numerosas cuevas del acantilado.

- Tengo miedo. El agua puede subir y ahogarnos en el transcurso de la noche- dijo ella.
- No sí somos inteligentes. Tenemos que intentar llegar lo más alto posible.- contestó él.
- Aun así, lo veo en extremo inseguro.- insistió ella.
- ¿Tienes una idea mejor?- ironizó él.

      Ambos hermanos comenzaron el ascenso por la empinada pared de piedra. Los relámpagos iluminaban la noche, y al menos, eso, era de agradecer.

- Ya tendríamos que estar en el pueblo.- comentó ella.
- Sigue subiendo. – contestó él.

     Algo después llegaron a la primera cueva. No obstante, estaba demasiado cerca. Si querían conseguir su objetivo, tendrían que subir aún más.

- Estoy cansada, quiero hacerlo a mi forma. – se quejó ella.
- No podemos, y lo sabes. – le recordó él.

    El ascenso continuó, hasta que por fin, vieron una gruta que podía ser adecuada.
     Ambos se miraron y sonrieron. Al menos, podrían descansar. Con precaución, entraron al interior e inspeccionaron el lugar. No parecía peligroso. Miraron hacia arriba, casi no se podía ver nada, a pesar de que un nuevo relámpago les ayudó algo en esa tarea. Los truenos cada vez eran más fuertes.

- ¿Tomaste la linterna del vehículo?- preguntó ella.
- Por supuesto- dijo él.

     Al alumbrar a la parte de arriba, ambos se percataron de que no había murciélagos ni nada parecido. No habría sido agradable pasar la noche acompañados por seres que podían volar sobre ti en cualquier momento lanzando chillidos.
    Ambos decidieron pasar la noche allí. No había otra alternativa.

- Sabes que padre vendrá mañana muy temprano- dijo ella.
- Eso espero- contestó él.
- Lástima que no pueda venir por nosotros esta noche- se quejó ella.
- Sabes que es imposible. Hoy es “la noche”- contestó él.

   Poco tiempo después, ambos se hallaban tumbados uno cerca del otro.

- Qué pena. Nos lo vamos a perder- dijo ella.
- Conoces las normas- contestó él.
- ¿Tienes miedo?- preguntó ella.
- Un poco. Al fin y al cabo, hoy es noche de Halloween. – contestó él.

    Ya casi se habían dormido cuando les pareció escuchar un ruido. Ambos abrieron los ojos de repente y se sentaron casi a la vez, movidos por un mismo resorte. Asustados, procedieron a esconderse.

- ¡Oh, no! ¡Oh, no! ¡Alguien viene!- susurró ella.
- Yo también tengo oídos- la recriminó él.

    En cuestión de pocos minutos, se escuchó la lluvia golpear con fuerza sobre la piedra. El olor de la noche cambió, todo olía a tierra mojada y algo más. Lo que parecían voces, empezaron a escucharse más cerca, cada vez más cerca. Ambos hermanos observaban incrédulos como era posible que en aquella noche de locura, alguien se hubiese aventurado a esas horas en aquél lugar. Claro, que ellos mismos tenían planes mejores, y sin embargo, ahí estaban.

- ¡Menuda broma les vamos a gastar a los del pueblo!- vociferó una voz.
- ¡Sí! Ja, ja, ja.

   La apariencia de los recién llegados era como mínimo, muy extraña. Los hermanos se fijaron bien en ellos. No podían dar crédito a lo que sus ojos le mostraban. Uno de ellos iba vestido de negro y con la poca luz que había, se observaba que su rostro era muy pálido y tenía unas grandes ojeras de cansancio. Pero eso no era lo peor. Lo peor eran los incipientes colmillos que se le veían cuando hablaba.
     El otro, iba cubierto de pelo, por completo. Sus ojos eran muy grandes y de color amarillo, su cuerpo deforme.
   También iba una chica, o una hembra. ¿Cómo definir aquella criatura? Su rostro era muy deforme, olía mal y sus ojos eran siniestros. Su cabello era largo y estaba muy enredado y sus uñas eran excesivamente largas y arqueadas.
    Ambos hermanos se miraron. Estaban aterrorizados. En principio podrían haber pensado que aquellos llevaban disfraces, pero no. Se les veía demasiado reales. ¿Era posible que aquellos seres fueran en verdad así? Intentaron ocultarse algo más, pero al hacerlo, sólo consiguieron hacer un pequeño ruido que de momento ellos escucharon.
    Antes de darse cuenta, unas luces les deslumbraron. Los estaban enfocando con linternas dejándolos ciegos durante un instante.

- ¿Quién hay ahí?- preguntó el de los colmillos.
- Vaya, vaya, ¿pero, qué tenemos aquí? ¿Comida?- dijo la mujer.

    Los hermanos estaban empezando a asustarse de verdad. Temblando, salieron de su escondrijo.

- Nuestro coche se ha estropeado y nos hemos refugiado aquí. No queremos problemas- dijo él.

    Los que acababan de llegar observaron a aquellos dos muchachos. Prácticamente, eran dos niños. ¿Qué edad tendrían? ¿Once, doce? Los dos eran delgados, rubios, de ojos claros, hermosos, inofensivos…
    Los tres se miraron a la vez.

- Creo que tenemos suerte chicos. Este año Halloween va a empezar antes- dijo el que estaba cubierto de pelo relamiéndose.

    Ambos hermanos, atemorizados, se miraron uno al otro. Aquello no podía estar pasando de verdad.

- ¿Qué hacemos?- preguntó ella.
- ¿Crees que podríamos escapar?- susurró él.

   Los otros tres empezaron a carcajearse. La muchacha calculó la distancia que había hasta la puerta. Era imposible escapar.

- Imposible salir a tiempo- dijo ella.
- Eso pensé yo- contestó él.

   En cuestión de segundos, las linternas cayeron al suelo. Se escuchó un aullido profundo y una serie de desgarrones surgieron de la nada. Crujidos, gritos, llantos llenaron la estancia.
   De pronto, el silencio se adueñó del lugar. Incluso la lluvia cesó.

- Lástima. Papá no nos ha visto- dijo ella.
- Sí  -dijo él relamiéndose la sangre que aún le goteaba.

   Cuando llegó el sol, ambos hermanos se miraron satisfechos. Un nuevo ruido les alertó de que su padre había llegado. Al mirar alrededor suyo y ver aquellos restos y tanta sangre, no pudo evitar recriminar a sus hijos.

- ¡Chicos! ¿No habréis caído en el tópico? ¿Os los cenasteis en Halloween?
- Perdón papito, ya sabemos que la noche de Halloween es la designada por los ancestros para hacer ayuno, pero no quisieron marcharse y el hambre es mala- dijo ella.
- Así ha sido padre. Ya sabemos que es a la luz del día cuando mejor podemos alimentarnos, porque no nos esperan y eso, pero no tuvimos otra alternativa. Olían demasiado bien a sangre fresca.

- En fin, qué le vamos a hacer. Vamos hijos, tenemos que marcharnos. Los monstruos empiezan a salir al exterior. ¿Sabéis? Antes, hace muchos años, era justo al revés. Nosotros nos escondíamos, mientras que temíamos a esos seres, vampiros, hombres lobos, brujas… Teníamos miedo de la noche de Halloween, pues ellos podían salir libres y atacarnos. ¿Podéis creerlo? Por suerte, ahora nosotros los devoramos a ellos. 




Violeta

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