Angelology

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Una interesante historia basada en un grupo de angelólogos que buscan una lira enviada por el arcángel San Gabriel para atenuar el sufrimiento de los ángeles caídos a la Tierra y encerrados en sus profundidades, puesto que la lira en manos de los Nefilim (los hijos de dichos ángeles caídos en desgracia), creadores de la guerra y la maldad en el mundo, podría significar el fin de la humanidad.

Llena de escenarios y personajes inimaginables, esta novela traslada al lector a un mundo paralelo en el que los humanos deben luchar contra seres divinos y casi inmortales por la supervivencia, puesto que los Nefilim han empezado a contraer una enfermedad degenerativa que solo puede ser curada con la lira divina.



Objetivos de la semana 11

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La semana número 11 de nuestro proyecto salud conlleva muy pocos cambios y, cuando nos demos cuenta, empezará otra vez la rutina normal y podremos realizar muchos más avances.

Los objetivos de la semana son:
  • Comer dos piezas de fruta al día.
  • Comer verduras en las dos comidas principales.
  • Comer un dulce al día como máximo (o chuchería o helado o bebida refrescante).
  • Beber 2 litros de agua al día.
  • Correr (trotar) o marchar a paso muy rápido 3 días de la semana durante 45 minutos.
  • Andar una hora 2 días de la semana.
  • Realizar otro tipo de deporte 2 días a la semana.
  • Hacer 3 series de 30 abdominales normales antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales oblicuos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 10 abdominales bajos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Aplicar crema reafirmante después de la ducha (para evitar estrías y descolgamientos).
  • Dormir al menos 8 horas al día.
El único cambio es hacer los abdominales bajos (tumbado sobre una esterilla elevar las piernas y bajarlas sin llegar a tocar el suelo). Con esto ya mismo tendremos ¡¡una buena tableta de chocolate!!

Así que ¡¡ánimo y adelante!!

El Libro de las Almas

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La segunda parte de La Biblioteca de los Muertos vuelve con más intrigas sobre la aparición de un volumen perdido de la inquietante biblioteca. 

Will Piper, el protagonista de la primera parte, vuelve para desenterrar misterios sobre la implicación de personajes importantes en la historia de la humanidad (William Shakespeare, Jean Cauvin) en el camino seguido por dicho libro misterioso en el que sólo hay nombres y fechas seguidas de la palabra muerte o nacimiento, para desembocar en el destino final de toda la humanidad.


Uñas Sandía

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¡Qué bien sienta una tajada de sandía en verano! Tan rojita... y fresca... y dulce... ¡¡ñam, ñam!! Se me hace la boca agua. Y con lo representativa que es del verano, ¿por qué no llevarla en las uñas?




Son muy fáciles de realizar:
  1. Se pone una capa de esmalte rojo en toda la uña.
  2. Con ayuda de un pincel fino se pone una línea de esmalte verde en el filo de la uña (como si fuera la manicura francesa).
  3. Con ayuda de un pincel fino se ponen varios puntos por la parte roja con esmalte negro (simulando las pipas de la sandía).
  4. Se pone una capa de brillo encima para que dure más tiempo. 

Et, voilà!! Ya estamos listo para lucir nuestras uñas sandía.

La Dama de Azul

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Cuenta la leyenda que en las noches cálidas de verano de aquel pequeño pueblecito de montaña se la podía ver claramente los días de luna llena.

     Cuenta la leyenda que en los días de luna llena se la veía paseando por el monte, con su larga cabellera suelta y su vestido de color azul. Incluso cuenta la leyenda que por donde ella pasaba una ligera brisa siempre soplaba haciendo que su pelo y su vestido ondulasen al viento.

     Pero quizás debería  contaros  la historia desde el principio…

     Desde que era pequeña Noelia tuvo algunos problemas en el pueblo. La abuela de Noelia, Olga, había sido una mujer bellísima de larga cabellera negra y grandes ojos rasgados de color azulado violeta que había ayudado a muchísima gente del pueblo con su sabiduría popular. Olga había asistido a más de un parto en aquel recóndito pueblecito, más bien aldea entre las montañas que parecía estar separado del resto del mundo.

     Para ello, Olga utilizaba lo que su propia abuela le enseñó en su momento, a utilizar raíces, hierbas, remedios naturales al fin y al cabo que ella misma preparaba en su propia casa. Sus aceite para masajes eran conocidos en toda la comarca y al parecer sus manos eran mágicas en casos de dolor de articulaciones, dislocamiento de huesos, torceduras… incluso al parecer era bastante efectiva en la preparación de ungüentos para quemaduras y potingues para aliviar resfriados, gripes y otras afecciones más graves del aparato respiratorio o digestivo. Se comentaba además que más de un niño de la aldea había nacido gracias a ella, ya que también era experta en brebajes para ayudar a la fertilidad.

     Jamás nadie vio a Olga celebrar un aquelarre, pasear con un gato negro, volar en una escoba… o cualquier otro indicio que pudiese decir que era una bruja. Ciertamente la palabra bruja puede tener muchas connotaciones y no necesariamente el ser una bruja significa que tenga que ser mala persona. Muy al contrario, Olga podría haber pasado perfectamente por una bruja buena, pero la triste realidad era que simplemente utilizaba los conocimientos y técnicas que se habían ido transmitiendo de generación en generación para el cuidado básico de la salud.

     Sin embargo, y a pesar de las habladurías de la gente de la aldea, Olga era admiraba y temida a partes iguales. No podían prescindir de ella, les había salvado la vida más de una vez y el día que salvó la vida del pequeño recién nacido y de la joven madre, esposa del alcalde que a su vez era un personaje realmente ilustre y querido en el pueblo, se decidió por unanimidad “querer” a Olga. Eso sí, con respeto, no fuese a ser que se enfadase por algo y les lanzase una maldición o algo peor.

     Pero la vida es complicada y a la vez lo más sencillo del mundo. Olga era una mujer realmente bella y tarde o temprano habría de suceder que encontrase el amor de su vida. Un joven de la aldea se enamoró de ella locamente y a pesar de la oposición de sus padres decidió casarse con ella, pues su corazón no tenía descanso.

     A partir de su boda, Olga intentó ser una más de la aldea, y cuando quedó embarazada  la gente del pueblo contuvo el aliento hasta que naciera la criatura, pues temían que tuviese más dedos de lo normal, o algún tatuaje maligno o vete tú a saber qué.

     Pero el pequeño de Olga nació sano, fuerte y total y absolutamente normal. Su pelo era rubio como el de su padre aunque sus ojos eran como los de su madre. Olga se volcó de tal manera en su pequeño que prácticamente dejó sus otros menesteres. Quería integrarse lo más posible en el pueblo y que su pequeño fuese aceptado por todos.

     El tiempo fue pasando y a pesar de que Olga quería y deseaba con todas sus fuerzas un nuevo embarazo, no pudo ser.  Eso llevó a la gente del pueblo a pensar que se habían equivocado con ella y que no era más que una sanadora sin más.

     Los años fueron transcurriendo, y con el tiempo, el pequeño Julio se hizo un hombre atractivo que traía de cabeza a más de una joven del pueblo. Finalmente, la elegida fue Laura, una chica rubia de ojos negros, encantadora y hermosa. Casualmente Laura era hija del alcalde al que Olga había salvado la vida hacía años de su primer hijo y de su esposa. Por todo ello, en la familia no hubo reparos de que la pequeña se casase con Julio. Se trataba de una familia humilde y que no buscaba complicaciones, para ellos Olga hubiese sido bruja o no en el pasado o lo fuese en la actualidad, no era más que una mujer a la que le debían mucho.

     Se celebraron los esponsales. Y comenzó un nuevo ciclo de la vida, pero en este caso, Laura no quedaba embarazada. Lo intentaron durante mucho tiempo, Laura ya no era jovencita y cada vez era más complicado. Visitaron médicos en la ciudad para que la ayudasen, pero ninguno le daba una solución. El tiempo pasaba y el matrimonio estaba cada vez más triste y abatido por la necesidad de tener al menos un hijo.

     Mientras tanto, Olga, que había enviudado hacía unos años, se había mudado a una pequeña cabaña en el bosque, entre las montañas. Un lugar hermoso e idílico que había compartido con su esposo y había sido testigo de su amor. A ella le traía bellos recuerdos. Estaba muy cerca de la aldea, a unos diez minutos andando, por tanto no estaba lejos por si necesitaba algo o alguien acudía a ella, aunque ciertamente la gente ya había dejado de acudir a ella.

     Julio, desesperado, había tomado una decisión. Habló con Laura y la convenció para ir a visitar a su madre y que ésta les ayudase para que quedase encinta. Al principio Laura se mostró reticente, temía que realmente Olga fuese una bruja como había escuchado cuando era pequeña en el pueblo, y que ello hiciese que su hijo naciese de mala manera. Pero estaba tan desesperada que al fin y al cabo, no tenía nada que perder con visitarla. Olga siempre había sido muy buena con ella.

     De esta forma, Olga tocó el vientre de su nuera y le dio una serie de indicaciones, diciéndole que tuviese paciencia y que tenía que adoptar una serie de posturas a la hora de dormir y hacer unos ejercicios, ya que tenía su útero volcado hacia atrás, nada más. A su hijo le dio una bebida que al parecer le fortalecería pues estaba hecha a base de raíces beneficiosas para ello. Al cabo de unos meses, cuando ya nadie lo esperaba, Laura quedó embarazada.

     La gente del pueblo bromeaba con la pareja diciéndoles que como ya no eran tan jóvenes iban a tener un chico ya crecido, alto, fuerte, por supuesto rubio como sus dos padres, y con los ojos negros de Laura. Bromeaban con ellos diciéndoles que en lugar de bautizarlo, debían darle directamente la primera comunión para recuperar el tiempo perdido, y cosas así.

     Sin embargo, algunos ancianos del pueblo  rumoreaban a espaldas de la pareja sobre ese niño. Se decía que Olga había retomado “sus poderes” y que ese embarazo era obra de brujería.

     Laura ya no era una jovencita. Tuvo una serie de complicaciones en el embarazo y el parto se adelantó. A los siete meses de embarazo, concretamente el día siete del séptimo mes, nació una bella niña de pelo negro como el carbón y grandes ojos rasgados de color azulado violeta. El chismorreo estaba servido. Aquella niña había nacido del vientre de Laura, pero en realidad era un “engendro” que había creado la magia de Olga.

     Gente supersticiosa que empezó a alejarse de la pareja y sobre todo de la pequeña. La gente de la aldea no confiaba en esa niña. La miraban con miedo, como si en cualquier momento les pudiese lanzar un rayo con aquellos penetrantes ojos azules. Por si todo esto no fuese suficiente, la pequeña adoraba visitar a su abuela. Pasaba horas y horas con ella. Olga ya era mayor, pero parecía que los años no habían pasado por ella desde que la pequeña nació, como si el nacimiento de Noelia, que así se llamaba la pequeña, le hubiese devuelto parte de su juventud.

     Cuando Noelia entró en el colegio, los niños no querían acercarse a ella y la llamaban “la brujita”. Sus padres desesperados decidieron irse de la aldea a otro lugar para que la pequeña pudiese vivir con normalidad. Pero cuando tan sólo llevaban unos meses en ése otro lugar, la pequeña enfermó gravemente y casi se les muere sin saber muy bien la procedencia de la enfermedad. Curiosamente al visitar a la abuela para que les ayudase, la pequeña empezó a mejorar nada más entrar en los límites de la aldea. Para cuando llegaron a la cabaña de Olga, la pequeña estaba sana y lozana y sus padres aterrorizados.

     Olga les ofreció cuidar de Noelia sin que nadie del pueblo supiese que había regresado. Los convenció para que dijesen a todos que estaba cursando sus estudios en un internado lejos de allí, pues era una niña totalmente normal. Mientras, Olga la cuidaría y la alejaría de la maldad de aquellas gentes a las que ella sólo había proporcionado mucho bien.

     Aunque parezca extraño, sus padres aceptaron. Podrían visitarla todos los días, la mantendrían alejados del pueblo, correrían la voz de que Olga ya no podía ayudar a la gente del pueblo pues era muy anciana y estaba desmemoriada y así evitarían visitas inoportunas y su hija crecería a salvo de las habladurías de la gente.

     Y así fue. Noelia creció fuerte y sana. Había heredado de su abuela el interés por la naturaleza y la habilidad para tomar de ella lo que necesitaba. Se había convertido en una joven hermosísima de larga cabellera negra como el carbón. Conocía todas las pócimas, ungüentos y trucos de su abuela. Estaba sobradamente preparada para ayudar a quien quisiese aceptar su ayuda. Tenía las ideas claras y la mente despejada. No tenía miedo de nada ni de nadie. Su abuela le había enseñado también eso.

     Por todo ello, la joven decidió bajar un día al pueblo. Así sin más. La gente de la aldea la observaba alucinados. Su belleza, su porte, su cara… los más jóvenes sólo sentían admiración, en especial los jóvenes. Despertaba envidia en las muchachas. Pero la gente mayor del pueblo… era otra cosa. De momento se corrió la voz de que “la bruja” había vuelto. Hubo incluso quien dijo que era Olga, que con los años había ido rejuveneciendo en lugar de envejecer.

     Noelia no se acobardó. Al contrario, sonreía a todo el mundo como si les conociese de toda la vida e hizo algo totalmente inesperado. Montó una tienda de remedios caseros, velas, colgantes y abalorios.

     Al principio, nadie entraba en la tienda. Poco a poco, la curiosidad que es poderosa, se adueñó de la gente de la aldea. Primero fueron los jóvenes. Querían ver si Noelia vestía de negro y llevaba un extraño sombrero. A la joven le hacía gracia este comportamiento. Además, ella adoraba el color. Cada día vestía de uno diferente, pero su preferido era el azul. Como el nombre de su tienda, “Azul”. Después, los mayores empezaron también a entrar y comprar ungüentos para la artritis, bebidas para el cansancio… No iba demasiada gente, pero al fin y al cabo, iba alguien de vez en cuando y Noelia era paciente a pesar de las advertencias de su abuela.

     Una mañana, al llegar a la tienda, la puerta se había atascado. Noelia intentó tirar de ella pero no tenía suficiente fuerza. Un hombre que pasaba por allí la vio y se acercó a ayudarla. Tendría unos diez años más que Noelia, pero no importó. Nada más verle y sin saber muy bien cómo, Noelia sabía que aquel hombre era a quien esperaba. Y,  evidentemente, debió contagiarle el sentimiento porque él la miró como si la hubiese estado buscando toda su vida.

     Santiago, que así se llamaba nuestro galán, quedó totalmente prendado de Noelia. Venía desde muy lejos. Estaba haciendo un viaje por los pueblos y aldeas de la montaña. Era escritor y quería recaudar datos para una novela. Pero al ver a Noelia, decidió que quizás había encontrado el lugar donde quedarse para siempre.

     Amor a primera vista. Y amor verdadero además. Santiago y Noelia estaban enamorados hasta la médula. Y el amor es contagioso. Curiosamente, el pueblo amaneció una mañana lleno de pétalos de rosa. Otra mañana, amaneció lleno de claveles. Brisas de azahar y jazmín. En la pequeña tienda de Noelia los artículos afrodisíacos y los perfumes y velas se vendían como nunca. El pueblo entero parecía estar enamorado.

     Noelia se quedó embarazada. Y el séptimo mes de embarazo, en el día siete del séptimo mes del año, nació su hija Esmeralda. La gente del pueblo retomó los miedos y las supersticiones dejando a Noelia, a su tienda y sobre todo a su pequeña al margen.

     Por primera vez en su vida Noelia montó en cólera. Se enfadó tanto que se encaró a la gente de la aldea con lágrimas en los ojos. A pesar de estar en el mes de julio, unas nubes cubrieron la aldea y llovió durante días y días sin descanso. La gente estaba asustada. Perderían sus cosechas y además tenían miedo.
     Una mañana de pronto dejó de llover y salió el sol. Pero ya no había rosas, claveles, jazmines por las calles. Ahora hacía un calor insoportable y las hojas de los árboles comenzaron a caer como si ya fuese otoño.

     La gente del pueblo estaba aterrorizada. Tenían miedo de Noelia. Los más ancianos decidieron ir al bosque para comprobar si Olga aún vivía y pedirles consejo contra su propia nieta. Un grupo de personas estaba a punto de salir para el bosque cuando a lo lejos se oyó un fuerte grito desgarrador. Un grupo de pequeños que habían escuchado hablar a sus padres se tomaron la visita al bosque como un juego, “Busquemos a la bruja” y se adelantaron a los mayores. Pero el camino hacía mucho tiempo que no se andaba y el viejo puente de madera que atravesaba el río estaba viejo y carcomido. Con el peso de los niños jugando se había desprendido y siete pequeños colgaban de los travesaños que aún quedaban.

     La gente corrió desesperada, gritos, llanto, confusión. Noelia que daba el pecho a su pequeña escuchó los gritos y presintió el peligro. Santiago la miró durante una fracción de segundo y Noelia y él corrieron despavoridos al exterior con la pequeña en sus brazos. Al llegar al lugar de los hechos, vieron con horror como aquellos niños estaban a punto de caer al vacío y morir. Los más jóvenes intentaban llegar pero sus brazos eran cortos y su peso elevado.

     Como si de una sola mente se tratase, Noelia entregó a su pequeña a uno de los aldeanos que miraban impotentes lo que acontecía y corrió junto a Santiago al lado del puente. Ya había gente que se acercaba con cuerdas y Santiago que era bastante fuerte ató una de ellas al tronco de un gran árbol mientras Noelia se acercaba al primer niño del puente.

-¡Tenéis que hacer una cadena humana! -les gritó Noelia con todas sus fuerzas- ¡Venga tontos estúpidos! ¡La vida de vuestros hijos está en peligro! ¡Unid vuestras manos! Yo bajaré, peso poco y soy ágil. Santiago me sostendrá.

     Una de las madres de los pequeños no lo pensó más y se tumbó en el suelo tirando a otra madre y agarrándola por los pies. Rápidamente todo el mundo se dio cuenta de lo que pretendían hacer. Juntos, unos con otros hicieron la cadena humana más larga posible. Al final de esta cadena, Noelia se estiraba e iba cogiendo a los pequeños que llorosos y asustados iban calmándose con sus dulces palabra e iban ascendiendo por esa cadena hasta llegar arriba.

     Poco a poco los fueron sacando a todos. Sólo quedaba la pequeña Elena. Temblaba tanto y las manos le sudaban hasta tal punto que ya no podía sostenerse y se dejó caer. Un silencio tremendo se hizo en el lugar, hasta los pájaros parecían haberse ido a otro sitio. Noelia no lo pensó.

-¡Suéltame! -Le gritó a quien le sujetaba los pies- ¡Suéltame te he dicho!.

El chico asustado la soltó y Noelia se dejó caer al vacío tras la pequeña. La gente no respiraba. Sin saber muy bien cómo Noelia consiguió atrapar a la niña por la cintura y juntas cayeron al agua. Notó un golpe en una pierna pero siguió sujetando a la pequeña con todas sus fuerzas. Nadó como pudo hasta que llegó a la orilla, justo donde estaba la cabaña de su abuela que las esperaba allí mismo, como si supiese lo que iba a ocurrir.

  Alguna gente de la aldea comenzó a llegar corriendo. Entre ellos Santiago. Habían imaginado que si aún vivían habrían caído por aquel lugar. Al llegar, Noelia sangraba en una pierna y su abuela le lavaba la herida. Aun no había soltado a la pequeña que la miraba embelesada.

-¡Elena, Elena! –gritó su madre llorando y corriendo hacia ella- ¿Estás bien hija mía?
-Claro que sí mami -contestó la pequeña-, me ha salvado mi ángel.

La madre de la pequeña abrazó a Noelia como si en ello le fuese la vida dándole las gracias una y otra vez. Poco a poco, el resto de la aldea fue llegando y acercándose a ella rodeándola y poco a poco todos empezaron a aplaudir.

  Poco más puedo contaros ya. La gente aceptó a Noelia y su familia, no como a una bruja, sino más bien como al ángel que había dicho Elena. Olga pudo por fin antes de morir comprobar que la gente de la aldea las respetaba y contaban con ellas. La naturaleza parecía estar en plena armonía con Noelia. La vida les sonreía y Esmeralda era totalmente aceptada y querida por todos.

  Los años pasaron. Noelia envejeció y murió. Pero al parecer, y según cuenta la leyenda, su espíritu quedó para siempre en el lugar. Adoraba la luna llena y los días en que ella brilla hay quien dice que se la puede ver paseando por el bosque, joven, hermosa, con su larga cabellera negra y su vestido azul ondulantes al viento…

Violeta

El Perdón

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Todos hemos tenido un día en el que todo lo que hacemos está mal, es horrible y te hace sentir que eres la peor persona del mundo. Y hay algunos (entre los que me incluyo) que hemos sufrido la malísima suerte de repetir ese día al día siguiente, y al siguiente, y al siguiente, de tal forma que ya no recuerdas cómo era un día sin sentirte mal y sin culparte por ello.

Esos días sólo quieres meterte en la cama y esperar a que todo pase. Sin embargo nunca pensamos cuando nos estamos cubriendo la cabeza con la manta qué pasaría si nos levantáramos y nos perdonáramos a nosotros mismos.

Aunque parezca que no tiene sentido y que eso no va a solucionar nada, la realidad es que no se pierde absolutamente nada por intentarlo. Levanta de la cama y ponte delante de un espejo y dile, en voz alta y con sentimiento, lo mucho que vale, lo tremendamente orgullos@ que estás de ella, que no pasa absolutamente nada porque todo está bien, y sobretodo, dile lo agradecido que estás con ella por permitirte levantarte todos los días y vivir la maravillosa vida que tienes por delante.

Es mucho más fácil perdonar a los demás antes que a nosotros mismos, por eso, cuando más nos cueste ver lo mucho que valemos y cuando más nos culpemos por algo que simplemente no podemos evitar porque no nos encontramos bien (que es muy diferente de cuando se hace algo con mala intención) perdona a esa persona que está al otro lado del espejo y ella te perdonará a ti al mismo tiempo. Si esa persona que te mira y te habla al otro lado del espejo puede hacerlo, tú también puedes.

Objetivos de la semana 10

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Entramos en la semana 10 de nuestro proyecto salud (unos dos meses y medio) ¡¡¡y todo va de maravilla!!! Esta semana los cambios son muy pequeños puesto que seguimos en las vacaciones y es más difícil llevar a cabo los objetivos. 


Los objetivos de esta semana son:

  • Comer dos piezas de fruta al día.
  • Comer verduras en las dos comidas principales.
  • Comer un dulce al día como máximo (o chuchería o helado o bebida refrescante).
  • Beber 2 litros de agua al día.
  • Correr (trotar) o marchar a paso muy rápido 3 días de la semana durante 45 minutos.
  • Andar una hora 2 días de la semana.
  • Realizar otro tipo de deporte 2 días a la semana.
  • Hacer 3 series de 30 abdominales normales antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 20 abdominales oblicuos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Aplicar crema reafirmante después de la ducha (para evitar estrías y descolgamientos).
  • Dormir al menos 8 horas al día.

Lo único nuevo son 10 abdominales oblicuos más en cada serie, por lo que ¡¡ánimo y adelante!!

Día a Día

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     Desde pequeña Ariadna había soñado con ser una gran escritora. Alguien que pudiese plasmar en el papel lo que su mente le proyectaba cada día. Su imaginación era muy viva, le gustaba ver el lado juguetón de la vida e imaginar historias en torno a lo cotidiano y sencillo.

     Cuando era pequeña le gustaba tumbarse en el césped del parque cuando iba con sus padres los fines de semana o alguna tarde que otra si terminaba pronto los deberes. Por supuesto que tenía amigos con los que jugaba pero con los que mejor se lo pasaba era con los amigos de su mente. Como os contaba, se tumbaba en el césped y miraba al cielo. Rápidamente las nubes comenzaban a cambiar y formar figuras que le sonreían. Elefantes, caballos, cabañas, soles y lunas de algodón de nube… Ariadna iba transformando el cielo azul en un escenario que cobraba vida en su mente.

     Jamás se aburría. Siempre tenía algún proyecto que realizar, alguna historia o cuento que escribir o simplemente una obra de teatro para crear.

     De este modo Ariadna fue creciendo. Terminó sus estudios primarios, los secundarios, y fue a la Universidad. Pero al contrario de lo que todos puedan imaginar no se dedicó a estudiar algo relacionado con su creatividad. Estudió abogacía como su abuelo.

     La familia de Ariadna no tenía demasiados recursos económicos. No se morían de hambre pero tampoco disponían de ahorros suficientes para pagar los estudios de su única hija. Tobías, abuelo de Ariadna y abogado de prestigio era fundador de un importante bufete de abogados civiles y sinceramente, no le habían ido mal las cosas. Su padre no había seguido los pasos de su abuelo. Él era más de la rama imaginativa como Ariadna. Junto a su madre habían montado una pequeña empresa familiar de dos miembros, tres, cuando Ariadna aportaba su granito de arena imaginativo en el diseño de muebles auxiliares que era el principal fundamento de esta empresa. Diseñaban y construían muebles auxiliares a medida.  La pequeña empresa les había permitido vivir bien, sin lujos caros pero sin necesidades. Podían permitirse unos días de vacaciones estivales, idas al cine, algunas salidas a cenar. Pero un pequeño revés en el negocio hizo que se quedasen sin prácticamente ahorros y con recursos limitados a la hora de pagar los estudios de la joven.

     El abuelo de Ariadna soñaba con tener a alguien de la familia en el bufete para dejarle su legado. Si bien era conocido de todos que no era precisamente el fuerte o el deseo de Ariadna estudiar para ser abogada, si era cierto que si lo hacía podía tener asegurado su futuro y a la vez ella veía el lado positivo de poder ayudar a la gente si se especializaba en determinados temas y hacía un voluntariado en algún bufete social. Así que Tobías como buen negociador que era convenció a su nieta para que siguiese sus pasos a cambio de pagarle la carrera y darle un trabajo al terminar la misma.

     Ariadna aparcó su imaginación. La abogacía requería una gran cantidad de estudios y una gran cantidad de mente ocupada, pero para memorizar toda aquella legislación. Los estudios se le hicieron interminables. Varias veces estuvo a punto de tirar la toalla de pura desesperación, de asco incluso hacia lo que estaba haciendo, ya que no la llenaba en absoluto. Sin embargo, cuando pensaba que estaba cerca de terminar y que además podía tener un futuro más o menos asegurado y ayudar de alguna forma a los demás, se obligaba a sí misma a continuar.
     Y continuó hasta el día de su graduación. Se había convertido en abogada. Había llegado el momento de comenzar su vida laboral. Su abuelo estaba totalmente orgulloso de ella y deseoso de verla por el bufete. Y su sueño se cumplió.

     Ariadna trabajaba bien. Mujer concienzuda dedicaba muchas horas a su trabajo e intentaba hacerlo lo mejor posible. Consiguió incluso dedicar algunas horas para trabajar de voluntaria tal como ella siempre había querido en una especie de albergue que daba consejos legales y ayudaba a determinados sectores marginados. Allí fue donde conoció a Lisa.

     En el albergue había una especie de guardería para aquellos niños cuyos padres no tenían donde dejarlos para poder ir a trabajar. Familias sin recursos que necesitaban y buscaban ayuda en este lugar. El caso de Lisa era muy especial. La pequeña no hablaba con nadie. Se sentaba en una esquina de la habitación que hacía las veces de guardería y se limitaba a observar a los demás. Algunos pensaban que tenía algún tipo de retraso o enfermedad mental. Lisa simplemente no quería jugar con nadie. Había sido adoptada por una familia hacía poco tiempo. Ni siquiera era consciente de qué había pasado exactamente. Sabía que antes vivía en una casa muy grande, su hogar de acogida, y que ahora que tenía unos padres se sentía más sola que nunca.

     Sus nuevos padres intentaban hacerlo lo mejor posible, pero la pequeña vivía en su mundo de aislamiento. No había forma de llegar a ella. La madre adoptiva de Lisa, Carol, trabajaba en el albergue cuidando de los niños en la guardería y aprovechaba para llevarse a la pequeña y para que ésta hiciese amigos. Pero no funcionaba.

     Aquella tarde Ariadna llegó como cada miércoles para ayudar en algunas cuestiones. Había hecho un trato con su abuelo y éste le permitía prestar sus servicios gratuitamente en el albergue los miércoles por la mañana y algunos viernes por la tarde. Ariadna entró como solía hacer directamente al lugar que ella ocupaba. Para ello pasaba por el lado de la guardería. Le gustaba mirar a los chavales. Su alegría contagiosa, sus risas, sus juegos a pesar de la situación en la que se encontraban… todo ello le hacía darse cuenta de lo afortunada que era y de cuánto la necesitaba aquella gente. Aquella mañana sin embargo, no se fijó en estos detalles cotidianos. Se fijó en una pequeña niña rubia que se sentaba en una esquina y observaba a los demás. Ya la había visto antes, pero nunca se había fijado como ese día lo triste que se la veía.

     Sin saber muy bien por qué, preguntó por la pequeña. Al hacerlo se dirigió precisamente a Carol. Ésta le explicó que estaba desesperada porque la niña llevaba ya con ella y su marido casi tres meses y no reaccionaba. Tenían miedo de que los servicios sociales se la llevaran si veían que la niña no era feliz.

     Empujada por un impulso Ariadna se acercó a la pequeña.

-Hola, soy Ariadna. ¿Y tú?

No obtuvo respuesta, así que decidió intentar algo diferente y se sentó junto a ella para observar lo que ella miraba.
-¿Te gusta ver a la gente? Es divertido ver cómo juegan, pero seguro que es mejor jugar con ellos ¿no crees?

Siguió sin obtener respuesta, pero se quedó junto a ella durante casi media hora. Allí sentada a su lado. Por alguna razón que desconocía su corazón la impulsaba a intentar hacer que aquella niña también jugase.

     El siguiente viernes también fue al albergue. Al llegar observó a Lisa en su rincón de siempre.  Llegaba, hablaba con ella, se sentaba a su lado. Así durante varias ocasiones en las que la pequeña no parecía notar su presencia.

     Aquel día Ariadna había decidido probar algo nuevo. Se sentó al lado de Lisa, pero esta vez no habló con ella. Se colocó a su lado e hizo un ruido raro, como de animal. La pequeña se asustó un poco y giró la cabeza hacia Ariadna como si ésta fuese una especie de bicho raro. Al mirarla vio que Ariadna sujetaba una goma de borrar y un lápiz en sus manos.

-Grrrrrr., ¡Te comeré pequeña goma! -dijo Ariadna a la goma, como si ella fuese el lápiz.
-No te dejaré gran lápiz. Eres largo y tienes una punta afilada, pero yo borraré todo lo que tú hagas -volvió a decir Ariadna simulando una voz diferente.

Lisa la observaba embobada. ¡Qué tontería! Pero no podía dejar de observarla.
-¡Lucha conmigo pequeña goma, si es que te atreves!
-¡Claro que sí, lápiz malvado! ¡Buscaré un aliado!

En esto Ariadna cogió un sacapuntas de un estante y lo colocó entre la goma y el lápiz.
-¡Señores! -dijo con voz de sacapuntas-. ¡Ya está bien! ¡Os enviaré a ambos al calabozo de la escritura y seréis castigados!

Lisa sonreía. Por primera vez miraba algo diferente a los demás niños que se habían ido acercando poco a poco para escuchar la historia de Ariadna. Durante casi una hora los tuvo entretenidos y Lisa la miraba tímidamente, aunque no quiso participar como los otros niños. Ariadna no se rindió.

     El siguiente día que fue se llevó unas cartulinas de colores, tijeras, pegamento… Se sentó junto a Lisa y empezó a crear formas y figuras. Sin decir nada a Lisa le pasaba trozos de cartulina.

-Mira pequeña. ¿Verdad que esto parece papel? Pues no es así, es un castillo encantado y estos son sus habitantes… fíjate… ¡oh! Aquí hay una princesa que quiere llamarse como tú.
-Me llamo Lisa -habló por primera vez la pequeña. Ariadna casi se muere del susto.
-Bien, pues la llamaremos princesa Lisa.

Y así fue como Ariadna comenzó a hacer que Lisa hablase. Unos días llevaba cuentos y leía historias, otros, la mayoría,  ella escribía los cuentos sobre la marcha jugando con los niños y Lisa empezó sin saber cómo ni por qué a participar con ella. La imaginación de Ariadna volvía a resurgir tras tanto tiempo dormida y Lisa parecía disfrutar a cada segundo de cada detalle de esa imaginación. Juntas empezaron a crear historias y juegos en los que los demás participaban. Carol no daba crédito a lo que veía. Su agradecimiento y alivio era inmenso. Lisa parecía ser una niña normal, al menos cuando estaba Ariadna a su lado. Al quedarse de nuevo sola volvía a ser la pequeña retraída que siempre había sido, cosa que Carol no entendía pues ella y su marido le daban todo su amor.

  Ariadna empezó a frecuentar cada vez más el albergue y a ir cada vez menos al bufete. Su abuelo le llamó la atención pues no cumplía con todo el trabajo acumulado. Tendría que dejar de ir al albergue aunque ello supusiese dejar de ver a la pequeña. Eso le partía el alma a Ariadna. Aquella niña la atraía, la llamaba con una fuerza increíble. Pero la cosa se complicaba en el día a día y no podía seguir visitándola durante tantas horas.

  Por ello tuvo que centrarse en el trabajo para recuperar el tiempo perdido y dejó de visitar el albergue. Al cabo de unas semanas Carol se presentó una mañana en el bufete, necesitaba hablar urgentemente con Ariadna. Ésta tenía una agenda muy apretada pero al ver la palidez de su rostro y el temblor de su barbilla supo casi al instante de que algo no iba bien, y de que todo estaba relacionado con Lisa.

-Pasa Carol, por favor.
-Ariadna -sollozó Carol-. Necesito que visites a mi Lisa.
-Lo haré cuando pueda Carol. Casi pierdo mi trabajo porque fui ampliando las horas que dedicaba al albergue. Disfrutaba tanto con Lisa que perdí la noción del tiempo y me han llamado la atención en el trabajo. No puedo defraudar a mi abuelo. ¿Entiendes?
-Lisa está ingresada.
-¿Cómo? ¿Qué ha ocurrido?
-No lo sabemos -Carol rompió a llorar.
-Por favor, cálmate y explícame qué ocurre. Me estás asustando
-Cuando tú dejaste de ir al albergue, Lisa se fue apagando poco a poco. Al principio giraba la cabecita hacia la puerta esperando tu llegada. Después de varios días dejó de esperar y volvió a ser la de antes. Volvió a apartarse de todos y se cerró en sí misma. Ayer no conseguía despertarla. Tenía fiebre y al llevarla al pediatra me dijo que tenía que ingresarla. No saben de dónde viene la fiebre, pues supuestamente no hay ninguna infección. Por favor Ariadna, estoy segura de que si te ve mejorará.
-Por supuesto Carol. Voy a coger mi chaqueta.

Ariadna anuló las citas que tenía para el resto del día y explicó a su abuelo que tenía que ir al hospital, que era importante. Esta vez Tobías no le puso problemas, conocía a su nieta y sabía que era responsable. Si había hecho eso después de la reprimenda que recibió semanas atrás es que era realmente importante y la cara de aquella señora lo decía todo. Así que decidió llevarlas él mismo al hospital.

  Al llegar  Ariadna entró en la habitación de la pequeña. Había seis niños en la habitación. Todos jugaban a pesar de tener sueros colgados y vendas. Todos menos Lisa que miraba el techo. Ariadna colocó las manos haciendo la forma de un conejo y las puso en el ángulo de visión de la pequeña.

-Hola Lisa. Soy Conejito.

Lisa volvió su rostro hacia Ariadna e hizo algo totalmente inesperado. Abrazó a la joven con todas las fuerzas que sus pequeños bracitos tenían y rompió a llorar desconsoladamente.

-No me dejes Ariadna. No me dejes tú también.
-Pequeña… ¿qué dices? Nadie te ha dejado, mira, Carol está aquí.
-Carol es buena, muy buena, yo la quiero mucho. Carol dice que es mi mamá. Y Julio dice que es mi papá. Y son muy buenos y los quiero mucho. Pero tú me haces castillos y matamos malos y soy princesa y no pienso  que me dejen solita otra vez.
-Dios mío pequeña. Papá y yo nunca te dejaremos -le dijo Carol abrazándose a ella
-Oh pequeña -le dijo Ariadna-, no tenía ni idea de que te sentías así. ¡Venga! ¡Vamos a contar cuentos!

Y Ariadna montó allí mismo un escenario improvisado y con juguetes varios, globos, vasos de plástico y algún que otro trozo de venda inventaron historias de caballeros y de sueños. Todos los chicos de la habitación participaron activamente. Tobías quedó impresionado. Hacía años que no veía a su nieta feliz, se la veía radiante, guapa, eufórica. Estaba en su mundo.

Al cabo de un buen rato Tobías y Ariadna salieron de la habitación no sin antes prometer a Lisa que Ariadna volvería al día siguiente. Un señor se mediana edad con bata blanca de doctor se les acercó.

-Disculpe joven. Soy el doctor Méndez -dijo ofreciendo su mano a la joven en primer lugar y posteriormente a su abuelo.
-Encantada.
-No he podido dejar de ver lo que ha ocurrido en la habitación hace un momento. Usted tiene magia querida. Los niños han entrado en su mundo de fantasía y por un momento se han olvidado de que esto es un hospital y ellos están enfermos. Todos formaban parte de su ilusión. Es usted simplemente fantástica.
-Gracias. No sé qué decir.
-No diga nada. ¿Tiene usted trabajo? Porque si no es así, no lo dude, en este hospital tiene trabajo cuando quiera como animadora.
-Gracias, es usted muy amable. Soy abogada y ejerzo en un bufete. Pero gracias.
-Qué se le va a hacer. Tenía que intentarlo -les dijo a ambos con una sonrisa.

Al subir al coche Tobías estaba en silencio y Ariadna lo notó raro.

-¿Pasa algo abuelo? Siento haberte entretenido tanto tiempo.
-El que lo siente soy yo tesoro. Tenía tanta ilusión con que alguien de mi familia continuase mis pasos que no me paré a pensar con claridad.  Te arrastré hacia mi sueño sin pensar en lo que tú querías y necesitabas. Jamás debí hacerlo Ariadna. Eres muy buena abogada, pero tu mundo es otro. Jamás te he visto tan feliz como hace un momento con esos niños.
-Abuelo…
-No digas nada pequeña. Siempre tendrás un lugar en el bufete. O casi siempre, porque ahora estás despedida. Yo que tú aceptaría el trabajo que acaban de ofrecerte hace un momento.
  Ariadna miró a su abuelo boquiabierta y le vio sonreír sinceramente. ¡Se lo decía en serio! De pronto se sintió ligera, llena de vida, ilusionada…

-Abuelo, da la vuelta al coche. Tengo que aceptar un trabajo. Luego te invito a cenar, ya no eres mi jefe y puedo hacerte la pelota.

Ambos rieron.

     Ariadna comenzó a trabajar en el hospital. Trabajaba unas horas como animadora a media jornada. El resto del tiempo lo empleaba en escribir. Retomó sus viejos hábitos y empezó a publicar cuentos y obras de teatro para niños. En poco tiempo se hizo famosa, pero no dejó de ir al hospital. Ahora lo hacía como voluntaria, no tenía horarios, pero cada semana pasaba al menos un par de días por allí y hacía reír a los niños.

  Lisa perdió el miedo a que la abandonasen. Fue atendida por un joven psicólogo infantil que consiguió ayudarla a sacar lo que tenía dentro aun siendo tan pequeña. Esteban, que así se llamaba el psicólogo, consiguió con la ayuda de Ariadna que Lisa se abriese y disfrutase de la vida y de sus padres adoptivos. Y con la ayuda de Lisa consiguió conquistar el corazón de Ariadna.

     Al final va a ser cierto que la imaginación puede ser más fuerte que un montón de guerreros y que en esta vida hace falta mucha ilusión y fantasía para afrontar con fuerza cada nuevo día. 

Violeta

Objetivo de la semana 9

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Bueno, por fin hemos completado 2 meses de nuestro proyecto salud y todo va ¡¡viento en popa a toda vela!! Ya es hora de echar una mirada atrás y comparar los resultados que hemos obtenido con los que queríamos conseguir al iniciar nuestro proyecto salud, ¡¡que son muchos!!

Los objetivos de esta semana son:


  • Comer dos piezas de fruta al día.
  • Comer verduras en las dos comidas principales.
  • Comer un dulce al día como máximo (o chuchería o helado o bebida refrescante).
  • Beber 2 litros de agua al día.
  • Correr (trotar) o marchar a paso muy rápido 3 días de la semana durante 45 minutos.
  • Andar una hora 2 días de la semana.
  • Realizar otro tipo de deporte 2 días a la semana.
  • Hacer 3 series de 30 abdominales normales antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Hacer 3 series de 10 abdominales oblicuos antes de dormir (o después de realizar el deporte).
  • Aplicar crema reafirmante después de la ducha (para evitar estrías y descolgamientos).
  • Dormir al menos 8 horas al día.

Como veis sólo realizaremos nuevas series de abdominales oblicuos (con el codo derecho hay que tocarse la rodilla izquierda y viceversa), por lo que no será nada difícil.

¡¡Ánimo y adelante!!

Una Concha en la Arena

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    Pocos placeres hay mayores que el pasear por la orilla del mar, sobre todo a determinadas horas en que el mundo aún descansa. Al amanecer el mar es mágico, es una especie de mundo independiente, vivo y poderoso que nos atrae y asusta a la vez.

     Esta breve historia trata de una persona que adoraba el mar. Ángel era un hombre maduro. Alrededor de sus ojos había arrugas y en su mente recuerdos de toda una vida. Siempre fue un hombre tranquilo. Pescador de toda la vida. Persona humilde, sencillo… vivía en una pequeña casita cerca del mar. A sus sesenta años de vida había conseguido todo un patrimonio. Tenía un millón de amigos, medio millón de historias que contar de sus largos recorridos en alta mar, miles de anécdotas graciosas, cientos de sueños… incluso la gente del pueblo rumoreaba que había tenido decenas de novias y puede que algún que otro retoño por ahí camufladillo.

     Ángel se reía de todas estas historias. Como hombre sencillo que era disfrutaba de todo lo que tenía. Ya no salía a navegar durante semanas como antes. No entraba al mar si el tiempo era inestable. Pescaba por placer y diversión, paseaba por la playa… Jamás se había casado. Sinceramente no había visto la necesidad a pesar de que más de una moza había intentado cazarlo. Casi lo consigue Virtudes, con la que vivió un gran amor. Pero ambos decidieron que había sido una época loca en la que había disfrutado el uno del otro y habían compartido locuras y amor, pero no el tipo de amor auténtico que te hace compartir tu vida para siempre y para todo con otra persona.

     ¡Qué tiempos aquellos! Ahora se dedicaba a dar largos paseos y a correr por la playa. Su vecina, Dora, le decía muchas veces que le iba a dar un “jamacuco” de tanto correr. Él siempre le decía lo mismo…
-Dora, Dora, si tuviese unos años menos te ibas a enterar tú de lo que es darte un “jamacuco”.
-¡Qué poca vergüenza Ángel! ¡Tendrías que llamarte de otra forma! ¡Eres un pícaro! ¡A tu edad!
-¿Qué edad Dora? Me estoy haciendo mayor, ¡pero sigo vivo!

Casi todos los días la misma cantinela. Pero nunca llegaban a más.

     Aquella mañana la playa estaba especialmente tranquila. No había nadie paseando, cosa extraña teniendo en cuenta el buen tiempo que hacía. Ya casi era verano, pero aún hacía fresco al amanecer. Ángel llevaba su vieja cazadora marinera. Iba caminando y mirando al mar.  Pocas cosas le tranquilizaban tanto como mirar al mar. Aquel día se sentía algo cansado. Decidió sentarse en la arena a observar y a esperar que aquella playa tan maravillosa se llenase de vida en cuestión de unas horas. No tenía nada de prisa, al contrario, ya había corrido todo lo que tenía que correr en su vida.

     Casi se había posicionado en la arena cuando le pareció ver un reflejo a lo lejos en el mar, algo brillante… Sí, efectivamente, se veía algo brillante pero no podía apreciar bien lo que era. Probablemente fuese un pez, pero ciertamente debía ser un pez grande por el reflejo que transmitía.

     A pesar de que posiblemente fuese inútil decidió dirigirse a su casa y coger unos prismáticos para poder ver mejor, pero al volver ya no se veía nada.
     Se sentó a esperar en la arena, pero nada. Efectivamente la gente empezó a llegar a la playa y Ángel decidió que era hora de volver. Le gustaba aquel lugar pero con cierta intimidad. Así que decidió volver a casa y luego dirigirse al pueblo para echar unas cartas con los amiguetes. Antes decidió recoger algunas conchas porque le encantaba hacer trabajos con ellas. Construía todo tipo de objetos que su vecina Dora ponía a la venta en una tiendecita  de la que era propietaria. La gente a veces compraba  esos objetos. Construía barcos, esculturas, cuadros… su imaginación no tenía límites a ese respecto. No vendía mucho, pero sí lo suficiente para subsistir.

     Cuando llegó a casa decidió de pronto ponerse a seleccionar las conchas que había ido recogiendo en lugar de dirigirse al pueblo. Sorprendido tomó entre sus manos una concha oscura. No estaba seguro de por qué la había cogido. Normalmente las cogía hermosas. Aquella concha estaba rota y raída. Era bastante fea. La observo una y otra vez pero no la tiró. La colocó sobre la encimera de la cocina y decidió que después de todo iría al pueblo.

     Pero hay días en que todo es raro. No conseguía concentrarse y tuvo que aguantar bromas y burlas de sus compañeros de juego. Finalmente decidió volver a casa.  Al llegar recordó la fea concha y se dirigió a la cocina. Allí estaba. Volvió a mirarla… lo más juicioso sería tirarla. Pero la volvió a depositar en la encimera. Ya la tiraría más tarde.

     Un ruido le sobresaltó. Una especie de golpe seco. Se dirigió a la salida y casi se cae al toparse de bruces con una joven.

-¡Lo siento!- se disculpó la muchacha.
-Tranquila, no ha sido nada. Me pareció oír un ruido. ¿Estás bien?
-Pues no, la verdad. He tenido un accidente y estoy un poco aturdida, buscaba alguien a quien pedir ayuda…

Ángel fue consciente entonces del aspecto pálido de la muchacha. Era muy delgada, realmente hermosa. Sus ojos tenían un tono entre azul y verde… como el mar. Efectivamente vio que tenía manchado el vestido de algo que podía ser sangre.

-Por favor, pasa, déjame que te ayude. Me llamo Ángel. Por favor, puedes tumbarte si quieres en este sofá
-Vaya, qué apropiado tu nombre -y ambos rieron.
-¿Con qué te has dado? ¿Ha sido un accidente de coche?
-No lo recuerdo bien. Creo que me golpeé y sólo recuerdo vueltas, todo se oscurecía, miedo…
-Tranquila. Te llevaré al hospital más cercano.
-¡No! Por favor, no hace falta. Estoy bien. Sólo necesito asearme y descansar un poco. Luego estaré bien. No me gustan los hospitales.
-Comprendo… pero tienen que ver tus heridas.
-Estoy bien, de veras, sólo necesito descansar un poco –y dicho esto se quedó dormida en el sofá.

Ángel la cubrió con una manta y fue a buscar a Dora. Se sentía un poco intimidado con la joven. Dora tendría ropa apropiada y tal vez podría ayudarle a convencerla para ir a un hospital. Pero Dora no estaba. Ya se habría marchado al pueblo. ¡Que fastidio! En fin, le daría alguna ropa aunque fuese de él e intentaría convencerla cuando se sintiese más descansada.

     Al llegar observó a la joven mientras ésta dormía. Ni siquiera le había preguntado su nombre. Era realmente bella y se la veía tan indefensa. Sintió algo en su interior. Una especie de necesidad de cuidar de ella. Qué locura. Dejó unos pantalones de hacía unos años cuando era más joven y estaba más delgado y  una camisa al lado del sofá. No tenía ropa interior femenina. Tendría que arreglárselas como fuese hasta que pudieran ir al pueblo y comprar algo de ropa apropiada.

     Salió fuera para comprobar si veía algún tipo de vehículo o algo extraño que le diese una pista de dónde había tenido la joven el accidente o si había alguien más herido. Al entrar comprobó que la joven se había levantado y se había vestido. Había hecho una improvisación y ciertamente había acertado. Esa joven debía ser modelo o algo así. Se había colocado la camisa como si fuese un vestido. Había prescindido de los pantalones que al parecer eran enormes para ella. No quiso preguntarle nada referente a la ropa interior, sólo de pensarlo se puso rojo hasta la médula. Ella pareció leerle el pensamiento.

-Gracias Ángel. He tomado una ducha y he utilizado algunas prendas que yo traía junto a tu camisa.
-Me alegro que te sirva. Dime… ¿Cómo te llamas?
-Nadia.
-¿Eres de por aquí? ¿Recuerdas algo más del accidente?
-Si… iba a casa y de pronto algo me empujó. Sentí un tirón y todo se volvió negro. Me desperté en la playa. He andado mucho hasta llegar aquí. Debí golpearme la pierna, pero ya me he encargado de ello.

Ángel observó que la muchacha se había aplicado una especie de venda de algas.
-Me encanta tu casa. Adoras el mar ¿verdad?
-Sí. El mar es mi vida. Toda mi vida me ha ayudado a vivir y sobrevivir, ambas cosas a la vez. Creo que nunca me casé porque estoy enamorado del mar -dijo esto último riendo.
-Sí, se nota. Me encanta todo esto -señaló los objetos que él hacía.
-Antes pescaba y vivía de ello. Ahora soy mayor para eso, el mar puede ser peligroso. Hago estas cosillas y una amiga las vende en su tienda. Voy comiendo de lo que saco con ellas y aún me queda algo. No puedo quejarme. Ya ves, el mar me provee.
-Sí, ya veo.

Nadia empezó a caminar hacia fuera de la casa. Su pierna estaba increíblemente mejor y andaba con gran soltura. Miró fijamente al mar y sus ojos se volvieron tristes de pronto.

-¿Ocurre algo?
-No. Es sólo que debo regresar. Pero… ¿podría quedarme unos días contigo?
-Yo… esto… no sé. Soy un viejo, tú casi una niña. La gente puede decir tonterías.
-No me importa la gente. Necesito descansar y tú eres bueno. Lo veo.
-Bueno. Lo pensaré.

Nadia sabía que había vencido por el tono de voz de Ángel. Así que le dedicó la más bella sonrisa del mundo y procedió a darle un abrazo afectuoso y un beso en la mejilla.

-Gracias, sólo serán unos días. Luego me marcharé. Te lo prometo.

De esta forma Ángel se encontró con invitados por primera vez en años. Vaya marrón. En fin. Decidió preparar algo de comida y la joven no le dejó. Insistió en que ella le prepararía un exquisito plato que le había enseñado a hacer su abuela y que mientras él podía seguir trabajando y hacerle un “objeto” a ella.

-Nadia, ¿no te gusta alguno de los que hay aquí? Te regalaré el que quieras.
-Me gustan todos. Son maravillosos, pero me harías feliz si me hicieses uno a mí, en exclusiva. Eso sí, ¿podrías utilizar esta concha?
-¿Te refieres a esa concha tan fea y retorcida?
-No es fea. Es diferente. Me gusta. Si todos fuesen bellos y perfectos sería muy monótono.

A Ángel le hizo gracia escuchar aquellas palabras de una joven que bien podía ser modelo de pasarela. En fin, ella tenía algo que hacía que no pudiese negarle nada.

De esta forma, ella empezó a cocinar y él a pensar qué podría hacer. De pronto y sin tener muy claro el por qué empezó a unir conchas sin ton ni son, ya saldría algo.

  El día pasó rápido. Realmente Nadia sabía cocinar. La comida estuvo exquisita y por la tarde se dedicaron a pasear. Ángel le preguntó a Nadia si quería tomar un baño en el mar, pero ésta alegó que no nadaba demasiado bien y ya había tenido una semana bastante accidentada. Ambos rieron de la ocurrencia de ella.

  Por la noche Nadia se durmió muy pronto. Ángel pasó la noche en el sofá cama y sus huesos no eran como antes. El sofá era viejo y no pudo dormir demasiado bien. Aún así se sorprendió al comprobar que era más tarde de lo que había pensado. Decidió dejar dormir a Nadia y darle una sorpresa. Iría al pueblo y le compraría algo de ropa. Miró la escultura que le estaba preparando a la joven para regalársela. La tenía cubierta con una tela y le había hecho prometer a Nadia que no la miraría hasta que estuviese terminada. Como tenía algunas dudas sobre ella, decidió esconderla antes de marcharse. Así, la ocultó en el interior de un mueble y salió.

  Al llegar al pueblo iba a comprar antes que nada algún tipo de ropa interior, pero de pronto se sintió cohibido. Por ello decidió pedir ayuda a su vecina. Ya debería estar en la tienda. Al llegar algo le llamó su atención. En las estanterías estaban casi todas sus esculturas. Que extraño. Se suponía que Dora las había vendido casi todas. Pero estaban allí. Sólo faltaban algunas. Entonces… no entendía nada. En ello Dora salió de la trastienda y al verlo se quedó sorprendida.

-¿Ángel? ¿Cómo tú por aquí? Hoy no te he visto en la playa, estaba algo preocupada
- Pues ya ves. Oye Dora. ¿Me has estado mintiendo sobre la venta de mis esculturas?
- No ¿Por qué?
- Porque están casi todas aquí.
- Tú lo has dicho. Casi.
- Vamos Dora. Tú me has ido dando dinero por la venta desde el principio, pero yo las veo aquí.
- Venga Ángel, no seas exagerado. Pues claro que las vendo, perfectamente.
- Ya veo.

  Ángel lo vio de forma clara. Dora le había mentido. No vendía tan bien como le decía las esculturas, sin embargo, le había ido dando dinero como si así fuese. ¿Por qué? ¿Caridad? ¿Pena? De pronto se sintió mal.

-Dora, ya hablaré luego contigo. No voy a traer más esculturas. Ya hablamos.

Y dicho esto salió de la tienda sin dar lugar a Dora a explicarle nada más. Con todo se le olvidó comprar nada para Nadia. Cuando llegó estaba nervioso y preocupado. Sentía rabia y  dolor. Empezó a romper las esculturas que encontraba a su paso. Nadia despertó sobresaltada.

-¡Qué ocurre! ¡Ángel! ¿estás bien? ¡Qué pasa!

Y él cayó al suelo de rodillas llorando como un niño. Nadia se acercó y le rodeó con sus brazos. Curiosamente él se dejó abrazar. No sabía qué le ocurría con aquella chiquilla que le tranquilizaba con su presencia y su voz.

- Dora me ha mentido todos estos años. Me dijo que vendía mis esculturas y no es así. Me las ha ido pagando ella, me ha ido dando su caridad.
- No Ángel. No te ha dado su caridad, yo diría que esa mujer confía más en ti que tú mismo. Debe quererte mucho para haber hecho eso antes que dañar sus sentimientos.
- ¿Qué? No, no, Dora y yo somos amigos desde hace años. Nada más.
- ¿Seguro?

  Él recordó cuando había estado enfermo y la preocupación de ella. Recordó cuando tomó la decisión de abandonar el mar y ella se sintió ridículamente feliz y eufórica durante días y días. Recordó incluso cuando eran más jóvenes y ella le miraba con adoración y a veces con dolor cuando él iba acompañado de alguna mujer. Dora era guapa. Ocurrente, inteligente, incluso tenía buen tipo ¿cómo no se había casado nunca? De pronto lo sintió dentro de él. No podía ser. ¿Dora estaba enamorada de él? Curiosamente sintió un regocijo tal que de pronto se sintió lleno.

  Nadia le sonreía. Parecía que le había estado escuchando los pensamientos como si en voz alta los hubiese manifestado.

-Todos estos años me he sentido tan solo y ella estaba ahí… ¿por qué nunca me dijo nada?
-Ah, vete tú a saber. Ahora, ve a buscarla…

Ángel decidió que le debía al menos una disculpa a Dora. Así que decidió ir a por ella. Se la encontró en el camino. Paseaba por la playa cabizbaja, venía llorando. Sin pensarlo se acercó a ella y la abrazó, sin más. Ella se dejó abrazar, por fin, después de tantos años de amor en silencio.

-No quería herir tus sentimientos Ángel.
-Lo sé. Perdóname Dora, a veces puedo ser un auténtico bruto. Menos mal que Nadia me ha hecho entrar en razón.
-¿Nadia?
-Si -Ángel le sonrío mientras le secaba las lágrimas-. Es una larga historia, te la puedo contar durante el camino de vuelta y así la conoces aunque te advierto que tal vez te asustes un poco porque antes con la ofuscación lo tiré todo por el suelo y lo hice añicos.

Y pasearon, y hablaron, y se sentaron a mirar el mar y olvidaron el tiempo. Al llegar a la casa de Ángel éste no daba crédito a sus ojos. Todo estaba en orden. Tal y como lo había estado antes de que él rompiese nada. Todas las piezas estaban en su sitio, intactas. No había el menor rastro de Nadia. Rápidamente fue al mueble a por la escultura y se encontró una nota.

“Querido Ángel. El mar también te quiere. Tu escultura es lindísima. Me ha emocionado verla.  ¿Mitad mujer, mitad pez?  ¿Y como corazón una concha raída? ¿En qué pensabas? Me encanta. Por cierto, esa concha raída fue la que me permitió visitarte. De ahora en adelante tus esculturas se van a vender solas, ya verás, considéralo mi regalo hacia ti y hacia Dora. “

P.D. Si quieres despedirte de mi estoy justo frente a tu casa si te das prisa.

  Ambos corrieron al exterior y efectivamente allí estaba, en el mar. Curiosamente el mar estaba vacío, en la playa solos Ángel y Dora, y en el mar, Nadia que les sonreía y les mostraba feliz la escultura en la mano. Les lanzó un beso y se zambulló en el agua dejando ver un reflejo como el que Ángel había visto aquella mañana que ahora parecía tan lejana. El reflejo era una enorme cola de pez. La cola de Nadia.

Violeta